La independencia nacional
El pueblo era muy pobre y sigue siendo muy pobre. Pero algo, algo esencial, ha cambiado. Ahora, por primera vez hace, y por primera vez cree en lo que hace. Sólo el desarrollo de la conciencia revolucionaria, y la cotidiana confirmación de la dignidad nacional ante un enemigo que la niega a balazos, pueden explicar el insólito proceso de discusión del nuevo texto constitucional, que ha tenido lugar a lo largo de este último período.En plena guerra, y a pesar de las dificultades notorias de organización, 100.000 nicaragüenses han discutido el anteproyecto de Constitución elaborado por el Frente Sandinista y otros cinco partidos políticos. La nueva Constitución no se cocinó a espaldas del pueblo. En 72 cabildos abiertos, en todo el país se propusieron 1.500 enmiendas al anteproyecto.
Los cabildos contaron, y hay que subrayarlo, con muy amplia participación femenina. El machismo sigue vivo, faltaba más, vivo pero no vivo y colcando: últimamente se le ve de capa caída, bastante venido a menos, mientras las mujeres van perdiendo, poco a poco, día a día, el miedo a opinar y el miedo de todo lo demás. Numerosas y furiosas voces femeninas se alzaron en los cabildos contra la herencia de las viejas leyes y de los códigos caducos.
Durante los últimos años de la dictadura de Somoza, algunas mujeres ganaron, en buena ley, puestos de dirección en la lucha guerrillera. Actualmente hay mujeres en el Gobierno sandinista, en los niveles de más alta rcsponsabilidad: pocas mujeres, en relación a las muchas que merecerían estar por méritos y talentos, pero Nicaragua es, por ejemplo, uno de los raros países del mundo donde una mujer encabeza la policía.
Doris Tijerino, que había sido torturada y violada por la policía de Somoza, es. la jefa nacional de las fuerzas policiales. Por primera vez en la historia nicaragüense hay una mujer en ese cargo, y por primera vez hay unas fuerzas policiales que no torturan ni violan.
Guerra de descolonización
Nicaragua está librando una guerra de descolonización. El presidente de Estados Unidos y el Papa de Roma, que se consideran con derecho a sentar a Nicaragua en el banquillo de los acusados, deberían ,,empezar por pedirle disculpas o callarse la boca. Fueron los militares norteamericanos invasores quienes fabricaron al primero de los Somoza, en los años veinte, y en los treinta lo instalaron en el trono para perpetuar la ocupación colonial.
El virrey Somoza, fundador de la dinastía que tanto humilló a Nicaragua, recibió de Estados Unidos incesantes condecoraciones, y del Vaticano, bendiciones no menos incesantes, y fue finalmente enterrado con honores de príncipe de la Iglesia.
Ocurre que Nicaragua se está negando a seguir siendo una caricatura de país y la guerra castiga su insolente desafío. Sólo en función de esta lucha por la liberación nacional, sólo a la luz de esta guerra defensiva pueden entenderse ciertas medidas del Gobierno sandinista. Éste es el caso de la suspensión del diario La Prensa.
Los políticos y periodistas norteamericanos que encabezan la actual campaña contra Nicaragua no hacen más que difundir los mismos viejos venenos que otros políticos y periodistas norteamericanos habían fumigado por el mundo en la época de Sandino. Así, echan una espesa cortina de humo sobre un proceso que, al fin y al cabo, reivindica el derecho de respirar libremente.
Cuando el pequeño ejército loco de Augusto César Sandino se lanzó contra la ocupación colonial, The Washington Herald y otros diarios norteamericanos llamaron a Sandino agente bolchevique y denunciaron que actuaba a las órdenes de México y al servicio de la expansión soviética en América Central. México era la Cuba de entonces: el presidente Calles había aplicado unos intolerables impuestos a las empresas petroleras norteamericanas, de modo que los manipuladores de la opinión pública lo señalaron como hombre de Moscú.
Algunos órganos de Prensa de Estados Unidos acusaron al presidente mexicano Calles de enviar armas y propaganda a Nicaragua por intermedio de los diplomáticos de la Embajada soviética, y en 1928 el Gobierno de Estados Unidos advirtió oficialmente que no permitiría que soldados rusos y mexicanos implantaran "el soviet en Nicaragua".
Las agencias United Press y Associated Press se ocupaban de confirmar al mundo, a través de sus noticias, la validez de estas acusaciones y temores. Sus corresponsales en Managua eran dos norteamericanos, designados por los bancos acreedores de Estados Unidos para manejar las aduanas nicaragüenses. Clifford Ham, de la United Press, y Irving Lindbergh, de la Associated Press, dedicaban la mitad de la jornada a usurpar a Nicaragua sus ingresos aduaneros, y la otra mitad, a redactar infamias contra un bandolero llamado Sandino.
Nada de nuevo tienen, pues, las similares maniobras de desvío que hoy aplica contra Nicaragua la Casa Blanca.
Nicaragua integra el Tercer Mundo. Los nicaragüenses son, por tanto, gentes de tercera. Desde el punto de vista de los fabricantes de opinión, no merecen respeto. Las gentes de tercera están condenadas a copiar, tienen derecho al eco, pero no a la voz. Para los voceros de una estructura internacional de poder que margina y desprecia a la mayoría de la humanidad, un proceso revolucionario en un país como Nicaragua sólo puede atribuirse al afán expansionista de la Unión Soviética.
La dignidad nacional y la justicia social, la jodida historia de un país ocupado y de un pueblo explotado no son más que pretextos, coartadas, señuelos para tontos. Cuanto ocurre en Nicaragua se reduce a la geopolítica de los bloques, es una jugada del Este contra el Oeste.
