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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Las conversaciones entre Moscú y Pekín

DESDE EL otoño de 1982, dos veces al año, en Pekín y Moscú alternativamente, se vienen reuniendo los viceministros de Asuntos Exteriores chino y soviético para intercambiar opiniones y buscar eventuales acercamientos. Tales conversaciones se han convertido casi en una rutina; no han dado hasta ahora resultados notables en el terreno político, y si bien se han incrementado los intercambios económicos, siguen a un nivel bajísimo. ¿Cabe esperar novedades en la tanda actual de conversaciones que se han iniciado el 9 de abril en Moscú?En su primer discurso ante el Comité Central del PCUS, a raíz de su nombramiento como secretario general, Gorbachov dijo que deseaba "una seria mejoría de las relaciones con China", y colocó esta cuestión en un primer plano de sus preocupaciones en el terreno internacional. La reacción china se expresó primero en la prensa de Pekín, que ha calificado con valoraciones particularmente elogiosas la personalidad del nuevo dirigente máximo de la URSS. Pero el propio secretario general del partido comunista chino, Hu Yaobang, acaba de dar un paso de mayor trascendencia; ha dicho que China está dispuesta "a elevar el nivel de sus negociaciones con la URSS". Y ha formulado de una manera nueva, más flexible, las dificultades que impiden una mejoría de las relaciones políticas. Hasta ahora, China ha insistido machaconamente en los tres obstáculos: concentraciones militares soviéticas en la frontera; ocupación de Afganistán; apoyo de la URSS a la ocupación de Camboya por Vietnam. En sus últimas declaraciones, Hu Yaobang ha dicho que lo importante es "eliminar la inseguridad en las fronteras de China, tanto en el Norte como en el Sur", Sería absurdo interpretar estas palabras como si China renunciase a insistir sobre las tres cuestiones indicadas más arriba y que para ella son decisivas. Pero significan una apertura para propiciar eventuales aproximaciones parciales, por etapas; quizá para un primer esfuerzo más centrado en lograr la disminución de la presión militar soviética en las fronteras.

La preocupación principal de la actual dirección china, junto con el impulso a su reforma económica, consiste en estructurar una política internacional lo más independiente posible. La modernización de su aparato económico depende en gran medida de una intensificación de sus relaciones con Japón, EE UU y Europa occidental. La cooperación con esas zonas, incluso en el terreno de los suministros militares, se está incrementando de forma notable. Sin embargo, el problema de Taiwan, que sigue recibiendo armas norteamericanas, sigue siendo un punto serio de conflicto entre China y EE UU. Es lógico que, en las presentes condiciones, el Gobierno de Pekín esté convencido de que mejorando sus relaciones con Moscú obtendrá a la vez un marco más favorable para impulsar sus relaciones con Occidente y afirmar, sobre todo, una política independiente.

Otro factor que no cabe subestimar es la reacción china ante la nueva estrategia anunciada por Ronald Reagan con la llamada guerra de las estrellas. Quizá en ninguna otra ocasión, desde: que se inauguró la nueva etapa, ha expresado el Gobierno chino de una forma tan clara su desacuerdo con un aspecto esencial de la política de EE UU. Pekín considera que su capacidad de disuasión nuclear, modesta. ya hoy con respecto a la de las superpotencias, quedaría anulada de hecho si la carrera de armamentos se trasladase al espacio exterior. Surge aquí un punto objetivo de coincidencia, al menos en la actual coyuntura, entre Pekín y Moscú que puede influir sobre el clima de las actuales conversaciones. Sin embargo, es muy difícil imaginar una evolución seria en esas relaciones si no se inicia un cambio en la política soviética en las cuestiones fundamentales para la seguridad de China, lo que incluye, inevitablemente, Camboya y Afganistán. No hay ninguna señal en Moscú en tal sentido.

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