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Aplastante victoria republicana

Reagan tendrá dificultades para continuar su 'revolución conservadora'

Francisco G. Basterra

Ronald Reagan, impulsado por su inmensa popularidad personal y por la recuperación económica, que ha proporcionado un bienestar desconocido en este país desde hace 30 años, ha logrado un mandato popular de amplitud histórica, que le permitirá continuar su revolución conservadora otros cuatro años más desde la Casa Blanca. Sin embargo, no tiene un cheque en blanco, y el Congreso, que no ha conseguido dominar por completo, marcará los limites de su poder durante su segundo mandato. Pasada la resaca electoral, llega la mañana siguiente, y con ella, la terca realidad, que continúa donde estaba antes del 6 de noviembre: un déficit presupuestario de 170.000 millones de dólares, un dólar sobrevalorado que provoca un déficit comercial que supera los 100.000 millones de dólares, más elevados tipos de interés que retienen el crecimiento económico. En la escena internacional, las peores relaciones con la URSS desde la guerra fría, alimentadas por una escalada de armamentos nucleares desconocida en la historia de la humanidad.

El encanto personal del 40º presidente de EE UU, el más viejo en la historia del país, que concluirá su mandato con 77 años, y sus fórmulas mágicas del "nuevo amanecer de América" han sido elementos claves para lograr la victoria electoral, pero no serán suficientes para arreglar los problemas que enfrenta la segunda Administración republicana. Hacen falta una política y una estrategia concretas, y Reagan, que no se ha comprometido a nada durante la campaña electoral, ha preferido dejar todas las posibilidades abiertas.En las primeras horas de la madrugada del miércoles, cuando el presidente anunciaba su victoria desde Los Ángeles, se limitó a prometer cuatro años más de lo mismo: más crecimiento económico, no subir los impuestos, una defensa más fuerte pero con negociación, menos gobierno y una nueva reducción del gasto público en temas sociales. Sin embargo, al mismo tiempo pronunció este acertijo que todo el mundo trata de desentrañar hoy: "Esta noche no es el fin de nada, es el comienzo de todo. Los mejores días de América están aún por venir. Aún no hemos visto nada".

El Dunkerque de Mondale

El Dunkerque sufrido por Mondale es huérfano, pero la tremenda victoria de Reagan tiene ya decenas de padres. Para su electorado conservador más extremista, esa amalgama de la mayoría moral y de los predicadores fundamentalistas que inspira a un sector de la clase media, el mandato es claro: Reagan debe luchar para introducir una legislación contra el aborto, restablecer la oración de los niños en las escuelas, seguir bloqueando la definitiva igualdad entre los sexos, continuar el rearme para lograr una auténtica superioridad sobre la URSS y realizar una política exterior militante e intervencionista.Reagan, que ha aprovechado muy bien durante la campaña, como lo hizo en 1980, la ayuda de los extremistas de su propio partido, sabe, sin embargo, que sus banderas, sobre todo en las cuestiones sociales, no tienen consenso dentro del electorado que le ha llevado a la Casa Blanca. Este país es conservador, probablemente el que más en el mundo, pero ha sido una inmensa clase media, mayoritariamente desideologizada y que ha votado por el bolsillo, quien ha vuelto a llevar a Reagan a la Casa Blanca. Ha sido el centro del país, que huye del liberalismo representado por los demócratas, pero también del extremismo derechista, quien le ha dado otros cuatro años más en la Casa Blanca.

Es cierto que Reagan es el presidente más conservador del siglo XX, pero durante su primer mandato ha actuado más pragmáticamente de lo que hubiera hecho sospechar su marcada ideología. En la Casa Blanca se ha rodeado de tecnócratas, acusados de blandos y excesivamente liberales por la gente de la mayoría moral. Los graves problemas económicos del futuro y la difícil situación internacional que enfrenta este país no tiene soluciones ideológicas.

Como ha comprobado Reagan durante sus primeros cuatro años en el poder, es imposible reducir los ingresos fiscales y aumentar el gasto militar (el estado Reagan, a pesar de las promesas de aliviar el peso del Gobierno, se lleva más porcentaje del producto nacional bruto que en tiempos de Carter) y lograr al mismo tiempo un presupuesto equilibrado. Los números no cuadran y el déficit se dispara. No sirven las recetas ideológicas.

Tampoco ha servido la retórica anticomunista desplegada durante la primera Administración Reagan para doblegar a los soviéticos y obligarles a sentarse a una mesa de negociaciones. En su segundo mandato, el presidente tendrá que elaborar una doctrina internacional más flexible si quiere controlar realmente la carrera de armamentos. El país desea una defensa fuerte y una posición de firmeza frente a Moscú, pero el miedo a una guerra nuclear existe en el electorado, y es mayoritario el deseo de no ver marines envueltos en guerras fuera de sus fronteras. Reagan no ha recibido un mandato para realizar intervenciones militares en el exterior, y sólo una minoría cree aquí que Nicaragua sea Granada. No se habla de Vietnam, pero la lección no se ha olvidado.

En su primer mandato, Reagan no ha sido un prisionero de los extremistas de su propio partido y no parece que vaya a serlo en los próximos cuatro años. En las primeras horas tras la victoria se piensa en Washington que el presidente mantendrá en lo esencial su actual Administración, en la que hay un difícil equilibrio de moderados y halcones.

Sin embargo, su impresionante victoria le deja las manos muy libres, y, si finalmente lo desea, Reagan puede convertirse sólo en el presidente de la América más ideológicamente conservadora. Si decide actuar así, los riesgos para el país son enormes. En primer lugar, para su economía. El crecimiento económico, aunque a menor ritmo, parece asegurado para 1985, pero una recesión no es una amenaza utópica para 1986 si no se corrige el desequilibrio presupuestario. Y aún son mayores los riesgos para el resto de los ciudadanos del mundo si el presidente decide llevar a cabo una política exterior de intervención militar y confrontación ideológica con la Unión Soviética.

El consenso, destrozado

Existe, sin embargo, una corriente de opinión que ya se ha revelado tras la reelección, que apuesta por un segundo mandato en el que Reagan -que ya no podrá volver a ser reelegido en 1988- quiera pasar a la historia como el líder de todos los americanos, que recompuso el consenso destrozado tras la campaña.Personalidades como el ex secretario de Estado, Henry Kissinger, el columnista James Reston o el jefe del gabinete de la Casa Blanca, James Baker, apuestan por esta segunda vía, sobre todo en la política exterior.

Comienza a formarse la idea de que en los próximos meses Reagan buscará una entrevista con Chernenko que permita volver a la mesa de negociaciones. En unas declaraciones a The Washington Post, realizadas horas antes de su victoria, el presidente predijo que habrá negociaciones serias con los soviéticos sobre control de armamentos, y aseguró que su primera prioridad será lograr un entendimiento con Moscú.

Sin embargo, Reagan ha reiterado que los soviéticos sólo negociarán porque la política norteamericana de rearme les ha asfixiado económicamente y no tienen los recursos económicos y tecnológicos para continuar la carrera nuclear.

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