Justo homenaje a Ernesto Halffter

La Orquesta Sinfónica de RTVE, con su titular, Gómez Martínez, al frente, ha desviado al final de su temporada en el Real, -cabría decir que felizmente- su línea programática. Independientemente de los resultados desiguales, la consagración de una parte entera a Ravel -Rapsodia y La Valse- y el trabajo excelente de los solistas de la orquesta -Jesús Meliá (oboe), Ramón Barona (clarinete), Juan Antonio Enguídanos (fagot) y José Vicente Puertos (trompa)- hizo del último concierto de abono, si no un acontecimiento, sí una especie de punto y aparte.No entiendo por qué el justísimo homenaje a Ernesto Halffter celebrado el viernes no se incluyó dentro de la temporada regular, con la garantía de un público asiduo que mayoritariamente admira, quiere y aplaude al discípulo de Falla. La música de Halffter, por sí misma, permitió que desde su juventud se celebraran con éxito conciertos monográficos, y la propia Sinfónica de RTVE la ha programado con frecuencia.

De una u otra manera, éste y todos los homenajes que se rindan a Halffter me parecen, más que justificados, debidos. Su aportación a la música española constituye un capítulo que el tiempo hará cada vez más precioso y significativo. Un compositor de 80 bien llevados años, cuya música veinteañera suena con frescor y vitalidad, posee impulso de perduración, lo que define el verdadero genio creador.

Los Bocetos sinfiónicos -nacidos para cuarteto y acomodados definitivamente a la orquesta en 1923- y la Sinfonietta, de 1925, piedra de toque y asombro del nuevo grande de nuestra música que anunciaron Falla y Salazar, José Subirá, Fernando Vela, Alberti y García Lorca, llenaron la mayor parte del homenaje.

Vivencias italianas

El Canticum a Juan XXIII, de 1964, para barítono, soprano, coro y orquesta, cuyo nacimiento en Milán seguí paso a paso, nos muestra -en la medida que esto es posible- otro Halffter: el impresionado por las vivencias italianas y por la figura del buen papa Juan e incitado por su largo trabajo en Atlántida, que contiene la expresión musical religiosa que Manuel de Falla soñó tantas veces para una misa.Como en otros casos, se equivocará quien busque en las obras fallescas de Halffter repetición, y mucho menos imitación inconsciente de su maestro. De él aprendió caminos que andaría con la libertad de creación situada por el propio Falla en la base de su ética artística. Por paralelismos, cercanía espiritual y diversas razones que sería largo de explicar aquí, la música espiritual de Halffter, más que literalmente religiosa, aparece vecina de la de otro sensible perfeccionista y, por cierto, encendido admirador de Falla: el francés Poulenc. Uno y otro han dado algunas de las obras más perfectas y conmovedoras de nuestro tiempo.

Gómez Martínez, Paloma Pérez, Antonio Blancas, Kriales, Quintana, Robles y la orquesta pusieron el mejor afán de homenaje al abordar las obras. Pero el gran protagonista, largamente ovacionado, fue Halffter, que, desde la escena, recogió el tributo de una admiración entusiasta.