Un aeropuerto convertido en jungla
IGNACIO CEMBRERO, La pasada Navidad, la milicia shií Amal (Esperanza) envió a piadosas adolescentes musulmanas a repartir flores y bombones a los pasajeros, en un intento de mejorar la imagen del aeródromo de Beirut, que los expertos de la aviación civil consideran como uno de los más peligrosos del mundo. Pero los cinco secuestros de aviones que han empezado o acabado en la capital libanesa en los últimos meses han dado definitivamente al traste con los esfuerzos para inspirar confianza hechos por el movimiento armado confesional que controla de facto el que fue el mayor aeropuerto del mundo árabe.
La última sorpresa que se llevaron los viajeros procedentes de Europa fue, el viernes por la tarde, la concentración sobre la pista, a medio kilómetro del avión desviado de la compañía norteamericana TWA, de 2.000 integristas shiíes que, gritando "Muerte a América, muerte a Israel" o "Jomeini es nuestro líder", manifestaban su apoyo a los piratas aéreos.Tres de ellos salieron encapuchados del aparato Boeing 727 hasta la escalerilla, donde Se les sumaron varios jeques religiosos, que a través del megáfono recordaron al presidente Reagan "que cada uno de nosotros es una bomba ambulante dispuesta a estallar en la cara del enemigo norteamericano o israelí".
El episodio del secuestro del avión de la TWA ha puesto espectacularmente de relieve el caos que reina en un aeródromo en el que las dos principales milicias musulmanas de Líbano, la drusa de Walid Jumblat y, sobre todo, Amal, no sólo cuentan con despachos, sino que sus afiliados vapulean a los gendarmes y soldados encargados de la seguridad cuando no se convierten en cómplices de sus actividades.
Cuando el miércoles 12 de junio el comando shií que se había apoderado de un aparato de la línea aérea jordana ALIA fue relevado por correligionarios frescos, la operación se desarrolló ante la mirada indiferente de la Sexta Brigada del Ejército libanés, en la que predominan los militares de la misma confesión religiosa que los piratas.
La misma pasividad caracterizó el comportamiento de las fuerzas de orden público cuando el pasado domingo por la noche algunos miembros del grupo que se había adueñado del Boeing se ausentaron para cenar con sus familias en los suburbios de la ciudad, o estas, incluso, se acercaron hasta el aparato para preguntar, acaso, de viva voz a sus retoños si no se habían mareado durante el vuelo.
Los reclutas de la brigada aludida, predominantemente shií, no dudaron en echar una mano a los milicianos para encerrar durante 20 minutos a 150 periodistas en la sala de tránsito del aeropuerto e impedir así que pudiesen ver en qué vehículos habían sido transportados los cinco rehenes norteamericanos, sobre un total de 40, que dieron el jueves por la noche una conferencia de prensa.
Para evitar ser acusado de complicidad, el comandante en jefe de las fuerzas armadas libanesas, general Michel Aoun, ordenó a principios de semana la retirada de sus 226 hombres destacados en el aeródromo de Jalde, pero en última instancia los soldados prefirieron acatar los consejos de su líder, Nabih Berri, máximo dirigente de Amal, y, por tanto, no han abandonado sus puestos.
Yassin Sweid, el general que les mandaba, sí presentó hace siete meses su dimisión, y uno de sus pocos colaboradores que aún permanece allí, el capitán Abdel Hamid Darwish, explicaba recientemente que carecían de "alambradas o barreras para impedir el acceso a las pistas" de vehículos particulares, mientras el material electrónico necesario para detectar armas o explosivos "está averiado y los registros son manuales".
Pero si la salida de un vuelo se retrasa hasta coincidir con la hora del almuerzo de los agentes de seguridad, como le ocurrió a este corresponsal en noviembre pasado, es posible que los pasajeros lleguen a embarcarse sin haber sido cacheados.
Últimamente, sin embargo, aquellos individuos que tienen la intención de exigir la liberación de algún preso libanés en algún lugar del mundo ni siquiera se molestan en adquirir un billete para embarcar en el vuelo, sino que se presentan directamente en un coche al pie de la escalerilla, que suben disparando al aire para que no quepan dudas sobre su propósito, como ocurrió con los secuestros de ALIA o de la Cyprus Airways.
Un informe de la Asociación Internacional de Transportistas Aéreos (IATA), recogido por la Prensa cristiana de Beirut, señalaba en diciembre que a las deficiencias técnicas del radar del aeropuerto había que añadir la excesiva altura de las casas construidas ilegalmente en su entorno, compuesto por barrios shiíes y campamentos palestinos, y la presencia de jeeps de milicianos en las pistas, que en más de una ocasión habían obligado a abortar aterrizajes.
Pánico generalizado
En estas condiciones no es de extrañar que la única compañía aérea que se atreva aún a operar sea la libanesa MEA, aunque algunas líneas de países del Este hacen escala muy irregularmente, y que los únicos pasajeros que se arriesguen a utilizarlo sean los musulmanes de Beirut oeste, mientras los cristianos del Este prefieren navegar hasta el puerto chipriota de Larnaca, donde toman el avión.
La IATA no descarta decretar, por primera vez en su historia, un boicoteo del aeropuerto, y algunos países, como Irak, se niegan ya a recibir vuelos procedentes de Beirut, mientras las autoridades de la aviación civil egipcia acaban de anunciar que los aviones de la MEA serán rodeados por tanquetas nada más tomar tierra en El Cairo.
Consciente de la anarquía que impera en una de las dependencias de su ministerio, el titular de la cartera de Transportes, el druso Jumblat, reconoció esta semana su impotencia ante el deterioro de la situación, "porque hay una gran diferencia entre la responsabilidad nominal que tengo y mi capacidad real de actuación".
A continuación llamó amablemente la atención a Amal sobre sus abusos, pero el ministro no parece estar en condiciones de dar lecciones a nadie. Cuando, en febrero, un miembro druso de la seguridad oficial del aeropuerto se apoderó de un avión, causando la muerte de un pasajero, para obtener un ascenso, Jumblat no sólo le recibió en su palacio, sino que le concedió la promoción exigida.
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