Orgullo y pasión
En el pasado se construyó una imagen ideal del español en la que se incluían rasgos físicos como la baja estatura, el bigote y la cara de cabrero por fornicar poco y rasgos caracterológicos como el orgullo y la pasión. Era una retrato prototípico masculinista, evidentemente, pero servía dentro de la sabiduría convencional sobre la raza y había un deseo unisex unánime, desde la cuna, de ser bajito, bigotudo, irascible, orgulloso y apasionado. La precultura de masas basada en el cine y la canción contribuyó a que el prototipo se sucediera a sí mismo hasta que las promociones de la posguerra rompieron los espejos trucados, se pusieron tejanos, tampax, esterilets y radiocasetes ortopédicos y en 10 años, los que median entre 1959 y 1969, España se alejó de la vía ugandesa hacia la peculiaridad y empezó la larga marcha para convertirse en un cantón más de la Confederación Helvética o en la península que le falta al Imperio Japonés para estar al completo.Ensayo esta reflexión como respuesta a un cuestionario europeo en el que se me pregunta: ¿cómo son los españoles hoy? El cuestionario es francés, y se me ocurre contestar a la gallega. Pues más o menos como los franceses de hoy, pero con más pobreza social y más sol. La pobreza con sol es menos pobreza, y en todo lo demás, el español actual es un bípedo reproductor prudente, claramente consciente de que hemos venido a este mundo a pagar impuestos y a ver cómo sube o baja el dolar. Otros estimulantes vitales no los hay, aunque subsista una cierta tendencia a la ensoñación y veamos en Butragueño un posible Pelé y en la nueva cocina vasca una tercera vía a las cocinas china y francesa.
Claro que aún tenemos una reserva espiritual singular en las mantecadas de Astorga o en las torrijas, pero son rasgos antropológicos a desaparecer, de no mediar una enérgica política cultural por parte del Gobierno. Se me dirá: ¿y los toros?, ¿y los toreros? Claro. Eso sí.
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