El Gobierno de Chirac se agrieta
Apenas un año después de la formación del Gobierno conservador francés bajo la dirección de Jacques Chirac, y a un año de las elecciones presidenciales, dos enormes grietas ponen en peligro el edificio que ha permitido a la derecha recuperar el poder después de cinco años de socialismo: por un lado, el deslizamiento hacia la extrema derecha de un sector del electorado, debidamente secundado por buen número de dirigentes políticos, principalmente de ámbito local; por otro, los codazos entre los propios socios de la coalición gubernamental para conseguir una buena plaza en la parrilla de salida de las elecciones presidenciales de 1988.La atracción del abismo totalitario abierto por Jean-Marie Le Pen a la derecha de la derecha ha sido, el pasado mes de mayo, la primera fuente de discordias. Los desgarros provocados entre los sectores más conservadores de la derecha por la demagogia lepenista, basada en la exclusión de los inmigrados y de los enfermos del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA), ha coincidido con el arranque del proceso contra Klaus Barbie por crímenes contra la humanidad.
El dudoso papel desempeñado por amplios sectores de la sociedad francesa ante el holocausto gravita sobre zonas del alma francesa todavía sensibilizada por viejas heridas y sometida ahora a los esguinces lepenistas.
Mientras la vieja guardia del neogauilismo -especialmente el ministro del Interior, Charles Pasqua- intenta pasar de puntillas por la tierra de nadie que le separa del Frente Nacional, los ministros más jóvenes afirman la necesidad de trazar fronteras y parapetos nítidos entre la derecha democrática y la barbarie.
Éste es el caso de cuatro ministros de la Asamblea para la República (RIPR): el de Comercio, Michel Noir; la de Sanidad, Michéle Barzach; el del Presupuesto, Alain Juppé, y el de Medio Ambiente, Alain Carignon. Los cuatro habían insinuado que dimitirían si Jacques Chirac da luz verde al nuevo código de la nacionalidad, destinado a restringir la adquisición de la naturalización francesa, y el primer ministro lo paró.
A cambio, han aceptado la disciplina exigida por su jefe de Gobierno y de partido. No se permitirán a partir de ahora veleidades derrotistas como las de Michel Noir, que aseguró preferir "perder las elecciones antes que perder el aIma", en cruda referencia a los contubernios tácitos con Le Peri
Leótard rompe el pacto
Mientras Le Pen tira por abajo y hacia la derecha, Mitterrand y la oportunidad de las presidenciales tiran por arriba y hacia el centro. François Léotard, dirigente del tercer partido francés y segundo de la mayoría -el Partido Republicano (PR), que fundó Giscard d'Estaing, y que cuenta con 60 escaños en la Asamblea Nacional-, ha, hecho notar esta semana todo el peso de su posición política y de su juventud.
A sus 45 años, Léotard se considera preparado para acceder a la presidencia de la República, instancia política que intenta desacralizar aportando argumentos como la juventud de Felipe González o de Rajiv Gandhi. Hostil a todo pacto con la extrema derecha, crítico pero respetuoso con François Mitterrand, Léotard acaba de romper el pasado lunes, su pacto secreto con Chirac, un pacto que permitió formar el actual Gobierno, y que estaba orientado, principalmente, a cerrar el paso al ex primer ministro Raymond Barre en las presidenciales.
En la primera vuelta, la RPR presentaría un solo candidato, Chirac, mientras la coalición en la que se engloba el PR y la Unión para la Democracia Francesa (UDF), se dividiría entre el dirigente del principal partido, Léotard, y el francotirador Barre, el hombre que abomina del régimen de partidos y de la política (baja, cuando se trata de sus adversarios; alta y noble, cuando se trata de sí mismo). El destino final de la operación en caso de éxito era la presidencia para Chirac la jefatura del Gobierno para Léotard. Con este acuerdo se vencieron las elecciones de marzo de 1986 y se formó el Gobierno. Chirac aportó el tronco y las ramas de un partido con vocación de ocupar el Estado; Léotard, la savia del pensamiento neoliberal y de la moda neoconservadora.
El acuerdo no ha resistido a las tensiones políticas, descandenadas principalmente por las actuaciones más drásticas del partido de orden que es la RPR. La represión del movimiento estudiantil, las expulsiones masivas de inmigrados, el reparto de los principales cargos del Estado han ido minando la alianza.
La deriva derechista de la RPR bajo el magnetismo de Le Pen ha sido la ocasión para que Léotard considerara que el vaso estaba colmado. El pasado lunes dejó caer la sentencia de la ruptura: "Para el PR sólo hay dos posiciones: apoyar a Raymond Barre o apoyar a François Léotard. Toda otra hipótesis queda excluida". Las ilusiones chiraquianas de llegar a una primera vuelta de las presidenciales con dos candidatos en la UDF, Barre y Léotard, y otro, él mismo, apoyado por la RPR y ayudado por la división de la UDF, se desvanecen. Chirac ha llamado al orden a Léotard: o se calla o dimite.
Su teoría levanta ampollas entre todos sus socios: no se puede hablar como jefe de partido y sentarse en el Consejo de Ministros, necesitado como nunca de una imagen de coherencia y de unidad. Pero el único que habla como miembro del Gobierno y líder de partido es el propio Chirac, según le espetan sus irritados amigos.
No falta quien echa la culpa de lo que ocurre a la cohabitación entre el presidente socialista y el primer ministro conservador. La propia formación del Gobierno fue el resultado de un equilibrio entre partidos de la derecha y no del nombramiento por parte del presidente de un primer ministro capaz de obtener una mayoría parlamentaria. Tampoco faltan quienes se rasgan las vestiduras: Francia retrocede hacia la IV República, constantemente desestabilizada por el juego de notables y de partidos en los equilibrios precarios del poder.
Pero todo esto son especulaciones para 1988. De momento, Chirac intenta soldar las grietas y tapar los boquetes. Mañana, Léotard responderá al envite de Chirac en la fiesta del décimo aniversario de su partido, que se celebrará en Fréjus, donde el ministro de Cultura es también alcalde. Si no accede a la disciplina puede haber crisis de Gobierno, pues Léotard pedirá la solidaridad de los cuatro ministros de su partido, y si traga el sapo, los jóvenes leones de la derecha deberán ingeniárselas para encajar y digerir un golpe de fatales consecuencias para sus ambiciones.
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