El disgusto del rey Hussein
LA CASA Blanca se ha visto sorprendida por la dureza de las acusaciones lanzadas por el rey de Jordania contra la política norteamericana en Oriente Próximo. Lo cierto es que el rey Hussein ha sido presentado con frecuencia como el mejor aliado de EE UU en esa región del mundo, y ello otorga un especial significado a sus declaraciones, que no pueden ser entendidas si no se las sitúa en el marco de una serie de cambios que se están operando estos últimos tiempos dentro del mundo árabe.El rey Hussein ha iniciado conversaciones, después de superar serios obstáculos, con Yasir Arafat, presidente de la OLP, para examinar las posibilidades de crear con Jordania un Estado palestino, federado o confederado, en los territorios ocupados por Israel en la otra orilla del Jordán. Venciendo oposiciones en sus propias filas, Arafat ha dado pasos indiscutibles hacia la aceptación de soluciones de ese género. Pero de poco pueden servir esos pasos si, del otro lado, Estados Unidos no es capaz de ejercer las suficientes presiones para que Israel acepte las soluciones del llamado plan Reagan. El régimen de Tel Aviv continúa su política de asentamientos en tierras de Cisjordania, lo que contradice totalmente el citado plan Reagan, y Washington parece aceptarlo sin protestar. Es más, las ayudas norteamericanas a Israel superarán este año los 2.500 millones de dólares y, como denuncia el Washington Post en un reciente editorial, Israel ejerce en la práctica un veto sobre las ayudas de EE UU a diversos países árabes. Es obvio que el Gobierno norteamericano podría presionar con eficacia a Israel. Sin embargo, las posibilidades de que lo haga en un futuro inmediato son escasas si se tiene en cuenta que, en pleno período electoral, ninguna administración norteamericana correría el riesgo de enfrentarse a la poderosa minoría judía. Algún fundamento tienen, pues, las quejas del rey Hussein.
Líbano constituye otro motivo de profunda contrariedad para los proyectos jordanos. La invasión israelí del verano de 1982, por un lado, y, por otro, la errática política sobre la situación libanesa seguida por Washington, que primero envió y luego retiró sus tropas de lafuerza multinacional, han desembocado en un éxito político, y en cierto modo militar, de Siria. Aún se desconocen, en el momento de escribir estas líneas, los resultados concretos de la conferencia de reconciliación de Lausana, en la que están negociando el presidente Amín Gemayel y los jefes de los principales sectores políticos y religiosos del país. Pero en cualquier caso, un hecho que nadie pone en duda es que Siria está desempeñando un papel decisivo en todo ese proceso. En un mensaje que ha dirigido a la conferencia de Lausana, el presidente de Siria, Hafez el Asad, dice: "No hay solución militar al problema libanés... porque no puede haber vencedores en un país que se destruye a sí mismo". Siria ha tenido la inteligencia de colocarse como promotora de una solución basada en la reconciliación entre todos. Los objetivos de Siria no se limitan a los problemas internos de Líbano, sino que, apadrinando una solución política al crónico conflicto libanés, espera obtener una mayor influencia en el conjunto del mundo árabe, sobre todo de cara a futuras negociaciones sobre los problemas de Oriente Próximo. Ahora bien, el punto de vista sirio con respecto a Israel es muy distinto del jordano. La creación de un Estado palestino no es, en modo alguno, prioritario para Siria; más bien lo contrario. Fue precisamente Siria quien alentó la escisión radical contra Arafat y estuvo a punto de eliminar a éste.
A pesar de que el veto soviético impidió recientemente que el Consejo de Seguridad enviase a Líbano una fuerza de las Naciones Unidas, cada vez parece más probable que la discusión de los problemas del Oriente Próximo vuelva a las instancias de la ONU. El rey Hussein ha tomado, en este orden, una actitud interesante: al considerar agotada la capacidad de mediación de EE UU, propugna que ese papel sea desempeñado por los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU. En un orden más general, el secretario general, Pérez de Cuéllar, viene preconizando una conferencia especial de las Naciones Unidas dedicada a Oriente Próximo.
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