Palidez
Regresa triunfalmente el blanco y negro cuando ya tenemos pagados los plazos del palcolor y del vídeo, y sobre los chillones papeles pintados de la casa están inmortalizadas a todo color las grandes instantáneas familiares. No es que la pantalla policroma del cuarto de ver ande enferma de palidez, o que el cine de autor sea incapaz de pagar las tradicionales facturas de Kodak y Afga, o que la cuatricromía resulte prohibitiva para los diseñadores, o que Buero Vallejo tenga razón y todos seamos un poco daltónicos. Es que le sobraban colorines a la modernidad.El sarampión fin de siglo se ha vuelto blanquinegro. Los nietos del technicolor descubren las luces crudas del cine mudo. La estética ahumada del daguerrotipo desplaza el abrumador naturalismo colorista de las últimas décadas. Hasta los videoclips se han pasado con planos y decibelios al territorio del blanco y negro, porque en eso consiste la tarea transvanguardista, en despintar a mano lo que la electrónica había coloreado con obscena fidelidad.
Desde el cine a la televisión, desde el cartelismo audaz a las revistas ultramodernas, desde los clips hasta los chips, el espíritu del tiempo se tiñe de blanco y negro. Lo habían avisado Barthes, Susan Sontag, Woody Allen, Truffaut, Coppola y hasta el pinturero Warhol: en el fin de siglo ocurrirá el apagón de luces y colores. Los materialistas groseros dirán que la segunda gran crisis ha de tener necesariamente las mismas tonalidades grisáceas que aquellas fotografías de 1929. Y los pesimistas crónícos hablarán del octavo sello del Apocalipsis, sin darse cuenta de que el fin del mundo será una explosión de colores únicamente comparable a las fallas valencianas.
Se pueden hacer virguerías metafóricas con la moda blanquinegra en vista de cómo está el patio de luces. Pero no conviene olvidar un detalle: que el blanco y negro es un invento muy reciente. Las cosas de este mundo siempre fueron en color, incluso en technicolor apócrifo. Hasta que la fotografía y el cine no se popularizaron, sólo la escritura era en blanco y negro. Por eso palidece el tinglado de la farsa audiovisual, porque es la nueva escritura de los tiempos.
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