La presencia de los ministros de Cultura de Francia y Grecia estrecha las relaciones entre cine y Estado
ENVIADO ESPECIAL Los ministros de Cultura de Francia y Grecia, Jack Lang y Melina Mercouri, asistieron ayer al festival de Venecia en apoyo de sus respectivas cinematografías. Su presencia estrecha las relaciones entre la industria del cine y el Estado. El griego Pantelis Vulgaris presentó Años de piedra, crónica de la imposible vida matrimonial de una pareja encarcelada por las sucesivas dictaduras. Jerzy Skolimowski Se ha recuperado de su anterior fracaso con Barco-faro, y Silverado, de Lawrence Kasdan, anuncia el difícil resurgimiento del género cinematográfico del western.
Los festivales de cine están convirtiéndose en plataformas de prestigio tan importantes que el tradicional protagonismo de productores y distribuidores enfrascados en sus negocios queda hoy en segundo término ante las presencias fulgurantes de ministros de Cultura que aparecen coincidiendo con la proyección de las películas de su país; tal es el caso del francés Jack Lang o de la griega Melina Mercouri.Claro que el cine es, cada vez más, un arte de Estado, una forma de expresión que depende de las subvenciones ministeriales, de las ayudas financieras que aporta la televisión pública.
Los ministerios de Cultura, aunque no coaccionen a los creadores y se limiten realmente a impulsar iniciativas sin determinar ni estilo ni orientación, se sienten como Mecenas renacentistas y sus máximos responsables aparecen en los festivales para ayudar a la promoción de la imagen cultural del país e, implícitamente, reivindicar la tarea que están desarrollando desde un organismo oficial.
Petrina Chronia (Años de piedra), del griego Pantelis Vulgaris, es la crónica de la imposible vida matrimonial de una pareja repetidamente encarcelada por las sucesivas dictaduras.
Sus protagonistas, en 20 años, apenas consiguieron estar juntos unas 70 horas. El resto del tiempo, o él o ella estaban en la cárcel o el exilio. El filme cuenta los hechos históricos de manera indirecta, a través de pequeñas anotaciones laterales.
Símbolo de oposición
Lo que muestra es el drama de Eleni y Babis, expuesto de manera estilizada, pero con un ritmo un tanto ferroviario, de película que se arrastra lánguidamente por los raíles de lo previsible.La emoción aparece a menudo, fruto tanto del respeto con que se narra como de la intensidad misma de lo narrado, pero en conjunto lo que más perjudica al filme es su, carácter de glosa de un martiriologio, pues la pureza de los personajes y su capacidad para abstraerse de la realidad es excesiva, máxime cuando la discusión ideológica carece de importancia en la cinta, que habla de los dos miembros del partido comunista griego como de dos símbolos de la oposición a la dictadura.
Skolinowski se recupera
Con Lightship (Barco-faro), Jerzy Skolimowski se recupera del traspié que supuso, comercial y artísticamente, el fiasco de Success in the best revenge.En esta ocasión ha abandonado su afición a ciertas extravagancias superreales para contar una historia dramática que transcurre en un espacio cerrado, un barco con el ancla permanentemente echada y que servía hasta principios de los años sesenta como orientador luminoso en zonas de niebla o temporales frecuentes.
En ese navío conviven un capitán y su hijo, unos pocos marineros y el peligro que llega de fuera: tres gánsteres cuya barca ha naufragado.
Esta pequeña banda la comanda Robert Duvall, con una caracterización que le convierte en el Clifton Webb del crimen, y su función en la historia es ayudar a que el hijo y el padre se reconcilien; para el muchacho, el pasado de su padre es un secreto vergonzoso porque esconde historias de cobardía.
Luego descubrirá que no era cierto, que el valor y la cobardía son valores relativos y que él mismo no es quién para juzgar.
Situación única que ha de desembocar en un inevitable estallido de violencia, Lightship es una excelente demostración de estilo y de dirección de actores. El capitán, interpretado por Klaus Maria Brandauer, también resulta formidable, sin que se noten los roces constantes que existieron entre el actor y Skolimowski.
Un ejercicio de escritura nerviosa y fuerte, que sabe captar pequeños detalles y fabricar, a base de montaje, un universo en el que el barco tan pronto se asemeja a un claustrofóbico submarino como a una tenebrosa nave espacial salida de Alien.
Del estreno europeo de Silverado, de Lawrence Kasdan, se dice que, junto con Pale Rider, de Eastwood, simboliza la difícil resurrección de un género abandonado desde la segunda mitad de los años sesenta, en parte por razones industriales y en parte por el agotamiento de sus fórmulas narrativas.
Babelia
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