Retrato del artista comisario
Nadie recuerda ya la guillotina. Ni siquiera al leer a Dickens, cuya Historia de dos ciudades es el relato de una venganza y de una abnegación inesperada. La guillotina es la hoja que corta en dos la novela. La Enciclopedia Británica ofrece una descripción de la guillotina más cercana a la historia francesa que la que da Dickens. Era "un instrumento para infligir la pena capital por la decapitación, introducida en Francia durante la revolución. Consistía en dos postes verticales y una viga cruzada, y tenía estrías a los lados para guiar la cuchilla de corte al sesgo, cuya parte cimera llevaba un peso que hacía caer la cuchilla con velocidad y fuerza en el momento que se soltaba la cuerda que la sostenía. El propósito de la guillotina fue la invita ción a una ejecución por decapitación que no quedara confinada sólo a los nobles". Pero la guillotina sirvió en un principio más para decapitar a los ciudadanos de la República que a los nobles, cuyo número siempre es limitado. Los nombres más eminentes, además del rey y la reina, fueron Danton, Desmoulins, Robespierre y Saint-Just. Los primeros muneron protestando contra el terror, los últimos lo exaltaron hasta el final, pero sus cabezas se trocaron en el cesto.No todos los ciudadanos eminentes fueron decapitados por la máquina. Había entonces, como ahora, oportunistas que instigaron el terror y no lo sufrieron nunca. Uno de ellos fue el pintor Louis David. Su biografía es un ejemplo de coinisario temprano y demagogo en tres regímenes. No hay en la pintura otro caso igual. Ahora la BBC lo ha convertido en paradigma indigno.
El prograrna de la serie Artistas y Modelos se titula El espectáculo pasa y fue escrito y dirigido por Leslie Megahey, al que algunos recordarán por un retrato ejemplar de Orson Welles exhibido el año pasado en el Festival de Cine de Barcelona. Megahey tia logrado una biografia fílmica completa, que es el retrato del artista como comisario. Ambas cosas lo fue con demasía Jacques-Louis David, uno de los artistas que ha dado Francia y un perfecto (o imperfecto) miserable. Cuarído uno ha visto el Retrato de madame Recamier y Marat muerto sabe el valor que tiene la frase: final de Nerón ("Qualis artifex pereo" o "Qué artista muere conmigo"); cuando urio ve esta biografia breve, conoce que el grain artista era, come, Nerón, un asesino al que los tiempos hicieron posible.
David fue pintor de la corte de Luis XVI, el decapitado, y maestro de la. Francia frívola: María Antonieta lo exaltaba. Había heredado de Boucher la clientela, pero no el talento erótíco.
Boticher es la cumbre del rococó veriéreo. David sería el pintor neoclásico por excelencia, amante de las togas que apenas cubren a los héroes desnudos, y encontraría en la revolución muchos de sus temas. Dada la rapidez con que pintaba, sería el primer periodista gráfico de Francia y de la historia. Después de su Marat muerto, comenzado a pintar a pocas horas del asesinato, y tras fracasar su exhibición pública del cadáver revolucionado ultimado por Carlota Corday, David se convertiría en algo más contemporáneo y más sórdido. Sería un agente secreto de Robespierre.
Pintor por el día, de noche David firmaría decretos de muerte, condenando a la guillotina a muchos de sus clientes aristócratas. David negó siempre después su actividad nocturna, pero documentos recién descubiertos lo muestan ocupado en su tarea torcida. Se sabe, además, que estuvo entre los que negaron la vida al rey en la Asamblea, y algunos de sus retratados famosos, como el eminente químico Laurent de Lavoisier, fueron famosos decapitados luego. David, el retratista de la corte y la aristocracia (sólo los nobles podían hacerse retratos entonces), se hizo miembro de la Convención Nacional y maestro de las artes jacobinas. El periodista de la revolución había pasado a ser un comisario.
Su famoso esbozo Juramento de la cancha de tenis, que era un reportaje de un acontecimiento de veras revolucionario, dio pie a sus retratos de los mártires de la revolución. Preso poco después, pintaría en la cárcel su célebre autorretrato, en que el pincel lo desnudaba al vestirlo.
David tenía (y es todavía visible en su retrato) un flemón endurecido, un quiste que abultaba su mejilla izquierda y le torcía la cara de manera grotesca. Menos visible (al menos en el cuadro) era su tartamudez, que podía pasar del tartajeo a la mudez en segundos, y su nombre se convertía en Dadá. David compartía con otros líderes revolucionarios una deformación fisica visible. Marat padecía una forma cruel de la soriasis que le formaba bubones en el cuerpo, que se reventaban bajo sus ropas. El escozor extremo le obligaba a pasar horas en una bañera de agua tibia. Desde allí despachaba. Fue allí donde lo sorprendió el cuchillo cálido (sacado de entre sus senos) de Mlle. Corday. Marat muerto pasó, gracias a David, a ser el primer icono revolucionario, y es, de cierta manera, un esbozo de Lenin en su mausoleo.
