Los empeños del 'high tech'
El comprometido futuro de una arquitectura de imagen tecnológica relacionada con el progreso
Da la impresión de haber bajado bastante la fiebre high tech que se desató hace aproximadamente un año por la coincidencia de varios acontecimientos, como la terminación del Hong Kong Bank, de Norman Foster, o la exposición Vision der moderne - Das Prinzip Konstruction, del Museo de Arquitectura de Francfort, que aquí vimos en Madrid bajo el lema Lenguajes del constructivismo. Números de revistas, artículos o programas televisivos bombardearon a la opinión con un impactante catálogo de imágenes en las que se visionaba una idea del futuro que ya empieza a ser tradicional.
En estos finales del siglo, al cabo de una revolución industrial que viene de hace más de 200 años, la conciencia inevitable de la magnitud del cambio tecnológico tiene aún la suficiente fuerza para atraer nuestra atención con imágenes maquinistas. No obstante, el panorama que hoy nos ofrece la tecnología es muy distinto del que se tenía hace 15 o 20 años. Los años sesenta no sólo desembocaron en la crisis económica, sino también en la quiebra de una determinada idea arquitectónica del progreso.En el año 1968, Juan Daniel Fullaondo, director de Nueva Forma, la más influyente revista arquitectónica española del momento, lanzaba un número con el título Agonía, utopía, renacimiento. Se convirtió en un ejemplar mítico para todos los que entonces estudiábamos en la escuelas de arquitectura, en él se recogían las más avanzadas propuestas urbanísticas y edificatorias del momento, tanto del panorama internacional como del nacional: desde las gigantescas ciudades arbóreas de los metabolistas japoneses, que concebían las viviendas como cápsulas móviles recambiables, a las fantasías gráficas de los ingleses del Archigram, pasando por las megaestructuras de Konrad Wachsman, la ciudad espacial de Yona Friedman o las cúpulas desplegables de Pérez Piñero, todo el catálogo de un mundo radicalmente distinto se abría ante nosotros.
La piedra y el ladrillo eran los abochornantes residuos de antediluvianos modos de construir y de vivir, mientras que los paneles sandwich, los plásticos, el vidrio y los metales ligeros representaban al nuevo universo de arquitecturas móviles y translúcidas.
Tuvieron que pasar muy pocos años para que las experiencias de fracaso se acumulasen a velocidad de vértigo: la obra maestra, la cúpula geodésica de Fuller para la feria de Montreal de 1967, ardió y se consumió en cuestión de minutos ante la sorpresa y estupor de sus admiradores. En la misma ciudad, el hábitat de viviendas prefabricadas formando colinas, que diseñara Moshe Safdie, se convirtió en poco tiempo en el lugar de mayor índice de delincuencia de Montreal. Las inmensas carpas para la Olimpiada de Múnich, de Frei Otto, acumulaban la nieve creando graves problemas de carga, sólo resolubles mediante complejos sistemas de calentamiento. Las estructuras hinchables dejaron comprobar también sus grandes limitaciones, que las han reducido al papel de cubiertas de piscinas y exposiciones temporales, la construcción de la ópera de Sidney se convirtió en un carísimo calvario, y pronto se cayó en la cuenta del terrible carácter especulativo que podían tener las megaciudades espaciales de los metabolistas.
El futuro tecno se nos representó de repente como un juguete frágil, amenazador, costoso y lleno de churretes, los suministros energéticos empezaron a fallar, y así el terreno para la revisión posmoderna quedaba más que suficientemente abonado.
El Centro Pompidou, en el Beaubourg de París, llevó a la realidad, años después, algunas de las ideas que más se defendieron en ese momento de énfasis tecnológico, enlazando directamente con un reciente edificio de los mismos autores, como es el Lloyd's Bank, de Richard Rogers, símil de una aparatosa refinería industrial en el centro de Londres.
En el corazón del centro comercial Azca se encuentra un edificio de oficinas, de J. Luis Iñiguez de Onzoño, que realiza una revisión actualizada de aquellas arquitecturas de los años treinta, que veían en los transatlánticos el ideal de belleza de las formas poderosas y precisas de la industria, aunque en este caso la pesantez de la máquina ha sido sustituida por la transparencia del vidrio y la ligereza del aluminio lacado en blanco.
