El discurso radical
La intención informativa puede haber sido óptima, pero el resultado no se ha correspondido con ésta, y las consecuencias, en cuanto a evidente deformación de la imagen, no aconsejan el silencio.En las primeras jornadas de trabajo de un reducido equipo de miembros del PSOE, coordinados en la corriente de opinión de Izquierda Socialista, celebradas los pasados días 6 y 7 de diciembre en Hervás, si algo resultó evidente para los participantes, asistentes y medios de comunicación allí presentes, fue el que no tuviera cabida ninguna actitud de ceremonia retro de nostálgicos marxistoides que como cualquier secta religiosa reclamaran la reinstauración de viejos cultos, iconografías, dogmas ni revivales.
Apoyados en ciertos trabajos que no tenían otra intención que la de provocar el debate abierto, acotando la atención sobre cuestiones evidentemente limitadas e insuficientes, se procedió a intentar dar respuesta a esa ineludible pregunta, base de todo análisis, de ¿qué está pasando?
Y es obligado para ello aproximarse con seriedad, no exenta de dolor, a ese mundo tan próspero y progresista para unos y casi zoológico para otros; a esa vieja Europa dividida y enfrentada, manipulada y cautiva; a la confusa España de la transición, y a la izquierda europea y española, y lógicamente al propio PSOE, donde hay temas de obligado y riguroso estudio, hecho sin aprioris y sin necesidad de justificar nada, con limpieza, para ver a qué panorama nos conduce.
Perspectiva marxista
Y allí se detuvo esta primera y modesta fase del debate, ni conclusivo ni concluyente, que exige y obliga a que este "punto de arranque" tenga su continuidad en el intento de esbozo de posicionamientos bien concretos a encontrar y formular en las ya previstas jornadas que bajo la preocupación de la práctica del socialismo "hoy y aquí", esperamos realizar en un próximo futuro.
Sí que se llegó, con mayor o menor explicitación, al acuerdo en algo importante: en procurar que nuestros análisis sean realistas, que no deformen la realidad con voluntarismos mesiánicos e ilusorios, ni con acomodaciones pedestres y miopes, y que se hagan desde una perspectiva marxista, no sólo en lo metodológico, sino a la luz de los principios que legítimamente consideramos no refutados ni enterrados, tan legítimamente como puedan actuar aquellos socialistas que han decidido desprenderse de ellos.
Con firmeza ideológica, realismo-analítico, coherencia política y táctica flexible, para poder realizar una acción política transformadora de la realidad, orientados hacia la, erradicación de las causas de la explotación económica, de la sumisión política y la enajenación ideológica, no sólo a la superación de sus negativos efectos, paso a paso, gradualmente, con el tradicional gradualismo del partido de Pablo Iglesias, queremos contribuir a hacer realidad nuestro compromiso público individual y colectivo, sin que se nos deforme, descalifique o manipule, porque nuestra crítica o denuncia resulte incómoda o molesta a los mal llamados realistas o pragmáticos.
Triste es que esto tan sencillo pueda parecer radical, no en el sentido en que sí lo es, en el de buscar las raíces o ir a ellas, en el de no quedarse en las ramas, mas también es comprensible cuando la modernidad superficial y encubridora es hoy el modelo analítico al uso.
Tradición reformista
En todo caso habrá de reconocerse que la tan peyorativamente juzgada radicalidad del discurso, del análisis, no es más que el reflejo de esa inocultable radical injusticia y vergüenza colectiva en que se vive angustiado por la amenaza de destrucción masiva del planeta, de su naturaleza, de su humanidad y su progreso; de la cada día más acentuada división existente entre países ricos y pobres, hombres ricos y seres hambrientos, que es la mayor denuncia contra las causa de la multiforme violencia; y en nuestra tierra y comunidad, es más que sabido, lo radical, lo brutalmente radical que es la bolsa de la marginación, del paro y del desamparo que crea la desagregación ciudadana, del buscado falseamiento de la democracia, de la burocratización y corrupción del poder político y del reduccionismo de la transición, abocada a una interpretación cada día más superficial y cosmética.
En Hervás se ha proclamado la tradición reformista, la de los socialistas democráticos, pero de los reformistas de verdad, no de los verbal y electoralmente reformistas y prácticamente mejoradores del conservadurismo tradicional, para el asentamiento definitivo de los de siempre y de sus intereses.
Es irrenunciable el intentar acertar, como primer objetivo, en profundizar sinceramente la democracia de la sociedad, principalmente con el ejemplo a dar desde el Estado, desde los propios partidos, desde todas las instituciones colectivas, ante la imparable ofensiva de los privatizadores del poder, sea cual fuere la parcela en que lo ostenten y el carné o la retórica con la que se escuden y disfracen.
Y para ello hay que definirse con respeto a los demás, pero con más respeto aún hacia uno mismo.
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