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Tribuna
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La gran esperanza de la Unesco

La elección por gran mayoría de Federico Mayor Zaragoza para dirigir la Unesco abre las puertas a la esperanza de quienes creen en el sistema de las Naciones Unidas y de este organismo en concreto, según los autores de estos dos artículos. En ellos se analizan las causas que han provocado la crisis de esta institución y se apuntan los cambios que se han producido en el mundo durante el largo y controvertido mandato del predecesor de Mayor, el senegalés Amadou Mahtar M'Bow. Entre los fallos que se le achacan está la rutina de sus métodos de trabajo, el burocratismo y la práctica abusiva de los nombramientos siguiendo cuotas de distribución geográfica.

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La Unesco está de enhorabuena con la eleccción de Federico Mayor Zaragoza por abrumadora mayoría de su Conferencia General. Culmina así una noble aspiración de servicio internacional, largamente acariciada por este intachable y admirable intelectual español que es Federico Mayor, pero, sobre todo, se acaba de encender, gracias a él, una gran antorcha para la esperanza de cuantos creemos en el extraordinario papel potencial del sistema de las Naciones Unidas y de la Unesco en concreto.La victoria no se debe solamente a que Federico Mayor no tiene enemigos, sino precisamente porque ha sabido ganarse abundantes amigos por su profesionalidad y humanidad. Por lo tanto, lo que ha acontecido es que ha ganado el mejor.

Sin embargo, la verdadera batalla por el futuro de la Unesco apenas acaba de empezar. El deterioro y el desprestigio de esa organización son muy grandes, y, en el mejor de los casos, su recuperación costará tiempo y muchos esfuerzos diplomáticos.

La crisis actual de la Unesco obedece, a mi entender, a tres factores que, sumados, la hacen particularmente dramática.

La rápida y radical transformación del mundo, incluidos los grandes avances tecnológicos, la crisis económica y los cambios sociales, que requieren nuevas normas de convivencia y de cooperación. En ausencia de ese nuevo orden internacional, las relaciones entre países se han vuelto esencialmente bilaterales e intrarregionales y las Naciones Unidas, incluida la Unesco, tienen últimamente, en consecuencia, un papel menor.

2º El relativo inmovilismo de metas y prioridades de la Unesco, la rutina de sus métodos de trabajo endógenos y el burocratismo, agravado por la práctica abusiva en los nombramientos de acuerdo con cuotas de distribución geográfica, se suman a la creciente politización en tomo a intereses de grupos y de personas. A ello ha contribuido también gravemente la en su día llamada enmienda sueca, por la que a partir de 1976 los miembros del Consejo Ejecutivo pueden ser relevados de sus cargos por sus respectivos Gobiernos, lo que recorta sensiblemente la independencia política de sus actuaciones.

3º La singular personalidad del hasta ahora director general ha exacerbado las tensiones tanto en la secretaría como en las relaciones con los Estados miembros. En consideración a ello, habrá que conceder un margen prudencial de tiempo para lograr un reingreso ponderado de los Estados que abandonaron la Unesco (EE UU, Reino Unido y Singapur) ante tanto desencanto, cuidando, además, de que no ocurra a costa de la consideración hacia la gran mayoría de los Estados que permanecieron fieles pese a todo.

Por todas estas razones de peso hay que destacar el acierto de la reciente elección. Sin embargo, tan sólo una clara voluntad política de los Gobiernos de los Estados miembros, seguida de medidas enérgicas que renueven sus bases constitucionales, puede iniciar la salvación y el relanzamiento del espíritu de la Unesco al servicio del presente y del futuro de un mundo en paz, en temas tan delicados y neurálgicos como lo son la educación, la ciencia y la cultura. De no ser así, la Unesco se vería definitivamente atrapada en la ingente maraña de intereses personales, de grupos y de bloques que actualmente constituye, al haber perdido últimamente y en gran medida la inspiración, la energía y los medios que desde sus tiempos fundacionales se fueron acrecentando.

Una futura cooperación regular con las más prestigiosas instituciones científicas y académicas del mundo, además de con algunas de las más eficaces organizaciones no gubernamentales, está entre las soluciones más prometedoras para superar la situación actual y para asegurarse una visión global, analítica y prospectiva que se haga eco del trepidante ritmo de cambio que vive el mundo al que trata de servir.

En todo caso, Federico Mayor representa la máxima esperanza para que la Unesco reoriente su rumbo y redefina el alcance de su misión, haciéndola eficaz, sin derroches ni abusos. Él va a devolver la dignidad al cargo para el que ha sido elegido.

Ricardo Díez Hochleitner ha sido director del Departamento de Planificación y Financiación de la Educación de la Unesco y miembro del Consejo Ejecutivo de la Unesco.

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