Entre Strauss y Schönberg

Orquesta Nacional de España.Solistas: Cuarteto Filarmónico de Berlín. Obras de Haendel, Haendel-Schönberg, y Strauss. Director: Jesús López Cobos.

Teatro Real. Madrid, 1 de febrero.

El Concierto grosso nº 7, de la opus 6, en la versión original de Haendel y en la elaboración de Schönberg, conformó, junto a la interpretación del Quijote straussiano, el último programa de la Nacional, dirigida por López Cobos. Contó para Strauss con la colaboración solista del violonchelo Jorg Baumann y del viola Wolfram Christ, que en unión de sus compañeros de la Filarmónica berlinesa, los violinistas Rudiger Liebermann y Michael Daut, constituyen el Philarmonisches Quartet.

Nada descubriremos al subrayar las inmensas posibilidades creadoras del arte de la transcripción. Pensemos sólo en los Vivaldi-Bach, en los pianísticos Bach-Bussoni, en Moussorgsky-Ravel o en las diversas traslaciones de Schoenberg, auténticas reinvenciones: en 1932 realiza Schönberg la transcripción de un concierto para clave de Monn a fin de adaptarlo al violonchelo y servir así una petición de Pablo Casals.

Al año siguiente, con destino al Cuarteto Kolisch, transforma el concerto grosso en si mayor, concediendo a los solistas de arco una parte protagonista, excelentemente tocada ahora por los filarmónicos berlineses.

Schönberg trata de modificar la obra en sus estructuras y en el mismo pensamiento sonoro. Amplió convenientemente la plantilla orquestal para la nueva vida de los pentagramas haendelianos, no sólo en el número de las cuerdas, sino por la adición de vientos a dos y percusiones. El fundador de la Escuela de Viena no podía conformarse con el sonido-Haendel y utilizó el concerto grosso para hacer schoenbergismo con toda la fuerza de su invención personal.

Naturalidad

Los resultados son verdaderamente fascinantes, aun cuando la partitura presenta dificultades que la ONE no puede resolver así como así. Estos pentagramas requieren un perfeccionismo bouleziano para que nos lleguen como si de Mozart se tratara por naturalidad. Con todo y ser meritorio lo hecho por nuestros profesores y lo montado por López Cobos, se advirtió demasiado el decalage entre el magnífico cuarteto solista y el tutti en todos los aspectos, sin olvidar el inicial de la afinación.

Las cosas marcharon mucho mejor en Don Qujote, pues no en vano nuestras orquestas, desde la primera hasta la última, se formaron a pechos del romanticismo y sus prolongaciones, una de las cuales se llamó Ricardo Strauss. Da la sensación de que, en cuanto el pathos filorromántico asoma el rostro, nuestros músicos se arrellanan en sus asientos y se disponen a pasarlo bien y, de paso, a hacérnoslo pasar bien a los demás. La parte de violonchelo fue tocada con muy bella elegancia, sin la menor concesión a la demagogia sonora o expresiva, por Jorg Baumann, músico refinado como su compatriota el viola Wolfram Christ, que dio a sus solos un relieve inhabitual.

La consecución de la unidad conceptual fue absoluta, y López Cobos realizó con calidad su idea ortodoxa del Quijote straussiano: un canto al idealismo universal.