_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El desconcierto comunista

LO MÁS característico de la crisis que está removiendo las aguas del Partido Comunista de España en vísperas de su XII Congreso es la dificultad de sus protagonistas para identificar la naturaleza real de esa crisis. Pero, en política, la hondura de las crisis se mide por el desconcierto que provocan en sus protagonistas. Si no se es capaz de interpretar lo que pasa dentro -y que algo pasa es evidente-, difícilmente se podrá dar con un diagnóstico de la realidad que permita influir sobre ella. Sin embargo, este drama de los comunistas españoles no es ni un asunto coyuntural ni un fenómeno exclusivo de nuestro país. La identidad comunista se forjó en la identificación con la tradición bolchevique. Desde mediados de los setenta esa tradición comenzó a perder credibilidad en el seno de la izquierda. Por una parte, el modelo soviético de acceso revolucionario al poder aparecía como utópico; por otra, el modelo de sociedad representado por el socialismo real carecía del menor atractivo para la mayoría. Eliminada en la práctica la contraposición reforma-revolución e identificado el modelo soviético con hechos como el golpe militar de Jaruzelski en Polonia, los partidos comunistas occidentales se encontraron sin tierra bajo los pies.A esos factores se unieron en España otros relacionados con las vicisitudes de la transición. Ésta fue dura -y probablemente injusta- con el PCE. Símbolo de la resistencia contra la dictadura, ese partido fue larizado a posiciones marginales por un cuerpo electoral que, habiendo optado por hacer borrón y cuenta nueva, consideró que olvidar el franquismo significaba también olvidar al antifranquismo militante. El desconcierto de Carrillo ante esa situación, agudizado con el triunfo socialista en 1982, le llevó a un desesperado intento de reconstrucción de la identidad genuinamente comunista sobre la base de mutilar una de las dos piezas en que se había asentado su protagonismo anterior: la influencia en los sectores ilustrados de las capas medias urbanas. Con el resultado de perder el apoyo de esos sectores y, a la vez, sufrir una ruptura prosoviética por el lado del obrerismo tradicional.

Sin esas señas de identidad, el PCE que heredó Iglesias ha oscilado entre impresionismos varios y contradictorios. El intento de reconstrucción de la unidad comunista, que implicó la recuperación de Líster y la alianza con Gallego, se quiso hacer compatible con la expansión hacia los nuevos movimientos sociales. Pero del ambicioso proyecto de articulación entre éstos y el movimiento obrero sólo salió una plataforma electoral que, si bien consiguió detener el retroceso en las urnas del PICE, no logró acreditarlo como eje de cualquier proyecto capaz de colinar el espacio dejado a su izquierda por un PSOE cada vez más escorado hacia el centro.

En los últimos meses el PCE ha dado la impresión de alguien que corría desaforadamente sin saber hacia dónde. Es cierto que su actividad en el Parlamento, al hilo de la actualidad, ha sido estimable, pero nunca ha dado la impresión de que esa actividad correspondiera a unas prioridades establecidas de acuerdo con algún proyecto. De la tradición comunista de estar siempre a pie de obra en todo conflicto social se ha pasado a la práctica de fotografiarse -en Riaño, Reinosa o la fábrica de aluminio de Lugo cuando el conflicto se hacía merecedor de salir en televisión, para luego desaparecer. Las relaciones con el PSOE han oscilado entre la oposición frontal y el intento de pacto "para frenar a la derecha" o reconstruir "por la base" la unidad de la izquierda. El resultado más visible ha sido cierta capacidad para obstaculizar algunos proyectos moderadamente reformistas del Gobierno, pero ninguna para determinar en positivo, y hacia la izquierda, la política der PSOE.

Por ello, los movimientos de cuestionamiento de Iglesias de estos días son sólo la espuma de los males que agitan las aguas del fondo. La advertencia de que el PCE corre el riesgo de caer en un marginalismo testimonial son razonables, pero no han ido acompañadas hasta el momento de propuestas en positivo sobre cómo evitar ese destino. Lo único seguro es que, con Iglesias o sin él, el desconcierto continuará mientras se persista en ensayar a la vez vías en sí mismas contradictorias.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_