Cuando se ve el cuadro en Bruselas (fue su espectador obligado durante tres años) aparece una personalización absoluta. Encima de una caja de documentos junto al muerto se puede leer: "A Marat, David", que es casi un mensaje de parte del pintor. Robespierre, otro deforme, era un enano y tenía una vocecita que apenas llegaba a la Asamblea. El mote de Robespierre el incorruptible era en realidad el inaudible. Ahora, "A bas le maximum!", gritaba el pueblo de París cuando iba a morir a la plaza de la Concordia, de discordia entonces. Danton fue el único líder revolucionario francés con integridad física, aunque no moral. A pesar de haber pronunciado una de las pocas frases felices del ahora "De l'audace, encere de l'audace, toujours de l'audace!", fue acusado de malversación, pretexto político para decapitarlo. Ante la guillotina, Danton le pidió al verdugo: "Muéstrale al pueblo mi cabeza y sabrán que valió la pena". Pero el pueblo de París pidió más. El tenebroso cortejo de las tricoteuses, tejiendo y destejiendo al pie de la guillotina, casi consiguió la cabeza de David desencajada por un Goliat que crecía cada día. Durante el Terror (de septiembre de 1793 a julio de 1794) hubo en Francia 20.000 decapitados por la Louisette.
Cuando aún no se sabía que el único destino posible para Robespierre era la guillotina, David gritó al Incorruptible en plena Asamblea: "Tomaremos tú y yo la cicuta". La metáfora era mala y peligrosa. David aludía al suicidio forzado de Sócrates que había sido tema de una de sus obras maestras. Conocedor como pocos en Francia del mundo antiguo, David trató de comparar al sanguinario Robespierre con el sabio Sócrates, sin duda un paralelo histórico miserable.
Al día siguiente, guillotinado su protector, ia policía de seguridad vino a buscar a David para obligarlo a presentarse a la Asamblea y dar cuenta de su exabrupto con cicutas de ayer. David estaba aparentemente perdido. Pero, en la Asamblea, su tartamudez, tanto como su miedo (y, por supuesto, su condenación pública de Robespierre difunto), le salvaron la vida. Pero David tuvo que guardar prisión durante seis meses en una temprana muestra del arresto domiciliario invertido. Esta vez su celda se convirtió en su casa y hasta se le permitió pintar su autorretrato.
Cuando el Terror se convirtió en desenfreno sangriento (los jacobinos decapitan a los girondinos, los girondinos guillotinan a los jacobinos) ya apareció Napoleón con un caballo blanco, el héroe (o el villano: la historia, como Jano, tiene siempre dos caras) de Termidor venido para poner fin al caos, David, devuelto a su estudio, de nuevo neoclásico, organizador de fiestas, creador de la moda (la moda imperio fue introducida por este hombre de tantos talentos), y como antes había sido amigo de madame de Pompadour ahora es confidente de la mulata Josefina. El republicano cruel es el pintor real de la corte imperial y favorito tanto del Bonaparte cónsul como del joven emperador. Napoleón admiraba y se admiraba en,las versiones de su vida según David. En una de ellas, el cónsul cruza los Alpes en fogoso corcel -lo que en realidad fue una corta travesía en mulo-. Pero David nunca estuvo más lisonjero, en el lienzo y en la vida, y aunque echaba de menos los días de ira del Terror, se convirtió en el gran maestro de los jóvenes realistas y románticos y al mismo tiempo en el espejo de paciencia de los peores académicos de Francia. Sus días de perenne oportunista dieron con sus huesos viejos en Bruselas, exiliado en lo que se conocía entonces como la guillotina seca: el destierro. La pena, después de Waterloo, por sus veleidades napoleónicas. Ahí mismo estaría en otros días su Marat muerto, el retrato póstumo de aquel corrompido en vida que dijo: "Cinco o seis cabezas bien cortadas le asegurarían al pueblo reposo, libertad y felicidad". Palabras que David aprobó en su tiempo, aunque tal vez su sentido clásico y sus preocupaciones con la moda y el vestuario habrían hecho pensar al pintor que la frase .cinco o seis cabezas bien cortadas...", tenía que ver más con el barbero que con la barbarie.
Delacroix, siempre generoso, llamó a Jacques-Louis David "el primero de los pintores modernos", y estaba en lo cierto en más de un sentido. David es el primer artista comisario. Luego habría comisarios artistas y comisarios a secas. David fue un gran pintor llevado por un resentimiento extremo que encontró en la revolución y luego en Napoleón una causa (y un efecto) que no tenía nada que ver con la pintura, sino con las versiones y perversiones de la historia encarnadas en héroes tan dudosos como Luis XVI, Robespierre y Napoleón. Irónicamente, David tendría su perfecto equivalente actual no en un artista como Picasso, también neoclásico, sino en el doctor Goebbels, aquel a quien Hitler advirtió: "Hay que impedir por todos los medios que Bruno Walter dirija a Beethoven", para decirse: "En estas cosas, el führer nunca se equivoca". El diario de Goebbels podría ser el de David: termina con una obsesión gráfica que es también del siglo: el cine. "Trabajo durante la noche en el documental", escribe Goebbels. "Contiene atroces vistas de los horrores bolcheviques en Lvov. ¡Un espanto! El führer me llama para decirme que es el mejor documental que hemos hecho. Estoy muy contento". David habría dicho otro tanto a un recado de Robespierre.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.