Los nietos de Castelao y la búsqueda de una nueva identidad
Una tarde de invierno de 1940, en Nueva York, en una atmósfera que invitaba a la meditación y a la nostalgia, Castelao comienza a escribir el libro segundo de su Sempre en Galiza. El mismo cuenta ese momento con la nitidez de una secuencia cinematográfica. Escribe a la luz de una ventana ensombrecida por un rascacielos. Desde su posición ve otros muchos ventanales en los que se pueden adivinar dramas, comedias y sainetes, que le desvían su atención del papel.Han pasado tres años de guerra. Muchos de sus mejores amigos, cómo Alexandre Bóveda, han sido fusilados. La República ha sido derrotada, y con ella los anhelos de autogobierno gallego. Ha pasado ya un año de destierro. El planeta ofrece tina estampa estremecedora. Las pezuñas de Hitler se extienden por Europa. Castelao piensa en los que están enfrente, en otros ventanales, checoslovacos, austriacos, polacos, finlandeses, judíos, alemanes, gentes anónimas de otros pueblos y razas. Ninguno de sus vecinos puede saber que a la luz de esa ventana trabaja, un gallego desterrado. "Soy hijo de una patria desconocida". Pero este hombre de salud endeble no se amilana en su alcoba de exilio, y escribe. Hay una misión que cumplir..
Esa imagen de Castelao aupándose a la adversidad, buscando simbólicamente la luz a la sombra de los rascacielos, es reveladora de su carácter del talante animoso de toda una generación. Comenzaron alrededor de una mesa camilla y en un vertiginoso proceso de simpatía acabaron despertando una nación anestesiada en los confines del viejo mundo. "Somos gallegos, gente prudente y de buen sentido, liberal y pacifista, entusiasta hasta el lirismo". Tenían madera de campeones y seguramente, de no ser por las malas artes del contrario, hubieran acercado Galicia a esa utopía de una gran ciudad-jardín, donde se unieran cultura y civilización, donde el hombre entrara en el paisaje y el paisaje en el hombre.
¿Son los nietos espirituales de Castelao, los jóvenes creadores de hoy, entusiastas hasta el lirismo?
Con la herencia de Castelao parece cumplirse el tópico del gallego siempre empeñado en pleitos, como ese campesino de Cunqueiro que encarga a la mujer que le deje el Código Civil en el ataúd por si hay que seguir pleiteando en el más allá. Dilucidar quiénes son los auténticos herederos de Castelao conduce a una estéril e interminable riña doméstica, que llenaría de rubor al difunto, tanto como su intento de apropiación por los señores oscuros que él combatió.
Cuando murió Anatole France, los surrealistas salieron a la calle con octavillas que decían Il faut tuer le cadavre. Las generaciones jóvenes, para afirmarse, no han sentido la necesidad de matar el cadáver de Castelao, es decir, no han sentido la necesidad de desmitificarlo. Castelao es un mito leve, que no pesa. Es integrador, pero heterodoxo. Sonríe a través de la historia, pero su gesto golpea en la conciencia. Nos dice: la identidad, ha de ser algo vivo, en, permanente convulsión. Y aún añade: hemos de hacer de Galicia una célula de universalidad.
Los nietos espirituales de Castelao, la tribu de mohicanos que recrean la identidad gallega, tratan de desasirse, para buscar oxígeno, del abrazo mortal de dos tentaciones seductoras. El neofolclorismo que intenta legitimar la política cultural kitsch de los poderes dominantes en Galicia y el mimetismo uniformizador y alienante, que confunde lo universal con las hamburguesas, olvidando que Yoknapatawpha, Cómala, Macondo, son lugares tan imaginarios como concretos. Todavía hay quien cultiva la falsa utopía del idioma único -para justificar quizá el desprecio a las lenguas minoritarias- y a esos sí que contestó cumplidamente Castelao, recordándoles que los asnos ya han conseguido ese ideal y rebuznan igual en todos lados, de norte a sur, a diestra, y a siniestra.
Y, sin embargo, a poco que nos levantemos optimistas podremos concordar en que algo importante pasa en la casa del padre. En Galicia se abren hoy nuevas fronteras en el espacio de la plástica, en la escultura, en la pintura, en el diseño; hay una eclosión poética que algunos consideran una especie de edad dorada; una música culta, de jóvenes compositores, que prepara su alborada y una expresión rock más que llamativa; se extiende una conciencia arquitectónica inibricada en el territorio; y se pone de manifiesto una cierta capacidad genial para trabajar con herramientas futuristas, como ocurre con el vídeo.
Todo este mundo emergente tiene el sello de la desesperación y surge casi siempre a contracorriente. Los nietos de Castelao bien pudieran suscribir el manifiesto del tío abuelo Vicente Risco: Nós, os inadaptados. En período de resistencia, toda expresión de identidad aparecía fresca, útil, desde las masas corales hasta los libros que llegaban clandestinamente de América. Pero para luina gran parte de los jóvenes la cultura gallega es hoy sinónimo de un venerable museo. A veces, Una asignatura más.
En esta atmósfera adquiere una dimensión importante una figura como la de Castelao. Es muy difícil de archivar en un desván, aunque seácon honores oficiáles. Su pacifismo, su federalisino, su cooperativismo autogestionario, su sentido pionero de la ecología, son piezas de una alternativa positiva que el tiempo parece revalorizar. En Nueva York, en este invierno de 1986, sigue habiendo hombres que escriben a la luz de una ventana ensombrecida por los rascacielos. A uno de ellos, Emilio González López, gran amigo de Castelao, le pregunté en su último v¡aje a Galicia qué se podía hacer hoy por la cultura gallega. Sólo dijo: "El corazón del jinete tiene que salvar el obstáculo antes que el caballo".
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