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La presentación en sociedad del Ejército chino

Un desfile militar preside por primera vez un aniversario de la revolución comunista

Todo está dispuesto en la histórica plaza de Tienanmen para el desfile de mañana, en el que participarán medio millón de personas. Las televisiones de Hong Kong han retransmitido estos días imágenes de los ensayos nocturnos que han venido realizándose. En el más tradicional estilo comunista, no sólo desfilarán los militares, sino también organizaciones de trabajadores y estudiantes. Los retratos de Marx, Engels, Lenin y Mao Zedong cuelgan de nuevo en los edificios de la gigantesca plaza -40 hectáreas de superficie-, junto a carteles con con signas como "viva la patria" y "revitalizar China".Habrá, sin embargo, innovaciones, como la utilización de 30 aparatos de rayos láser que formarán figuras de colores y una bandera china hecha de luces de neón. Habrá también pájaros domesticados que serán puestos en libertad y llamados de nuevo a sus jaulas, fuegos artificiales, miles de luces de colores y 10.000 macetas con flores para adornar la plaza y la avenida Chang'an, de 10 kilómetros de longitud, por donde discurrirá el desfile.

La atención de los observadores occidentales no se centra, sin embargo, en este derroche de luz y de sonido, sino en el tipo de armamento que los chinos van a exhibir y, especialmente, en el porqué de esta celebración mastodóntica por parte de un hombre como Deng, conocido por su pragmatismo y sobriedad, que siempre se ha opuesto a este tipo de festejos.

Armas de importación

Según el diario oficial en lengua inglesa China Daily, entre las armas que se presentarán mañana frente a los muros de la Ciudad Prohibida figuran misiles balísticos intercontinentales y otros de alcance medio y tácticos, todos ellos diseñados y fabricados en China. "El Ejército Popular de Liberación ha construido su armamento utilizando componentes electrónicos, semiconductores, rayos infrarrojos y láser, además de tecnología eléctrica, mecánica y óptica", señalaba el citado periódico.

Entre los expertos militares occidentales que asistirán al desfile hay una gran expectación por conocer los misiles balísticos chinos, además de los nuevos aviones de caza y de bombardeo y los últimos modelos de tanques medios y pesados, dotados de sistemas de tiro mediante rayo láser. También existe curiosidad hacia el armamento de importación que puedan presentar las fuerzas armadas chinas, entre el que se cree figuran transportes de tropas brasileños y algún tipo de cañón israelí que los chinos habrían comprado indirectamente, ya que no tienen relaciones con Israel.

Otra de las incógnitas que se despejarán mañana serán los nuevos uniformes que están siendo adoptados por los tres ejércitos y si llevarán o no distintivos de grado. Hasta ahora, soldados y oficiales del Ejército Popular vestían idéntico uniforme, con la única diferencia de dos bolsillos más en la guerrera de la oficialidad. Todos los indicios señalan que en un futuro próximo se restablecerán las divisas e incluso las condecoraciones.

La modernización del Ejército chino, que no sólo consiste en la incorporación de material de guerra sofisticado, sino en la reforma de las academias militares, el rejuvenecimiento de los cuadros e incluso del cambio de estrategia de una guerra popular heredada de los días de la revolución a la de un Ejército regular organizado en brigadas y divisiones, ha sido obra del propio Deng Xiaoping, que ha tenido que hacer frente a viejos generales conservadores, nostálgicos de los tiempos de Mao y Lin Piao.

Deng no desempeña ningún cargo de relevancia en la estructura estatal china. No es ni presidente de la República, ni jefe de Gobierno, ni siquiera ministro. Eso no le resta poder, y está claro, desde hace cinco años, que es él quien dirige la nueva política china, que incluye la apertura económica al exterior y el sistema de incentivos materiales a los trabajadores para mejorar la producción. Pero Deng es presidente de los comités militares estatal y del partido, sus únicos puestos oficiales, lo que supone el control de un ejército de más de cuatro millones de hombres, que es, junto con el Partido Comunista chino, el pilar básico del régimen.

Macao y Taiwan

El desfile de mañana en la plaza Tienanmen servirá para que Deng Xiaoping muestre a su pueblo y al mundo -hay centenares de invitados extranjeros- las reformas que ha llevado a cabo en las fuerzas armadas, pero también le permitirá anunciar la próxima reincorporación de Hong Kong a la soberanía china después del acuerdo rubricado esta semana con el Reino Unido. Con su teoría de "un país, dos sistemas", según la cual comunismo y capitalismo pueden coexistir dentro de China, Deng trata de recuperar no sólo Hong Kong y Macao, sino también Taiwan. El acuerdo con Londres ha sido su primer éxito en este terreno.

