Privatización 'versus' nacionalización
De creer a ciertos ideólogos y políticos, el problema de la propiedad no tiene sino dos soluciones posibles: privatización, o nacionalización. Los conservadores favorecen la primera, y los socialistas, la segunda. Y en ambos casos suelen hacerlo en forma doctrinaria, esto es, como cuestión de principio y apoyándose en textos centenarios o aun bicentenarios. Por ejemplo, para un conservador el transporte público debiera estar en manos privadas, y para un socialista toda iniciativa privada debiera desaparecer. En ambos casos, la utilidad para el público queda fuera de foco: el velo ideológico cubre a la realidad.La vida real desborda todo esquema simplista. En la mayoría de las sociedades modernas, la economía y la cultura son mixtas, o sea, están parcialmente en manos privadas y en parte son de propiedad pública. Más aún, una parte de la propiedad privada no es individual, sino que lo es de cooperativas. Por ejemplo, en Suiza, modelo de sociedad capitalista, los transportes públicos y las comunicaciones son estatales, así como la mayoría de las instituciones culturales y educacionales. En el mismo país, las dos principales cadenas de supermercados, Migros y Coop, son cooperativas. Y en EE UU, no menos que en uropa occidental, el Estado subvenciona fuertemente al sector agropecuari: el agricultor, granjero o ganadero, cualquiera que sea el tamaño de su explotación, se ha convertido en socio del Estado. En suma, el naufragio del transbordador inglés Free Enterprise, que cruzaba el canal de la Mancha, simboliza el naufragio general de la libre empresa y, con ella, de la libre competencia, así como las largas colas que se forman frente a los comercios en los países de socialismo real simbolizan el fracaso de la nacionalización (o estatalización) a toda costa.
¿Significa esto que el mundo capitalista se ha vuelto criptosocialista? No, porque nacionalizar o subvencionar a la empresa privada no es lo mismo que socialzar. En el primer caso, el patrón o socio es el Estado, y en el segundo, el patrón es el personal de la empresa. En principio no hay diferencias técnicas entre una empresa estatal en economía capitalista y en economía sedicente socialista. En cambio hay una diferencia radical entre la empresa con dueño (individuo, sociedad anónima o Estado) y la empresa sin dueño centralizado, o sea, la que es poseída y controlada por su personal. De aquí que haya muy poco socialismo auténtico en las naciones de socialismo real.
Ni buena ni mala
En sí misma, la nacionalización no es buena ni mala. A un demócrata sólo debiera interesarle si la empresa sirve al público en forma eficaz y barata, y si no compromete recursos naturales no renovables. Por ejemplo, un buen servicio telefónico privado es socialmente más útil que un mal servicio telefónico público. En muchos casos la solución óptima es mixta: un servicio estatal barato pero lento, complementado por un servicio privado caro pero rápido. Y si ambos servicios compiten por la misma clientela, tanto mejor, ya que cuando falle uno de ellos podrá funcionar el otro. Por ejemplo, lo único que funciona bien en la ciudad de Buenos Aires es el transporte público, formado por subterráneos estatales y microómnibus privados que marchan como exhalaciones a precios bajísimos.
La propiedad pública puede funcionar bien cuando está dirigida por tecnócratas en lugar de estar dominada por burócratas. Un buen ejemplo son los ferrocarriles europeos, mucho más modernos y eficaces que los norte-americanos, casi todos privados. El problema es la innovación. Tanto las empresas estatales dominadas por burócratas, como las sociedades anónimas dominadas por gerentes ansiosos por brindar jugosos dividendos a corto plazo, son enemigas de la innovación y, por tanto, corren el riesgo de estancarse o de convertirse en cargas públicas. La innovación técnica florece mejor en la empresa privada pequeña o mediana, y en la empresa estatal controlada por técnicos.
Sin embargo, hay tres grandes sectores en los que se impone la nacionalización o incluso la internacionalización. Estos, son los recursos escasos, tales como la tierra; los recursos no renovables, tales, como los yacimientos minerales, y la fabricación y comercialización de armas. Veamos por qué la propiedad privada falla en estos casos, si no a la corta al menos a la larga.
La propiedad privada falla necesariamente en la administración de los recursos escasos y de los no renovables, porque no tiene en cuenta sino los intereses privados y a corto alcance, descuidando los intereses de la mayoría y de nuestros descendientes. Por ejemplo, el agricultor moderno suele explotar la tierra al máximo, sin preocuparle los efectos irreversibles que puedan causar en el ambiente los fertilizantes artificiales y los herbicidas. Además, es obvio que nuestro planeta no tiene suficiente tierra para repartir entre todos los campesinos del mundo, de los que algunos millones se ven obligados a emigrar a los cinturones de las grandes ciudades donde viven marginados. Para que hubiera tierra suficiente habría que reducir gradualmente la población mundial a la mitad o menos. Aun así, la explotación agrícola en pequeña escala sería antieconómica por ser técnicamente primitiva. Es obvio, pues, que es preciso dar con una fórmula por la cual toda la tierra pase a ser de propiedad pública, pero de manera que el Estado la arriende a cooperativas con la obligación de parte de éstas de explotarla racionalmente sin arruinar el ambiente. Con los yacimientos minerales habría que hacer otro tanto.
Las armas
También falla el régimen de propiedad privada tratándose de armas, porque hace posible el que cualquier grupo económicamente poderoso pueda adquirirlas para someter a otros grupos; sean nacionales, sea en escala internacional. Idealmente sólo debiera permitirse la fabricación de armas defensivas, y aun así bajo control internacional. A su vez, para conseguir esto hace falta el desarme nuclear total junto con la conversión de todas las fuerzas armadas nacionales en fuerzas estrictamente defensivas, al estilo suizo. Dicho sea de paso, tal conversión bastaría para resolver la crisis económica, ya que el armamento defensivo (defensas antitanques, cañones antiaéreos, cazas, etcétera) es mucho menos oneroso que el ofensivo (tanques, misiles, bombarderos, etcétera).
En definitiva, la cuestión de la propiedad no se reduce a la vieja oposición privada / pública. Si la meta es el máximo bienestar del mayor número -como reza la vieja fórmula utilitarista-, éste se consigue mediante un régimen mixto en el que figuren propietarios individuales, sociedades anónimas y cooperativas, al lado de Estados patrones. Los recursos escasos y los no renovables debieran pasar a manos de Estados o aun de organismos internacionales. (La internacionalización de la Antártida, del espacio y de los mares es un buen precedente.) Y en todos los casos sería bueno que el público ejerciese un control directo, por ejemplo, a través de sociedades de consumidores y de usuarios, sobre la gerencia de bienes y, servicios. No bastan los controles indirectos, tales como el consumo y la acción política, porque el consumidor no siempre sabe lo que le conviene, y porque el partido político puede favorecer intereses especiales. Es preciso un control racional e imparcial, fundado sobre un análisis económico de los bienes y servicios, tal como el que provee la unión de consumidores de Estados Unidos. También es preciso un activismo en defensa del público.
En resumidas cuentas, ni la privatización ni la nacionalización son la panacea universal que resolverá los gravísimos problemas de la economía mundial. Es preciso combinar ambos métodos. Y en todos los casos, el interés público debiera tener prioridad sobre el privado.
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