Entre Santurce y Bilbao
Portugalete ha estado en primera página, primera plana o primer micrófono en los últimos días. Para mí, nacido y criado en ese pueblo, cualquier suceso de esa villa tiene un calor especial. O un dolor especial, como ha sido en este caso. No es mi intención salir en defensa de los portugalujos o de la belleza del lugar (belleza que sigue manteniendo a pesar de la suciedad de sus calles) o argumentar frente a aquellos que sólo ven en Portugalete circo o disolución.Mi intención, por el contrario, es comentar lo que ha ocurrido con los sucesos de Portugalete. Porque éstos han sido ocasión para que se desate toda una campaña contra Herri Batasuna o cualquier cosa que se le acerque o parezca. Antes, sin embargo, he de referirme a la muerte, lesión o simple desprecio humano de las víctimas implicadas en tales hechos. Desde un punto de vista anterior y superior a lo que se suele entender por política, ha de importar, más que otras cosas, la muerte de un hombre producida por otro hombre. Por eso mi solidaridad en el dolor humano como punto inequívoco de referencia. El sufrimiento causado gratuitamente es la manera más imbécil de impedir construir algo.
Adornos
Pero a la condena y reflexión se han sumado una serie de falsos adornos que merecen no menos reflexión. Herri Batasuna había anunciado su voluntad de presentarse al Parlamento Europeo haciendo propaganda por todo el país, más allá de Euskadi. Una conciencia medianamente progresista o una mente sensata tendrían que acoger con interés, como mínimo, dicha medida. Al margen de lo que se opine de la eficacia y representatividad de los parlamentos europeos, parece que una decisión como la señalada obligaría a HB a explicar, con detenimiento y detalle, sus ideas políticas a aquellos que, desde hace tiempo, insisten en que no les entienden o critican su excesivo localismo. Por otro lado, para aquella corriente de la izquierda, tal vez en aumento, que no cree que ser demócrata se reduzca a decir, clericalmente, que la democracia es buena, sino que ésta se construye con aportaciones que, de momento, no están en el modelo impuesto, la decisión debería de provocar más que curiosidad: podría ser la oportunidad para que HB extienda sus alternativas, si las tiene, y la izquierda mida su real situación.
A lo que hemos asistido, sin embargo, cuando aún no se ha dado el pistoletazo de salida, es a la propaganda cuasifranquista con la que se nos ha obsequiado desde todas las direcciones. En vez de razonar, seleccionar, preguntar y discutir, lo que se ha hecho es polarizar la situación sin sensibilidad para distinguir la realidad de la ficción. Herri Batasuna aparecía como la causante de todos los males. Sólo ha faltado decir que una mala cosecha o un desgraciado accidente podría tener detrás al demonio abertzale.
Dardos
Flaco servicio se procuran los que así actúan, puesto que una HB objeto de todos sus dardos (a los que habrá que sumar los que, tal vez sin mucha convicción, pero, quizá, esperando el premio estén prontos a seguir el juego) se transformará, probablemente, en el muy atractivo espejo en el que pueda mirarse quien está harto de lo que ve y no haya perdido el gusto por hacer su propia política.
La decisión de HB es de importancia. De ahí que haya molestado a más de uno. Y es que dicha presentación pone en cuestión buena parte de la propaganda estatal. Así, por ejemplo, la del miedo. Quienes hablan del inmenso miedo que envuelve Euskadi o de los silencios cómplices que le acompañan, tendrán que explicarnos los otros miedos, mucho más amplios y determinantes, que forman la sustancia de nuestra democracia. Los que hablan de coacción y falta de libertades tendrán que explicarnos por qué la estructura de la vida social española es decir sí al inmediato superior, por qué las cosas importantes sólo se dicen en voz baja, por qué la política se ha convertido en el medio más barato de promoción económica y social, por qué la comprensión ha de ser siempre con los que mandan, o por qué, in casu, es tan difícil hablar, sin miedo a algún tipo de represalias, de HB.
El asunto es de hábitos democráticos. Los síntomas democráticos se gozan o se padecen en la vida cotidiana. Precisamente al mismo tiempo que se relataban los desgraciados sucesos citados, una emisora nacional, y a una hora punta, repetía varias veces que el cabeza de lista al Parlamento Europeo por FIB era "el abogado de etarras" Chema Montero. Ése era el apellido que importaba. Montero es, más bien, un abogado que, además, defiende a individuos acusados de pertenecer a ETA. Independientemente que cueste concebir que se valore descaradamente donde lo que se ha de servir es información, si de lo que se trata es de colocar apellidos que importen, los defensores de la democracia deberían bloquear a llamadas la centralita de la emisora o protestar, como sea, sin dilación, exigiendo que cuando se hable de otra persona se diga si es socio capitalista, primo, amigo o pariente de alguien, reconvertido a tal y tal precio, tránsfuga de los republicanos, etcétera. El lector puede imaginar sin esfuerzo todos los apellidos que desee. Y el lector no necesita mucha imaginación para confeccionar un rosario de anécdotas -decisivas todas- semejantes.
Se entiende el nerviosismo que puede producir la presencia de HB. Es fácil vivir contra ella. Es mucho más complicado razonar con argumentos que vayan más allá de sus posibles y supuestos errores. Y es que, en el fondo, HB cuestiona mucho de lo que se intenta tapar con el humo de grandes aspavientos democráticos. En un diario conservador de este país, y a propósito de las últimas elecciones vascas, se podía leer lo siguiente: "... en el caso especialísimo del País Vasco no es rechazable que electores de centro y derecha voten, en conciencia, al PSOE como fórmula para salvar lo esencial: la unidad de la patria española". La cita es índice de una actitud definida y acrítica que se puede aplicar a muchos de los que claman contra los arcaísmos de Euskadi.
Se puede esperar, sin embargo, que de la crítica se pase a la autocrítica. Por todas partes, claro está. Que unos y otros consigan, si es posible, mejorar al adversario. Si lo que interesa es la democracia y la paz (tema sobre el que habría que centrar una buena parte de la discusión) y si se desea un mundo -el más cercano, al menos- con más gracia y menos desgracia, que se aproveche la ocasión para oír a HB. Y, sin duda, para contradecirla. Para ello es condición indispensable y democrática no sólo darle la palabra, sino todo aquello que posibilite que ésta sea eficaz.
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