Durante los dos años de tensas negociaciones sobre el futuro de la colonia británica, hubo momentos en que se estuvo al borde de la ruptura. Al final, los chinos dieron un ultimátum: si no se alcanzaba un acuerdo antes del 30 de septiembre de este año (la víspera de la fiesta nacional china), Pekín anunciaría de forma unilateral sus planes para la colonia. Los británicos tuvieron que ceder, y la declaración conjunta se rubricó justo a tiempo para que Deng pudiera dar la buena nueva en la fecha deseada.

En un primer momento, Margaret Thatcher trató de salvar lo insalvable. Durante su visita a Pekín, en septiembre de 1982, la primera ministra británica, aún exaltada por su victoria militar en las Malvinas, defendió la validez de los tratados firmados en el siglo pasado, durante las llamadas. guerras del opio, por los que el imperio británico consiguió "a perpetuidad" la isla de Hong Kong y la península de Kowloon, en el continente.

Los chinos mantuvieron que esos tratados se firmaron bajo la presión de la fuerza militar y dejaron bien claro que en 1997, fecha en que expira el arrendamiento por 100 años de los "nuevos territorios" (el 98% de la superficie actual de la colonia), recobrarían la soberanía sobre todo el conjunto.

Aquella conversación entre Margaret Thatcher y Deng Xiaoping debió ser muy tensa. Según cuenta esta semana la revista Newsweek, en un momento de la entrevista, Deng se volvió a su traductor y le dijo: "Dígale a esta vieja vaca que cuando los chinos decimos una cosa estamos diciendo la verdad". Curiosamente, Margaret Thatcher se cayó por las escaleras del Gran Palacio del Pueblo al salir de la entrevista, en una escena retransmitida por la televisión a todo el mundo.

El acuerdo que finalmente alcanzaron Londres y Pekín sobre el futuro de Hong Kong tiene diversas interpretaciones. Para algunos, al empeñar la última joya del imperio, los británicos han hecho lo único posible y en las mejores condiciones posibles. Hay quien piensa, por el contrario, que Londres ha tenido que ceder en todo lo sustancial ante lo inflexible de la postura china, que ha sido más moldeable en otros aspectos accesorios.

Durante un momento de la negociación se especuló sobre un posible compromiso de Pekín para no llevar tropas del Ejército Popular a Hong Kong. Deng se vio obligado a intervenir hace unos meses para decir claramente que, como parte integrante del territorio nacional chino, Hong Kong contará con la presencia militar que el Gobierno central considere necesaria. El líder chino desautorizó, además, a otros portavoces, a excepción de cuatro -entre ellos, el jefe de la delegación negociadora y él mismo-, lo que muestra también su grado de participación directa en el proceso negociador.

Aunque Deng cortó en seco las pretensiones británicas de "desempeñar un papel" en la administración futura del territorio, el compromiso anunciado el pasado miércoles contiene más garantías de las que muchos habitantes de la colonia esperaban. Libertades como la de Prensa, religión, derecho de huelga, etcétera, de las que gozará el territorio serán, sin duda, difíciles de conjugar con la situación en el resto de China, donde actualmente no existen ta les libertades.

Los primeros en saberlo

Naturalmente, el peligro que amenaza a este acuerdo sobre el próspero enclave capitalista reside en los 13 años que faltan para su puesta en práctica. O, más exactamente, en lo que pueda ocurrir en China durante ese tiempo. Baste como ejemplo que sólo han pasado ocho años desde la muerte de Mao Zedong, cuando Deng estaba en desgracia, víctima de la revolución cultural, y sus enemigos de la banda de los cuatro -hoy en la cárcel-, en el poder.

Pero, por el momento, Deng Xiaoping parece controlar firmemente la situación. Su política de puertas abiertas ha dado buenos resultados económicos, que han permitido elevar el nivel de vida de sectores de la población. Y la República Popular China desempeña un papel más activo cada día en la escena internacional, desde la ONU hasta la Agencia de Energía Atómica o los Juegos Olímpicos. No es de extrañar, pues, que el máximo dirigente chino quiera celebrar por todo lo alto el 35º aniversario de la fundación del Estado. Entre los invitados a la ceremonia, por cierto, figurará, por primera vez, una importante representación del Gobierno de la colonia británica. O, como dice la propaganda oficial de Pekín, de "nuestros compatriotas de Hong Kong".

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