La censura francesa
EL MINISTRO del Interior francés, Charles Pasqua, acaba de adoptar unas medidas que equivalen a la prohibición de una serie de revistas que hasta ahora se han vendido libremente en Francia, como ocurre en el resto de Europa. Entre las publicaciones afectadas, de modo más o menos inmediato, hay revistas eróticas como las que vemos en nuestros quioscos, una de comics, una de información para homosexuales, una revista de fotografía, Photo, con una calidad artística acreditada, etcétera.La afirmación del primer ministro Jacques Chirac de que no se trata ni de censura ni de prohibición es engañosa. Son harto conocidos en diversos países los procedimientos administrativos con los que cualquier Gobierno logra censurar o prohibir las publicaciones que le molestan. La ley de 1949 aplicada en este caso permite precisamente una prohibición encubierta por la simple negativa a conceder un número de registro sin el cual la publicación no se pueda vender.
El pretexto invocado es el de salvaguardar la moralidad de los jóvenes. Si de eso se tratase, lo lógico hubiese sido que diversos ministerios, como el de Educación o el de Cultura, o el secretario de Estado para los Derechos Humanos hubiesen tomado parte en el estudio de las medidas previstas. Nada de eso ha ocurrido. Se da el caso de que una de las revistas afectadas había publicado recientemente entrevistas con dos ministros. La decisión ha sido puramente policial y tomada por el ministro del Interior sin que estuviesen al corriente los ministros que más se ocupan de, asuntos ligados a la juventud.
El hecho afecta directamente a la libertad de información. Se empieza por revistas llamadas pornográficas Y luego se sigue con otros temas. Casi en los mismos días, la policía, encargada de arrancar unas páginas, por decisión del juez, en 14.000 ejemplares de un libro sobre el caso del terrorista condenado Abdala, ha optado por quemar dichos ejemplares. En verdad, todos los antecedentes del ministro Pasqua lo predisponen perfectamente para aplicar medidas policiales sin respeto alguno a la libertad de expresión.
Las razones políticas que explican esta decisión de aplicar una ley de 1949 que llevaba 20 años prácticamente olvidada se encuentran sin duda en los temores del sector más derechista de la, mayoría gubernamental a perder votos por causa de las inevitables concesiones que la cohabitación lleva consigo. Pasqua, y con él Chirac, quiere arrojar carnaza a los electores, influidos por la demagogia racista del ultraderechista Le Pen. Quizá consideren que el momento es propicio, porque así Francia se alinea con la campaña moralizadora del presidente Reagan en Estados Unidos.
Sin embargo, la reacción que se ha producido en los ámbitos más diversos de la opinión francesa demuestra que esas medidas han sido un descarrilamiento para el Gobierno de Chirac. La mayor parte de la Prensa se ha pronunciado en contra, y en casos, de forma airada. No sólo en el partido socialista, sino en la propia mayoría gubernamental se han expresado opiniones netamente contrarias. Incluso varios ministros han hecho saber su desacuerdo, y algunos insistiendo en que una decisión tan grave requeriría una sentencia judicial.
La opinión francesa no podía dejar de reaccionar contra una medida que choca con las mejores tradiciones del país. Con las mismas razones invocadas por Pasqua para prohibir esas revistas sería preciso censurar algunos de los clásicos de la literatura francesa. Cuando en toda Europa occidental, incluso en países como el nuestro con largas épocas de prohibiciones y censuras, la libertad de las publicaciones es algo indiscutible, de pronto Francia se sitúa en esta tesitura retrógada. Un récord regresivo que no permitirá a Chirac cosechar aplausos.
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