La Iglesia española 'se confiesa'
La cuarta y última ponencia del congreso tenía que haber suscitado más interés. Redactada por los seis obispos presidentes de las comisiones episcopales organizadoras, se proponía responder a la sugerencias y demandas que en número de 1.215 habían llegado de todas las diócesis españolas. De ellas, 1.081 estaban avaladas por organizaciones.Los grupos de trabajo que no han llegado a conocer concretamente los 4.000 folios que las recogen, han venido a confirmar y concretar las mismas peticiones. Los obispos, al comienzo de su escrito, expresan su propósito de acoger, escuchar y discernir todas esas voces a la luz de los documentos del Concilio, de los Papas y del episcopado español. Una vez más, organizaciones laicales, clero y religiosos se manifiestan espontáneamente ante la jerarquía. Esta vez el encuentro se producía sin tensiones ni acritudes. Durante el último medio siglo el diálogo fue difícil. Podrían recordarse fechas concretas de las décadas de los años treinta, cincuenta y sesenta en las que esos encuentros se malograron por la carencia de formulaciones concretas de una y otra parte. Yo estoy convencido de que las grandes crisis del catolicismo español coinciden con el fracaso de esos encuentros culminantes.
El número y la especie
Los obispos ponentes han optado por hacer una especie de confesión general, pero sin llegar al número y a la especie de los pecados. El sujeto confesante es toda la comunidad católica española. He aquí una síntesis del catálogo de pecados colectivos: "Hemos velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios"; "hemos podido privar a muchos hombres de su más fundamental derecho: el de conocer y amar a Jesucristo"; "tal vez hemos encadenado la palabra de Dios"; "unos y otros hemos provocado divisiones en el interior de la Iglesia"; "en ocasiones hemos criticado sin amor a la Iglesia"; "no todos hemos presentado íntegramente el mensaje de Jesús"; "nos hemos dejado contaminar por la sociedad del bienestar y llevados por la fiebre del tener"; "no podemos afirmar con mucho énfasis que nuestra sociedad haya estado a la altura de los grandes problemas de hoy: de las injusticias, el hambre, el paro, la paz"; "nos hemos fiado poco de Dios y hemos puesto demasiada confianza en los poderes de este mundo", etcétera. En la ponencia se hacen también veladas acusaciones a determinados sectores de la Iglesia.
No es poco que los representantes de la Iglesia española reconozcan públicamente estos defectos. La autocrítica es una virtud de las instituciones fuertes. Se acusan a sí mismos los hombres de la Iglesia española. Confiesan que no han sido siempre fieles al Evangelio.
Ofrecen unos puntos de reflexión para que todos los católicos españoles se examinen y se conviertan. Ése ha sido fundamentalmente el objetivo del congreso. Las conclusiones finales recogen estos mismos propósitos.
Muchas de ellas se mueven aparentemente en la abstracción genérica, pero van a las raíces de las desviaciones más graves. Se abre ahora el interrogante de que cada uno asuma su responsabilidad. No se trata de acusar, sino de acusarse. Se han señalizado los caminos, pero hay que recorrerlos.
El congreso no se ha quedado en el punto de origen. Tampoco ha llegado a ninguna meta. Más bien ha significado un alto en el camino para orientarse en la marcha. Supone necesariamente otra serie de encuentros y de análisis más concretos que hay que poner en marcha. Puede percibirse la coincidencia de un impulso común, bien orientado, en el que podrían encontrarse todos los católicos españoles.
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