La crónica negra y madrileña de Gutiérrez Solana
Este energúmeno hosco y desabrido, que con aguda pupila otea en los desmontes de la ciudad y se mezcla a menudo con la inclemente turba de los curdas y las prostitutas, este hombre de cojón de mico, que vigila en los rincones de tabernas grasientas y merenderos de mala reputación, paseante solitario de cementerios profanados, gran buitre entre las ruinas, espantajo entre los espantajos, máscara impasible en el carnaval de los miserables, notario de la crónica negra y registrador de la intimidad ajena, es don José Gutiérrez Solana, pintor de lo tremebundo y lo esperpéntico, que ha salido a airear su considerable nariz y su ojo impío después de haberse increpado sin misericordia ante el espejo: "Serías un perfecto cabrón si no hicieras un libro inspirado en el natural, que es la madre de todas las ciencias. Sal a la calle y airéate un poco, antes que te apolilles y te coma la tiña".Metido a cronista
No tiene el ánimo para bodegones. En el prólogo de su Madrid callejero, el pintor metido a cronista reconoce no ser de la generación de Lhardy, que al menos comía bien, ni siquiera. de la del noventayocho, a la que no le faltaron sus buenos potajes, ni mucho menos todavía de ese puchero de enfermo, en el que Solana veía nadando, como tropezones a la deriva, a los jóvenes cubistas, dadaístas y futuristas. Cuando Solana se encasqueta el sombrero y se oculta entre los pliegues de su gabán para tomar la calle por asalto, lo hace precisamente para "encauzar un poco a esta juventud alocada y rebelde".
El maestro no elige para sus magistrales lecciones las amplias avenidas ni los gratos bulevares, los cafés apeluchados o los restaurantes a la francesa. Prepárese el alumno a un via crucis de gallinejas y vino peleón, escabeches y callos, alubias y tajadas de bacalao en figones grasientos alejados de las vías principales. El catedrático no se detiene ante los monumentos de renombre, ignora los jardines y desprecia la historia, sus peripatéticos discursos se empalman a través de carnavales dionisiacos, romerías y saturnales de suburbio, barracas de feria, bailes de criadas, osarios anónimos y mercados exuberantes. Hay que tener el estómago fuerte y las piernas de hierro para poder seguirle por estos andurriales de Tetuán o del Manzanares, vocación de explorador y aventurero para sumergirse en el barro hasta llegar a lugares imposibles que no figuran en el mapa. Si por un momento desapareciera el candil con el que este Diógenes airado guía a sus discípulos a través de las tinieblas, los educandos creerían estar empantanados en las mismísimas zahúrdas de Plutón.
Ciudad desahuciada
Madrid callejero y Madrid, escenas y costumbres, obras reciente mente publicadas por Trieste, en colaboración con la Comunidad Autónoma de Madrid, recogen en cuidadosa edición la crónica de un Madrid desahuciado, de una ciudad sin nombre compuesta por precarios edificios inmensos solares, hondones y albañales por los que nunca se pasearon, quizá por no mancharse las botas, los cronistas municipales. Mientras que la vestales de la cultura se amodorran en los cafés recordando su glorioso pasado y los jóvenes modernos juegan a la provocación trivial, al futurismo de salón, Solana embadurna con su torvo expresionismo las viñetas de un gran mural castizo, y en sus textos reparte sopa con honda y pedradas en la mitad de la frente a los prodigios de la vanguardia local.
Solana disecciona cadáveres de gato, que levanta con la contera del bastón, describe los bubones de la sífilis en el cogote del niño de Vallecas y la color turbia de las enaguas de Rosa la Legañosa, que lleva la cara marcada por cinco navajazos. Ama el pintor y cronista los voluminosos traseros de las criadas de Tetuán, que producen sonoras ventosidades; examina con científico interés los esqueletos que sobresalen de los féretros despanzurrados del cementerio de San Martín, salta con agilidad entre los montañas de cascote y asiste impertérrito a las corridas matutinas de Las Ventas, en las que honrados zapateros del barrio acuchillan desaforadamente a las inocentes bestias hasta que se desangran entre los clamores de un público entendido en masacres.
Escatológico y brutal
Escatológico y brutal con la pluma y el pincel, Solana hace del costumbrismo tradicional un género de vanguardia. El catálogo de quimeras, deformidades y espantos que evoca en cualquiera de sus crónicas haría perder definitivamente el sueño a un superrealista experimentado y dejaría a los más crudos escritores naturalistas convertidos en autores de cuentos para niños.
Los años no han embotado la punta de sus escritos. Sangre y hollín, vinagre y Valdepeñas, jugos de la putrefacción o del deseo, orín y herrumbre son los ingredientes de su receta, pócima infernal que haría las delicias del mismísimo Pedro Botero.
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