¡Bravo, bravo, bravo!
Después de mucha pólvora, de mucho jolgorio y no poca maledicencia y algún que otro aplazamiento, llega Cyrano, llega Flotats, y llega con el famoso montaje de Scaparro, de la casi centenaria obra de Rostand, presentado por primera vez en el teatro del Giglio, en Lucca, la noche del 17 de octubre de 1977. Y como era de esperar -hay que ser muy mostrenco para no adivinarlo, aunque en el teatro siempre pueden producirse sorpresas, en esa sala horrible que es el nuevo Poliorama, mitad aparcamiento, mitad cámara de gas y algo también de chuchería posmoderna-, Scaparro, Flotats y toda su tropa, con la estupenda versión catalana, fresca, llena de aciertos, de malicia, de picante, de garra teatral, de Bru de Sala (premio Carles Riba 1972, vamos, que lo ganó siendo un crío), Scaparro, Flotats y toda su tropa, digo, han obtenido un éxito extraordinario y merecidísimo. Al terminar la representación, los bravos sonaban tan rotundos y tan insistentes, que más que en un teatro de verso uno creía encontrarse en la mismísima ópera.Éxito merecidísimo por diversas razones. Dejando a un lado la traducción de la que acabo de hablar, que ha ganado el Premio Josep Maria de Sagarra a la mejor traducción dramática en su última convocatoria y de la que ya me ocuparé con más detalle a raíz de su publicación, he de volver una vez más al montaje de Scaparro, del que ya les hablaba en la edición de EL PAIS del pasado sábado. Estamos en el teatro, dentro del teatro, y no un teatro cualquiera: el de la commedia dell'arte. Escena desnuda, limpia, con un tinglado de madera -el de la vieja farsa- ligeramente inclinado. Durante la representación, y cuando cada escena lo requiera, descenderán del cielo, mediante unas cuerdas teatrales -como las llama Scaparro; Barrault dice, hablando de esas cuerdas inevitables en los teatros, que un teatro es como un barco y que algún que otro marino ha terminado su vida en el teatro-, la mesa de Raguenau, el balcón de Roxane, se alzará el tinglado para mostrar las trincheras de los cadetes y, por últirno, descenderá la luna de ese cielo teatral. Una luna teatral, también de la misma madera.
Cyrano de Bergerac
De Edmond Rostand. Versión catalana de Xavier Bru de Sala. Intérpretes: Andreu Benito, Lloll Bertran, Fanny Bulló, Rosa Cadafalch, Pep Cruz, Josep Maria Flotats, Abel Folk, Jordi Godall, Norbert Ibero, Ramón Madaula, Pep Martínez, Óscar Molina, Víctor Pi, Pep Pla, Pep Planas, Mingo Ráfols, Dolors Rossinyol, Carles Sabater y Jaume Valis. Escenografía: Josef Svoboda y Roberto Francia. Vestuario: Pierre Albert. Música: Giancarlo Chiaramello. Puesta en escena de Mauricio Scaparro. Producción: Companyia Josep Maria Flotats. Dirección: Josep Maria Flotats. Teatro Poliorama. Barcelona, 3 de febrero.
Montaje esquemático, con un Cyrano vestido de negro, como Scaramouche. Rostand, casi todo Rostand, está ahí, pero no es un Rostand azucarado. Incluso sus piropos patrióticos, de un chovinismo enternecedor, están dichos con algo de soma. Lo que aquí domina es el negro, lo que manda y reparte juego es el negro de Cyrano, un libertino hábil, rápido de lengua y de espada, que al morir reconocerá lo injusta que con él ha sido la vida; pero, ¡ay!, debemos aceptar las reglas del juego. Dicho de otro modo, tal como el mismo Cyrano lo dice: "Cest justice, et j'approuve au seuil de mon tombeau: / Moliére a du génie et Christian était beaul".
Él, Cyrano, no era hermoso como Christian. Con su nariz quevedesca era el diferente. Pero ¿sólo por su nariz? No, no se hagan ilusiones. Lo que hace su diferencia es otra cosa. El falso triángulo Christian, Roxane, Cyrano, truco de libertino al fin y al cabo, ese corazón noble, no puede ocultarnos la verdadera personalidad, la verdadera diferencia de Cyrano. En la escena de la muerte todo queda muy claro. Ahí se habla, unos pocos momentos antes, de un posible asesinato en forma de accidente. De Guiche recomienda prudencia, que salga poco, porque sus enemigos son muchos. Y es que Cyrano, el poeta, el visionario, no se doblega ante el poder, no sigue el juego y las canta muy claras. Cyrano es el intelectual frente al poder. De ahí su modernidad. Y cuando Cyrano muere, cuando la ve Regar, fiel a su personaje, creado por él niÍsmo -disfraz/recurso del diferente, como esa nariz yo diría que casi providencial, que viene a completar el disfraz-, se saca la espada y empieza a dar estocadas. ¿Contra quién? Contra la mentira, contra los compromisos, contra los prejuicios, las cobardías, contra la estupidez, "mes vieux ennemis".
Ésa es la grande, amarga y tan teatral -estamos en el teatro, señores, donde se va a reír y a llorar- lección de Cyrano, de Savinien de Cyrano, dit de Bergerac, que nos emociona al verle caer, muerto, en un intento de agarrar su luna, su utopía -¿qué nos queda sino las utopías?-, olvidándose de su panache, ese orgullo que tal vez puede encajar con el espadachín de Rostand, pero que al lado de esa mano que intenta en vano alcanzar la luna se queda como un piñol, un piñol de un teatro que, afortunadamente, ya se fue.
Noblesse oblige: no conozco en este bendito país ningún actor capaz de hacer lo que hizo Flotats la noche del,domingo en el Poliorama. Hizo lo que le dio la gana con los versos. Los saboreó, los mordió, los escupió y los arrojó como quien arroja flores al público o margaritas a los cerdos. Fue una gran lección, de métier, matizando hasta lo indecible, pasando del sarcasmo a la ternura, de la ironía a la rabia. La escena de la muerte es de lo más grande que se ha visto aquí por un actor de aquí.
Junto a él, la sorpresa -hasta cierto punto- de descubrir una Rosaura jovencísima, alumna de L'Institut del Teatre, con una dicción, una sensibilidad y esa magia que Dios o el diablo reparten cuando quieren y a quien quieren, que hacen de ella no eso que siempre se dice, una joven promesa, sino una actriz, ya, de mucha fuerza. El resto de la compañía, muy joven en su mayoría, demostró entrega, disciplina y eficacia.
En resumidas cuentas, que estarnos ante un gran espectáculo. Con un Scaparro que le saca el polvo al clásico, nos acerca -el personaje a su verdadero mundo, mirándolo con mirada teatral y sensibilidad actuales, y servido por Flotats como sólo él podía servírnoslo. ¡Bravo, bravo, bravo!
Babelia
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