La controversia política entre los escritores alemanes centró el congreso del Pen Club
En una intervención lúcida, matizada y brillante como pocas otras, Susan Sontag defendió como inevitable la fuerte polémica política que ha dominado el congreso del Pen Club que se ha celebrado en Hamburgo, pero lamentó que otros aspectos de la creación literaria hayan quedado marginados en el debate.Durante cinco días, 420 escritores de 62 países -con la lamentable ausencia de representantes de la literatura latinoamericana y española- se han reunido en el Palacio de Congresos de Hamburgo bajo el lema de La historia contemporánea reflejada en la literatura contemporánea.
Era de prever que este lema centrara los debates en cuestiones tales como el compromiso social de la literatura, el testimonio histórico y la represión de la libertad de creación literaria. Sin embargo, desde un principio la controversia política entre los escritores de las dos Alemanias convirtió el congreso del Pen en un mu, desordenado seminario sobre la relación del escritor con el Estado en los países socialistas, y en especial en la República Democrática Alemana (RDA). La querella interalemana, que ya temía Giinther Grass en su discurso de inauguración el domingo que pudiera aburrir a los demás participantes, se hizo inevitable y restringió a un mínimo las intervenciones de escritores no alemanes.
Escritores de cuatro continentes se vieron así abocados a una disputa que, en los términos en que se mantuvo, no era la suya. Ayer la controversia se agudizó al calificar de hipócrita el escritor Wolf Biermann la actitud de los representantes de la literatura oficial de la RDA. Biermann, expulsado hace 10 años cle la RDA, criticó la benevolencia con que estos escritores tratan al poder comunista en un país que, a cambio, les permite a ellos publicar mientras impone el silencio a otros.
La polémica se había desatado el lunes, cuando el autor Stephan Hermilin, de la RDA, afirmó en su discurso que en la Alemania socialista no hay "ni cortesanos ni disidentes entre los autores". Provocó una dura réplica de representantes del Pen Club de la RFA, muchos de los cuales no pueden publicar en la RDA y algunos fue ron expulsados de allí.
Orwell, todavía prohibido
Hernilin había asegurado que también en su país existen muchos fenómenos criticables, pero que "como escritor socialista quiere colaborar a la construcción del socialismo real". Muchas de las intervenciones se convirtieron a partir de entonces en acusaciones de colaboracionismo con un régimen opresor. Se enumeraron autores de la RDA cuyas obras están prohibidas en su país.
Respecto al compromiso de la literatura, defendido con vehemencia por Günther Grass en la apertura, también surgieron ayer voces críticas, especialmente a la denominada literatura pacifista en los países del Este, que se limita a reafirmar las posiciones oficiales del Estado. "Hay que combatir al ogro allá donde se vive", manifestó Biermann.
Gilither Grass citó al escritor Uwe Johnson, ya fallecido, cuyos textos siguen prohibidos en su país, la RDA, y a George Orwell, cuyo "brillante testimonio sobre los crímenes de la GPU (servicios secretos soviéticos en la época estalinista) y en contra de la República española durante la guerra civil" no está publicado en Alemania Oriental. "Cómo vamos a enfrentarnos a los errores de hoy si sigue prohibida la descripción de los errores de hace medio siglo", se preguntó Grass.
Susan Sontag se alejó del debate interalemán, anclado en dos visiones diferentes de la historia contemporánea y el papel de la literatura en ella. Criticó el "provincialismo de gran parte de los escritores norteamericanos" y lamentó el espectáculo dado por éstos en el anterior congreso del Pen en Nueva York. Sontag agradeció a Grass, uno de los principales acusados de antiamericano en el congreso neoyorquino por su papel no complaciente. "El escritor es un modelo de conciencia singular y, por tanto, modelo de libertad", afirmó, y abogó por un diálogo permanente entre las corrientes, evitando un enfrentamiento entre realistas y no realistas.
Atacó la escritora norteamericana la censura, tanto la que practican los regímenes dictatoriales como la que se imponen los propios autores y la que aplica la comercialización de la literatura en los países capitalistas.
La sesión de ayer del congreso fortaleció la impresión de que "manipuladores de la verdad" no son sólo periodistas y políticos, como señaló un participante, sino también algunos autores, por instinto de supervivencia o convicción ideológica. Quedó gravitando la interrogante sobre las posibilidades de creación digna en una situación de falta de libertad y una cierta injusticia en la severidad con que escritores occidentales criticaron a aquellos que bajo regímenes autoritarios han encontrado reconocimiento.
Babelia
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