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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una idea que no cuaja

No hay harías con CalderónVersión de Ángel Facio sobre textos de Calderón de la Barca. Intérpretes: Salomé Guerrero, Aurora Herrero, Juan Carlos Lavid, Constantino Romero, Lola Peno, María Garralón, Ricardo Moya, Ernesto Ruiz, Mariano de Diego, Ovidi Monfilor, José Pedro Carrión, Manuel Andrade y Pepelu Arrebola. Música de Jordi Sabatés, por José Manuel Yanes y Juan Pablo Muñoz. Escenografía de Mariusz Chwedczuk. Vestuario de Xymena Zanieswka. Dirección de Ángel Facio.

Estreno: Sala Olimpia (Centro Dramático Nacional). Madrid, 14 de marzo.

Ángel Facio ha hecho un minucioso y delicado trabajo con Calderón de la Barca para convertir su teatro de enredo en vodevil. No merecía la pena. El vodevil no lo hacen las muchas puertas en un escenario y los trajes de finales del siglo XIX, sino al revés: nace el género de una cierta licencia de costumbres en una sociedad determinada.

Ángel Facio ha hecho una labor de minero tratando de sacar a luz de los textos de Calderón de la Barca lo que supone sepultado por la censura, por el miedo, por la opresión de su época; como si respetar ciertas formas y ciertas normas fuese más que el sentido que podía tener el autor de la vida entorno, una obligación. La verdad es que es difícil deslindar ambas cosas. El horror al adulterio, la necesidad de vengar el honor, la vigilancia estricta sobre la mujer, estaban evidentemente en el código de la corte más rigurosa y más compleja del mundo, pero es difícil pensar que Calderón mismo no compartiese esa idea de la vida, de la que fue eterno propagandista en todos los géneros que cultivó.

El sentido de los personajes, el ritmo, el lenguaje, el verso, las costumbres que reflejan las obras ligeras de Calderón no se acoplan a este estilo que es el propio del vodevil aparecido en el siglo XIX, y en París, como consecuencia de un concepto de la vida burguesa en la que la copia de la aristocracia se aligeraba, decaía y se ablandaba en un tipo de sociedad complaciente.

Esfuerzo inútil

Ha habido quien ha calificado el vodevil como simple comedia de costumbres con una exageración teatral de las acciones. Se ha llegado en nuestro tiempo a un virtuosismo en el teatro de vodevil, a una geometría y una lógica interna tan estudiadas que el remedo no vale. Todo el esfuerzo de reconstrucción de texto -sumando, corrigiendo, limando, reescribiendo-; todos los añadidos de dirección de escena, muchos de ellos muy hábiles, pero siempre forzados, no consiguen ni borrar a Calderón ni sacarle punta. Se disuelven en el aburrimiento de un enredo demasiado largo y que nos deja totalmente indiferentes.Hay una belleza en la escenografía, más plástica y artificiosa que funcional, y en los figurines. Hay mucho voluntarismo en la interpretación -del extenso reparto se pueden destacar Constantino Romero y José Pedro Carrión, precisamente por lo que tienen de calderonianos: la voz, la dicción del verso; pero la idea de la refundición no funciona, a pesar de la buena fe con que la ha abordado Ángel Facio, y el espectáculo naufraga en una sala con poco público.

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