La propina de la Filarmónica de Nueva York
Un incidente diplomático -Estados Unidos recomendó a la orquesta que no viajara a Atenas como consecuencia del secuestro del avión de la compañía norteamericana TWA- ha sido la causa de que los madrileños hayan podido disfrutar de un concierto extraordinario de la Filarmónica de Nueva York organizado con entusiasmo en una mañana de sábado por un reducido número de personas del Teatro Real, el Citibank e Ibermúsica.De esta forma, el domingo se transformó en uno de los pocos días de descanso que ha tenido la orquesta durante su gira, día que aprovecharon para conocer Toledo. Naturalmente, todo ello no hubiera sido posible sin la predisposición de la agrupación a volver a tocar aunque sólo fuese a cambio de cubrir los gastos de dos días extras en Madrid mediante la recaudación de la caja del teatro.
Orquesta Filarmónica de Nueva York
Director: Zubin Mehta. Obras de Berlioz, Dvorak y Ravel.Teatro Real. Madrid, 24 de junio.
Si la Filarmónica de Nueva York traía tres programas para su gira europea, lo cierto es que en el Real se ha escuchado una obra, la Sinfonía fantástica, de Berlioz, que sólo estaba prevista para un concierto benéfico en Tel Aviv, en el que Mehta dirigirá a una orquesta compuesta por elementos de este conjunto y de la Filarmónica de Israel, de la cual es director vitalicio. El carnaval, de Dvorak, y la 'Suite número 2' de Dafnis y Cloe, de Ravel, centraron la segunda parte.
Si ya mucho se ha hablado y escrito de la perfección de la Filarmónica de Nueva York, otro tanto habría que apuntar de su versatilidad, eclecticismo y flexibilidad. El primer programa nos transportó a través de un nítido mundo barroco, un refinado clasicismo con intervenciones solistas de auténtica excepción -¿será Myers la mejor trompa del presente?- y un denso pero transparente posromanticismo. El segundo, además de profundizar con auténtica maestría en el lirismo posromántico de la Quinta de Mahler, aportó una pincelada contemporanea con e Prisma, de Drukman, y este tercero nos mostró cómo el formidable conjunto neoyorquino puede pasar de las sutilezas sonoras del impresionismo a la espectacularidad de orquestación de un Berlioz. Pero estos programas que nos han brindado presentan también la otra cara de la moneda. Porque, ¿acaso no es un lujo excesivo que en una gira de 120 elementos se utilice sólo una docena para un Concierto de Brandenburgo?, o quizá ¿no habría resultado más interesante incluir la Alpina, de Strauss, en vez de la Doméstica, tan infrecuente como ésta pero muy superior en calidad? Y ello por no mencionar el cuestionable atractivo de la Fantástica.
Gradación descendente
Sucede así que la orquesta deslumbra el primer día, entusiasma el segundo y gusta el tercero, dado que la falta de auténtico contenido musical de la última jornada puede llegar a introducir un cierto matiz de superficialidad en el trabajo de los músicos.Dos años después de la muerte de Beethoven escribía Berlioz su bra hasta entonces más ambiciosa, una sinfonía programática en cinco movimientos, "un episodio en la vida de un artista". Indudablemente, nadie había logrado anteriormente extraer tal riqueza de una orquestación, aunque esa misma preocupación en exceso por ella vaya en detrimento de la músíca a la que envuelve, a veces suave y tierna, otras sombría y en ocasiones trágica y grandiosa, pero de contenido tan discutible que hizo que gente como A am o arr a tachasen de música sin melodía y la comparasen a "un plato de perdiz con coles que sólo se compusiera de coles". La orquesta volvió a asombrar por su empaste y redondez, con staccatos de admirable conjunción en los que cada sección suena como si de un solo instrumento se tratase. El viento y la percusión, y muy especialmente el primero, demostraron una vez más ser lo mejor, mientras que la cuerda queda algo por detrás tanto en intensidad de sonido como principalmente en belleza del mismo. ¡Qué diferencia entre el himno nacional del segundo día y aquel que interpretase la Filarmónica de Viena de forma que quizá no vuelva a escucharse en el Real!
La segunda parte, con los músicos en camisa y Mehta aguantando el tipo en frac, cosechó probablemente aún más vítores. Tras el superfluo Carnaval, admisible para abrir un concierto pero dudoso tras el descanso, se vino abajo el teatro ante el no ya brillante sino apabullante final de Dafnis y Cloe, que, sin embargo, no se había iniciado tan certeramente. El maestro Mehta, cuya estampa con el brazo izquierdo casi en jarras y gestos briosos, secos, precisos y claros dimana autoridad, hubo de conceder dos propinas de carácter muy a tono con el programa que suponen la despedida del Real.
Babelia
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