Contribución a la creacion de un mito
No hace mucho le vi en una cafetería. Se le había complicado el trámite de pagar. Siempre tuvo Manolo Sacristán el afecto de quienes se les complica las cosas más habituales y rutinarias, y, en cambio, se crecen ante los razonamientos más complejos, más próximos al final e imposible desvelamiento de la verdad absoluta. No hace mucho un estudioso de la historia del PCE me pidió un poema mío contra Sacristán que yo escribí en tiempos de silencio y que, por lo tanto, publiqué en una revista argentina hace más de 20 años, Cormorán y Delfin se llamaba la revista, y luego nunca reproduje en ninguna edición de mis libros de poemas. No hace mucho alguien me dijo que Sacristán estaba muy enfermo, fue una periodista mexicana de Nexos, creo, y yo le contesté: Sacristán siempre ha estado muy enfermo, siempre no los han propuesto como una vida transitoria, delicada, una máquina de pensar a punto de ser traicionada por las vísceras más innobles. Es decir, Sacristán seguía estando presente en mi experiencia cotidiana, ciudadana, intelectual, rememorativa y a esta hora de urgente balance, un balance escrito a más de 100 kilómetros de distancia de su muerte, con el teléfono de EL PAIS en el pecho, me doy cuenta una vez más del inmenso espacio que Sacristán ha ocupado, quisiéramoslo o no, en la formación de nuestra consciencia, de la consciencia de aquellos estudiantes de la Universidad de la segunda parte de los años cincuenta y de los años sesenta a los que nos prestaron un quehacer revolucionario.Máquina de pensar
Tuve ocasión de tratarlo muy próximamente, casi en reuniones para dos, en un período de observación de conducta clandestina, la mía, naturalmente, y pude darme cuenta de cerca de la precisión de aquella máquina de pensar, evidenciada en el resultado de uno de los lenguajes más precisos, más cargados de significación que yo he escuchado en este país. Le admirábamos todos. Luego algunos le adoraron y otros incluso le odiamos, aunque fuera transitoriamente. Pero nunca dejamos de admirarle y al historificar, aunque sea de urgencia e impresionados por su muerte, hemos de proclamarle como el gran introductor del marxismo en la cultura catalana y española de la posguerra, como el intelectual que con más rigor trató de dotar a la vanguardia crítica de este país de los elementos de comprensión del paisaje dialéctico de nuestro tiempo. Sobre él pesaba la gran cuestión que Sartre hizo suya y de su generación: el papel del intelectual en relación con el nuevo sujeto de la historia, la clase obrera.
Sacristán asumió y realizó la respuesta intelectual a este desarío del conocer, pero detrás de la frialdad de los cristales de sus gafas se percibía una ternura expiatoria que le predisponía a una gran indulgencia hacia los nuevos y necesarios hacedores de la historia y un gran recelo hacia su propia casta, la de los intelectuales pequeño burgueses en ocasiones víctimas del espejismo de un desamor de clase transitorio.
Nos entusiasmaba tanto que llegamos a decir: que piense él, nosotros plantaremos coles. Eso lo dije yo, exactamente yo, hace 25 años, después de una conferencia que él dio sobre el saber científico en una universidad en la que estaba prohibido hasta Maritain. Le amábamos tanto que quisimos ser correspondidos y eso no siempre ocurre. Por lo demás, al margen de nuestras visiones privadas del personaje, ahí queda su disgregada pero importante obra escrita, recientemente editada por Icaria, y su inspiración en la pasión, vida y obra de un partido, el PSUC, y en personas y revistas que algún día alguien se encargará de convertir en comunicación. Yo propondría como texto obligatorio para toda clase de posmarxistas ese precioso editorial del primer númer o de Materiales, escrito o inspirado por Sacristán y que ha sido- el más alto exponente del grado de perpleja lucidez de una casta intelectual que supo desconfiar a tiempo de su propia retórica. Ese editorial es casi un credo en la esperanza materialista.
Sospecho que el personaje Sacristán podría ser reconstruido hasta lo irreconocible si nos lo dejan a sus contemporáneos o a sus discípulos. Deberíamos tener una reunión previa donde reconocer el inmenso impacto que causó en nuestras vidas mentales y prueba de ello es que siempre fue tema de nuestras,mejores y peores conversaciones. Nunca se ayudó excesivamente a sí mismo a delimitar su propio personaje. Por su casi secreto amor al teatro tal vez imaginó que, una vez muerto, todos subiríamos al escenario y, al tratar de reconstruirlo, sólo hablaríamos de él como nuestro problema.
Babelia
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