El triunfo de la sencillez
Quizá lo más admirable de la primera parte del Mahabharata de Peter Brook sea la falta de pedantería, la ingenua simplicidad que devuelve al teatro ese sentido de la gracia primitiva o de la ingenuidad, que era uno de sus valores, y que la inmensa sabiduría humana de Shakespeare todavía respetaba. No viene por azar el nombre de Shakespeare a esta cita. Es algo de su teatralidad -que tan profundamente conoce Peter Brook- la que aparece frecuentemente en esta obra, sobre todo en el final trágico de la partida de dados, donde la ambición, la fiereza, la astucia, la derrota, la soberbia, el sueño del dominio del mundo hacen su aparición sin que se pierda nunca la sencillez, la docilidad del teatro hacia sus motivos eternos y hacia su forma propia de expresión.Peter Brook dispone la escena en un cuadrilátero apenas disfrazado de escenario: unas paredes de listones de madera y un suelo arenoso con dos láminas de agua vieja, encharcada. Se convierte en una especie de plaza de zoco, donde se cuenta un cuento, que el poeta dicta al amanuense: es el cuento del origen de los tiempos.
Sobre el relato se hilan las escenas, los personajes se mezclan, se va ciñendo la trama con un ritmo creciente. La propia infantilidad de uno de los más antiguos relatos del mundo suministra la ironía; el texto francés de Jean-Claude Carrière apenas tiene necesidad de subrayarla de cuando en cuando para dar el breve toque de inteligencia o de lucidez actuales al texto, que está continuamente escrito dentro de ese sentido de lo directo y lo elemental: contar, dialogar claramente, dirigirse a un público amplio y universal.
Este idioma escrito tiene una curiosa versión oral por el hecho de que los actores, de distintas nacionalidades y razas, pronuncian el francé s más bien como pueden que como deben, lo cual acentúa esa sensación de relato doméstico, de grupo de amigos que nos están escenificando una buena historia. La enorme profesionalidad que hay en todo está en su justo lugar: es invisible.
Esta disimilaridad en los actores, incluso hasta cuando su aspecto físico está en contradicción con el papel que desarrollan, es una constante de Peter Brook, y forma parte de su sentido del teatro. Contribuye ahora, en este molde insólito del Mahabharata, a dar una sensación de libertad que contrasta con los moldes de teatro que se están empleando habitualmente. Frente a la tendencia del teatro tecnificado y del actor hipnotizado, Peter Brook crea esta forma de soltura en la interpretación y en los movinúentos escénicos, esta sencillez de los elementos decorativos que se alejan todo lo posible de las tentaciones de riqueza y de grandiosidad. Y éste tratamiento de la mitología que, ceñida a la creación original y enormemente entrañada con la idea de la India, encuentra sin rebuscar unos elementos de universalidad. Y aquí se puede encontrar otra vez el alimento de Shakespeare.
La sospecha de magalomanía que muy fundadamente se puede tener hacia quien toma la decisión de realizar una obra de teatro de diez horas y media compuesta sobre uno de los textos fundamentales de la Humanidad no aparece cuando se entra en contacto con la claridad de la representación, con el texto depejado y el escenario limpio, y con estos actores sin ningún énfasis que, sin embargo, van descubriendo unas calidades extraordinarias. La astucia teatral de Peter Brook consiste en gran parte en su sentido de la gradación: en el paso del relato ilustrado por escenas, o por las apariciones de personajes insólitos en situaciones insólitas, hasta llegar a escenas de gran teatro.
La que da fin a esta primera parte, La partida de dados, puede figurar fácilmente en la antología de los grandes momentos de teatro. Los dos jugadores de su destino, las figuras inmediatamente afectadas por una partida que cambiará el mundo además del de sus propias vidas, la expectación en torno a ellos, crean la sensación profunda del destino, de la emoción, de la suspensión de ánimo: Y diseñan ya la visión de la tragedia que se va a suceder.
Otras reflexiones se podrán hacer, y se podrán condensar mejor, después de vistas las dos partes siguientes, que constituyen la totalidad del fresco teatral. La base de la primera impresión, fresca al escribirse estas líneas, es la de esta exaltación de la ¡nocencia como valor teatral, y de la reducción del énfasis a la sencillez.
Babelia
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