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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Consulte a su médico

CUALQUIERA QUE haya ido a visitarse a la Seguridad Social ha podido observar una anomalía que, a fuerza de habitual, ha terminado por convertirse en aceptada: la doble cola. Una parte de los llamémosles clientes espera para ser atendida por el doctor y contarle sus cuitas; la otra aguarda pacientemente a que le extiendan una serie de recetas de medicamentos. Muchos de estos fármacos han ganado la fe de los consumidores por vías ajenas al galeno, desde el amigo al que, le fue bien hasta el anuncio publicitario. Procedimientos nada científicos y obviamente insanos, que gozan del beneplácito de gran parte de la población de usuarios, así como de la Administración.Para comprender estos hábitos se puede recurrir a la tradición, al reconocimiento de la buena voluntad que subyace a la amistad e incluso a la ignorancia, pero todo esto no se produciría o lo haría con más dificultades si la asistencia sanitaria, especialmente la que se imparte a los más pobres, fuera mejor y si las farmacias fueran algo más que un monopolio gremial, donde con frecuencia el paciente no encuentra el medicamento que necesita porque no tienen espacio suficiente para todos los productos, aunque sí para lociones, colonias, juguetes y zapatos.

La indiferencia con la que el médico atiende al enfermo no puede sino despertar la sospecha en éste y predisponerle a aceptar el consejo de un amigo con achaques comunes o la machacona insistencia del anuncio publicitario -permitido en la misma televisión que se empeña en perseguir la publicidad de licores y tabacos-. Un ejemplo de lo más común: los -compuestos de ácido acetilsalicílico son insistentemente recomendados para resfriados, gripes y otras afecciones similares. Sólo últimamente se les ha añadido la coletilla de "en caso de úlcera gastroduodenal, consulte a su médico". Según no pocos especialistas en dolencias gástricas, el ácido acetilsalicílico, de cuyas virtudes para otro tipo de enfermos no parece haber duda, es susceptible, entre otros efectos, de provocar perforación de estómago en el caso de úlcera gástrica, e incluso de acelerar el paso de la gastritis crónica a úlcera en caso de enfermos predispuestos.

Los farmacéuticos, por su parte, se atienen a lo reglamentado en la demanda de recetas, con resultados desiguales. Productos muy fuertes pueden ser expendidos sin el papel firmado por el médico, mientras éste se exige para analgésicos harto más benignos. Paralelamente, se da la paradoja de que mientras algunos fármacos cuyo uso es puntual y esporádico se expenden en envases con decenas de unidades, otros en los que la dosis debe ser mantenida durante semanas se venden en cantidades tan minimas que exigen frecuentes visitas a la farmacia y al médico, con evidentes pérdidas innecesarias de tiempo para todos, en el segundo caso, y con el riesgo de acumulación de medicamentos, en el primero, que más adelante pueden ser utilizados en la automedicación.

Un último factor debe ser tenido en cuenta en la desinformación general que sufren los consumidores: la confusa literatura médica que ocupa los folletos que acompañan a los medicamentos. Sin entrar en la dificultad de controlar los efectos secundarios que los laboratorios pueden silenciar, el tipo de explicaciones de los folletos que se adjuntan a los fármacos es cualquier cosa menos claro.

Por lo demás, la automedicación cuesta, vía Seguridad Social, una cantidad considerable a los españoles, quienes, salvo en el caso de los jubilados, deben además abonar un 40% del importe de los medicamentos. En ocasiones, los Gobiernos han optado por campañas publicitarias destinadas a los usuarios, pero ese mismo dinero, invertido en control de laboratorios y mejora de asistencia sanitaria, sería mucho más productivo.

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