Reencuentro
El pasado 24 de julio de 1983, el rey Juan Carlos I de España recibía en la ciudad de Caracas el Premio Simón Bolívar, que Venezuela otorgaba como parte de los festejos del bicentenario del nacimiento del Libertador. Oficialmente, no sólo había sido aceptada con beneplácito la decisión de otorgar el premio al Rey de España, sino que fue una decisión buscada intencional e insistentemente. Vista como símbolo de la reconciliación de las dos Españas 200 años después, las Españas en los extremos del Atlántico.Fuera de esta decisión oficial surgieron los viejos resquemores y críticas de parte de bolivarianos. La sangrienta huella de la sangre vertida en las luchas de emancipación de que hablara José Vasconcelos seguía viva. ¿Cómo puede reconciliarse esta América con la nación que le impusiera yugo colonial a lo largo de tres siglos? Se hablaba de reconciliación con la madre patria. Un término que también era inaceptable en relación con ese, al parecer, imborrable pasado. Pero fue el propio rey Juan Carlos el que al recibir el premio utilizó otro término, el de reencuentro, sin hablar de España como madre patria; habló de España como una nación semejante a las naciones españolas al otro lado del Atlántico. Se trataba de reencuentro, que no implicaba relación de subordinación o dependencia. Más que madre patria, hermana patria.
Un espíritu común
Se trataba del reencuentro de dos Españas, la de Europa y la de América. Naciones que iniciaron un encuentro violento en 1492, para dar origen a un conjunto de pueblos con espíritu y preocupaciones comunes. En uno y en el otro lado tuvieron que enfrentarse a un enemigo común, el despotismo imperial. Españas, a su vez, en los límites de otra concepción de la vida y cultural, una al otro lado de los Pirineos, la otra al otro lado del río Bravo. La España en Europa y la España en América preocupadas por definir su identidad frente a la civilización al otro lado de su territorio. Ambas considerándose marginadas, al ser vistas como bárbaras; esto es, fuera de la supuesta modernidad que, para estar al alcance de ambas Españas, tendrían que renunciar a lo que les era propio. La una y la otra España preguntándose, a lo largo del mismo siglo XIX, por la posibilidad de una ciencia española, una filosofía o una cultura que no implicasen subordinación a un pasado que no había sido asimilado dialécticamente.
De la similitud de preocupaciones, de lo común que tenía la historia de las Españas hablarán destacados miembros de la España peregrina, de los trasterrados a esta América empeñados, como en esta América, por poner fin a viejos despotismos y por liberarse de un pasado que impedía el futuro a una y otra España. Miembro de esta España trasterrada lo fue José Gaos, quien de inmediato mostró a los americanos la similitud de las preocupaciones de la inteligencia española de la Península con la inteligencia hispanoamericana.
Era similar la preocupación de Feijoo, Cadalso, Larra, Balmes, Donoso Cortés, Sanz del Río, Ganivet, Costa, Menéndez Pelayo, Unamuno y Ortega con la de Bolívar, Bello, Sarmiento, Alberdi, Bilbao, Lastarria, Montalvo, Hostos, Martí, Varona, Sierra, Ingenieros Vasconcelos, Caso, Reyes, Romero y Samuel Ramos. Dos expresiones de una misma España en busca de lo mismo, luchando contra los mismos obstáculos internos y externos.
Fue Gaos el que habló de la España en Europa como la última nación que faltaba por hacer lo que habían hecho las repúblicas al otro lado del Atlántico, "independizarse de sí misma". Por ello, la España peregrina había sido obligada al trastierro, que no destierro. La España de ahora, que ya no la pudo ver Gaos, surgirá de un nuevo esfuerzo en lucha contra sí misma para liberarse de viejas cadenas. La España que será ayudada por su joven Rey, como las naciones españolas en América habían sido ayudadas, de diversas maneras, por los Bolívar, San Martín, Morelos y tantos otros.
En este sentido, el rey Juan Carlos dejaba de ser el símbolo del pasado Borbón en España y América para poder encontrarse con los hombres y pueblos que al otro lado del Atlántico habían luchado y luchaban por poner fin a despotismos internos y dominaciones externas. Reencuentro, no reconciliación, que implicaría perdón. Reencuentro que se había iniciado con la España trasterrada en 1936, borrando la brutalidad del encuentro iniciado en 1492, dando así otro sentido al mismo.
El reencuentro con la España de Vives, Valdés, Victoria y Las Casas, cuyo humanismo hicieron suyo los hombres que en América lucharon contra la colonización como en la Península se luchó contra el propio despotismo imperial y los imperialismos externos. El reencuentro con la España que en América, para deslindar el humanismo heredado de las expresiones de la dominación impuesta, prefería llamarse latina. No más madre patria, sino hermana patria en la búsqueda de un destino común que de muchas formas tendrá que serlo por su común origen histórico y cultural.
Centenario del descubrimiento
De extraordinaria importancia en este reencuentro lo será ahora el recuerdo del V Centenario del Descubrimiento de América. Importante será la revisión de la historia de la España europea y España americana; una historia en muchos sentidos paralela, ligadas hondamente en su destino. Saber qué ha representado para España el encuentro con América y saber, igualmente, lo que para los americanos de esta región ha significado y significa España en su historia y destino. Esta América que aún viene llamándose latina no desliga esta denominación de la vía por la que la latinidad le fue otorgada. No puede desligarla, ya que lleva a España en su sangre, lengua, cultura y religión. Pero también los problemas que la historia le ha planteado y las posibles soluciones. Es la latinidad expresa en la Philosophia Christi de los grandes humanistas españoles que en persona y con sus ideas acompañaron a los arrogantes capitanes conquistadores y a los rudos colonizadores para condenar la violencia del encuentro.
Fue este humanismo el que luchó para salvar los valores de la civilización cristiana, que nada tenían que ver con la intolerancia, ni menos aún con la arrogancia. El humanismo que vio en los naturales de esta América algo más que homúnculos; que vio a hombres con razón, y que, por tenerla, tenían también derecho a la libertad como individuos y a la autodeterminación como pueblos. La autodeterminación de los pueblos, como expresión de la libertad de sus hombres, por la que aún insistentemente viene luchando esta América hispana, ibera o latina; reivindicando así la más alta expresión de la herencia dejada por España en esta región, la misma España cuyos hombres, más que sentirse desterrados, pueden considerarse en ella simplemente trasterrados.
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