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Tribuna:LA REINSERCIÓN SOCIAL DE LOS TERRORISTAS
Tribuna
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La mano tendida del señor González

.Ahora se cumple un año de la celebración del debate parlamentario sobre El Estado de la nación. El acontecimiento, que había despertado cierta expectación, resultó decepcionante al quedar reducido a un soporífero chalaneo de escasa brillantez dialéctica y a un pugilato versallesco entre el partido en el poder y la oposición oficial o normalizada. En su respuesta al portavoz de la minoría vasca, el señor González, utilizando el habitual tono enfático, pedagógico y moderadamente severo, hizo un canto desiderativo por la paz que remató con el anuncio de que "tendía la mano a los terroristas que tomasen el camino de la reinserción". En posteriores declaraciones, diversos mandamases del PSOE han venido reiterando la oferta de concordia.

Si especulamos en clave de racionalidad, de lógica natural, sobre el alcance exacto de tal afirmación, cabe preguntarse: ¿qué entenderá el señor González por tender la mano? ¿Se tratará de un paso de baile, o tal vez de un escorzo de velada rentabilidad política, o, mejor, no será una afectuosa y compasiva congratulación por la ingenuidad del oponente? Es dificil saberlo si no se está iniciado en las claves de la mutación semántica de la clase política, pero lo que está claro es que no se trata de fe en las medidas políticas y voluntad sincera de ponerlas en práctica para solucionar de modo estable el problema de la violencia. Antes bien, los hechos evidencian que el Gobierno central ha apostado por la solución policial, por la represión en todas sus variantes, arrinconando las medidas políticas. Éste no es un juicio de valor vertido por un quisquilloso crítico de la gestión socialista. En absoluto. Pero el virtual fracaso de una operación que ellos mismos auspiciaron con el apoyo y el patrocinio del Gobierno vasco y la mediación del Defensor del Pueblo, será de su exclusiva responsabilidad. La anterior afirmación puede parecer extraña o ingrata viniendo de un beneficiario del decreto de indulto del 18 de julio de 1984, pero, dejando aparte ese gozoso evento particular, lo cierto es que las escasas excarcelaciones han quedado reducidas a un gesto táctico o, en todo caso, a algo muy alejado, de la filosofía que pretendieron imprimir al proceso las demás partes implicadas.

Mientras el Gobierno vasco, el Defensor del Pueblo y los propios presos veían en las medidas un eficaz instrumento de reconciliación y un avance en el proceso de pacificación de Euskadi, se diría que el Ministerio del Interior intenta servirse de ellas como un elemento más del enfoque represivo que está dando al tema de la violencia política. Y, consecuentemente con ello, no les importa crispar en lugar de distender, mantener una actitud arrogante en vez de negociadora, aplastar antes que convencer y optar por la demagogia parlamentaria cuando tenían que empezar por cumplir los compromisos contraídos con las minorías -que si son tales en el conjunto del Estado, no lo son en sus respectivos países- e incluso con su propio electorado.

Arriesgada altanería

Pero hay otro aspecto de la cuestión, a mi juicio igualmente importante. Desde esa arriesgada altanería que debe de ser algo consustancial con el ejercicio del poder, tal vez no reparen en que están jugando no sólo con la esperanza genérica de un pueblo, sino con los sentimientos de personas concretas. La apuesta por la vía pacífica de un sector significativo de los presos conlleva un alto coste personal a ellos y a sus familias, y en absoluto están dispuestos a dejarse manipular. Me consta que ninguno de ellos se está replanteando la firme decisión de defender sus respectivas ideologías pacíficamente, pero al mismo tiempo se niegan a permanecer indefinidamente como rehenes en esta expectativa demencial.

Algún miembro del Gabinete González ha declarado en entrevistas privadas que existen presiones y dificultades que entorpecen el normal desarrollo de la operación. Sin embargo, pienso que el problema radica en la ceguera crónica que los sucesivos Gobiernos centrales, demuestran ante las cuestiones periféricas. No acaban de entender que se ha llegado a la actual situación en Euskadi a causa de una acumulación de agravios históricos cuya reparación continúa hoy pendiente. Ese irredentismo del que hablan sarcásticamente algunos eminentes analistas políticos con parcela y pesebre manchegos, no es otra cosa que el ansia de justicia y soberanía de un pueblo que cree en su futuro. Una paz auténtica y duradera, erigida sobre cimientos de justicia y libertad, no puede venir del exterminio físico del oponente, sino de la negociación imaginativa y de la aplicación de soluciones políticas.

Basta ya, pues, señor González, señor Benegas, de realizar ofertas generosas de reinserción cada vez que ETA se pone de actualidad. No es razonable esperar la mínima credibilidad si se sienten incapaces de cumplir el compromiso contraído el 6 de febrero de 1984 con más de 100 presos y exiliados vascos. El asunto ha sido vendido convenientemente a todos los principales estamentos del Estado, la abrumadora mayoría del pueblo vasco lo aprueba y lo apoya activamente, no se ha dado un sólo caso de reincidencia y no quedan ni tan siquiera pretextos burocráticos para demorar la puesta en libertad de los incluidos en la operación.

A pesar de todo, en los últimos nueve meses han sido concedidos solamente dos indultos. Esperamos, no obstante, que se rompa pronto esta tónica y continúen las puestas en libertad al ritmo que se pactó en su día. Sería deprimente llegar a la conclusión de que es necesario erigirse en alguna suerte de poder fáctico para aspirar a ser tomado en consideración y a ver respetados los acuerdos.

Carlos Catalán es ex militante de ETA Militar y está acogido a las medidas de reinserción social.

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