Chimeneas de acero inoxidable, grandes vigas, pasarelas metálicas, son elementos del universo industrial que se integran con naturalidad en arquitecturas recientes que recordamos, como la facultad de Farmacia de Alcalá de Henares, de Víctor López Cotelo y Carlos Puente, o las viviendas del paseo de Yeserías, de Estanislao Pérez Pita y Jerónimo Junquera.
Estética industrial
Frente a la valoración de los aspectos brutales y dramáticos de la estética industrial, están apareciendo otros proyectos que, sin renunciar a expresar su carácter de tecnología avanzada, tratan de asimilar la aceptación de lo histórico, los valores de la ciudad ya construida.
La central de comunicaciones de León, de Alejandro de la Sota, es un exponente claro de esta postura al no olvidar su posición en el centro urbano, de modo que las ventanas son de proporción tradicional, las piezas metálicas de fachada sugieren un despiece de sillería y conforman un falso espesor de los huecos que evoca la habitual solidez de los muros de piedra.
En Barcelona tenemos un caso paradigmático en la torre de remate de la vía Favencia, proyecto de Antonio Rosselló, que cambió durante el proceso creativo, desde una expresión netamente industrial y maquinista a una configuración de columna más acorde con su función emblemática de marcar el acceso a
Los empeños del 'high tech'
la ciudad, a lo urbano. En este momento, la imagen que teníamos de las altas tecnologías cambia aceleradamente; tanto el Lloyd's Bank como el Centro Pompidou o el Hong Kong Bank responden aún a cierta idea de lo industrial que identificaba la técnica con la máquina de engranajes. Desde este punto de vista, estos nuevos edificios podrían ser considerados como productos románticos, residuales nostálgicos de la poética brutalista de las grandes plantas petroquímicas.Ni siquiera el proyecto del Walking Tall para Nueva York de Vittorio Giorgini, con su aspecto de módulo lunar que lejanamente recuerda la torre triangulada de oficinas de Louis I. Kahn, consigue ofrecernos una imagen que encaje en una visión actual de la tecnología, pues ésta ha dado hoy el salto definitivo de la mecánica a la electrónica. Nos vemos ahora en un mundo silencioso e intangible, abstracto e inmaterial, donde los únicos componentes reales parecen ser grandes superficies neutras en las que destacan discretos teclados, diminutos pilotos encendidos y pantallas de luz.
La sensación de frialdad que nos ofrece esta visión de los objetos de la informática parece difícil fuente de inspiración en una sociedad de desengañados hijos del siglo que buscan en la tradición el perdido sentido de la belleza.
Aun así, hay arquitectos, como los autores de la barcelonesa plaza de Sants, Albert Viaplana y Helio Piñón, que cultivan una singular poética que se aproxima a este misterioso mundo de la alta tecnología.
Planos inclinados flotantes que recuerdan los paneles de células de silicio, esbeltos mástiles curvados, extraños artefactos en formaciones geométricas, superficies vacías, puntos y signos persiguen ese nuevo lenguaje, mientras que el ingeniero valenciano Santiago Calatrava aborda una vertiente de expresionismo bíotecnológico, sugeridora de esas nuevas técnicas que profundizan en los secretos del ser vivo.
Atrás quedó la edad de piedra del hierro, el palacio de cristal de Paxton y la torre Eiffel, también las figuraciones maquinistas de los constructivistas rusos y los edificios aerodinámicos deco. Las películas Blade Runner y Brazil parodian esos mundos futuras que se soñaron a lo largo del siglo, hoy la imagen de lo tecnológico ha perdido cualquier representación directa, y deriva hacia visiones más sofisticadas. Tal como el Danubio azul se asoció en su momento a la perfección majestuosa del viaje de 2001, una odisea del espacio, un templo dórico de mármol blanco, tallado mediante instrumental robotizado, podría conformarse en símbolo del nuevo oráculo electrónico.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.