Las máscaras de carnaval
Los contras no son, pues, meros mercenarios a sueldo, que actúan por la restauración del pasado colonial y de una destronada dinastía; no son business fighters, sino freedom fighters, héroes de una civilización amenazada, Ia civilización occidental.
Ni todas las máscaras de carnaval alcanzan para ocultar tanta hipocresía. Quienes niegan a Nicaragua el pan y la sal, la acusan de recibirlos. Estados Unidos fue el primer país al que Nicaragua recurrió en busca de créditos comerciales, ayuda al desarrollo y armas para defensa. Recibió un portazo en las narices. Actualmente, ya cortados los créditos petroleros de Venezuela y México, Nicaragua depende de la Unión Soviética y de los demás países del Pacto de Varsovia para abastecerse de petróleo y armas.
Gracias a las armas y al petróleo sobrevive. No consigo entender qué tiene de condenable esta ayuda a un proceso de liberación nacional, no consigo entender por qué la aceptación de la ayuda habría de convertir a Nicaragua en satélite de Moscú. En todo caso, los nicaragüenses son los primeros interesados en diversificar las fuentes de asistencia económica.
Pero a nivel de los Gobiernos de Europa occidental y de América Latina, las respuestas solidarias se hacen cada vez menos frecuentes en relación a la creciente indiferencia y hostilidad. Quienes condenan la ayuda soviética en nombre de la independencia, mejor harían en trabajar porque otras ayudas amplíen los espacios de libertad de esta joven revolución acosada.
La revolución, obra de creación, no quiere aplicar el modelo soviético ni ningún otro modelo. Ni siquiera el modelo cubano. Los modelos ajenos sobre la realidad propia terminan actuando como camisas de fuerza: se proponen liberarla y acaban apresándola. Quizá Nicaragua no estaría viva, hoy día, de no ser por el ejemplo y la generosidad de Cuba, cuya mano solidaria llega más allá de todas las estadísticas habidas o por haber; pero, como bien ha dicho Sergio Ramírez, los sandinistas no quieren hacer otra Cuba, sino otra Nicaragua.
La satanización necesaria
Para la mayoría de los norteamericanos, Nicaragua no es invadida sino invasora; no la perciben como una pobre colonia queriendo ser país, sino como una misteriosa y peligrosa potencia, amenazante, al acecho en la frontera. Pocos, muy pocos norteamericanos han estado allí y han visto la realidad: que en toda Nicaragua hay un rascacielos, cinco ascensores y una escalera mecánica (que no funciona desde hace más de un año), que los nicaragüenses son menos numerosos que los habitantes del barrio de Brooklyn, en Nueva York, y que por culpa del hambre y las pestes viven 20 años menos que cualquiera que haya nacido en Estados Unidos.
En su afán de desprestigiar a Nicaragua, el presidente norteamericano, Ronald Reagan, llegó al extremo de convertirse, súbitamente, a la causa indigenista. Ya había matado muchos indios en las películas, y se había consagrado presidente de una nación que ha matado muchos más en la realidad, cuando descubrió que existían los indios de Nicaragua. Entonces decidió usarlos como carne de cañón en el frente militar y en el frente publicitario. Mientras los sandinistas alfabetizaban a los indios en sus lenguas, hecho jamás visto en Nicaragua, y pocas veces visto fuera de Nicaragua, algunos de sus jefes principales se vendían, a cambio de cosas o a cambio de la promesa de formar país aparte, y empujaban a sus hombres a la guerra.
Más recientemente, hubo un escándalo mundial cuando dos miembros de la jerarquía católica fueron expulsados de Nicaragua por predicar las mentiras de Reagan como si fueran la voluntad de Dios. Con toda razón, el presidente Ortega señaló que los medios masivos de comunicación han dicho poco o nada sobre 138 sacerdotes asesinados y los 268 sacerdotes secuestrados, en América Latina, desde 1979, y que nada de nada han dicho sobre el hecho, también elocuente, de que ni un solo sacerdote ha sido asesinado ni secuestrado en Nicaragua en estos siete años.
A propósito del incesante torrente de acusaciones de Reagan, que los fabricantes de opinión venden al mundo como verdades reveladas, Tomás Borge comentó que, de aquí a poco, Nicaragua será también responsable del SIDA y de la devaluación del dólar. Ocurre que Reagan necesita satanizar Nicaragua para justificar la economía de guerra de Estados Unidos.
Nicaragua y Libia brindan las coartadas de turno. Daniel Ortega y Muanimar el Gaddafi hacen el papel de los más malos en una película llena de muchos otros malos, que arrojan flechas y aúllan alrededor de la Gran Diligencia, cargada de biblias y de dólares. Esa película se exhibe día y noche a las conciencias de Occidente para que el negocio armamentista se convierta en necesidad natural.
Hasta las estrellas han de ser militarizadas, decide Estados Unidos, para hacer frente al peligro terrorista. A la mera casualidad debe atribuirse la coincidencia de nombres entre esta nación y la nación recientemente condenada, en el Tribunal Internacional de La Haya, por sus acciones terroristas contra Nicaragua, que practica el terrorismo como derecho imperial y que fabrica y exporta el terrorismo de Estado, en industrial escala, bajo la marca registrada Doctrina de la Seguridad Nacional.
Nicaragua no busca muros para esconderse, pero necesita escudos para defenderse. Estas palabras, que nada tienen de neutrales, quisieran ayudarla, aunque sea un poquito. Ahora se han puesto de moda la ambigüedad y la niebla, y tomar partido se considera prueba de estupidez o mal gusto; pero el autor siente la alegría de elegir.
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