El misticismo musical de Bruckner

Jesús López Cobos, desde el comienzo de su carrera, manifestó no sólo interés, sino una especial aptitud para la interpretación del sinfonismo o la música religiosa de Anton Bruckner. Por ello, su último programa en el teatro Real, con la Orquesta Nacional y el Orfeón Donostiarra, dedicado a la Tercera misa y al Tedeum del músico de Ansfelden, ofrecía indudable atractivo. No se vio defraudado, pues la labor del maestro y la espléndida contribución de los coros donostiarras fue excelente.Si es cierto que en todas partes el brucknerismo ha crecido mucho de unos años a hoy, me parece que el caso de España no es como para sentir complejos. Bruckner, come, Mahler, llegó aquí muy pronto, de la mano de los grandes conductores germanos y algún germanizante.

La gran influencia de París, enaltecida al máximo por Manuel de Falla, fue causa de que el nombre de Bruckner se desviara de los programas españoles a pesar de haber penetrado en ellos con decisión a impulso del fuerte movimiento wagneriano.

De todos modos, ya en 1920, Pérez Casas programó la Séptima sinfonía. En cuanto a la Nacional, a partir de los años cincuenta ha acogido el nombre y la música de Bruckner con frecuenc¡a cada vez más creciente.

Clave musical

En marzo de 1979, López Cobos dirigió, con la RTVE, la Misa número 3 en fa menor, cuya última revisión la lleva a cabo su autor en 1893. Se trata de una auténtica clave para comprender la expresión musical religiosa de todo el siglo XIX, que con su doble faz hacia el pasado y hacía el futuro, se instala como la cúpula de toda la creación espiritual bruckneriana. Pensada más desde el templo que para el templo, aun cuando ningún ámbito le conviene mejor que una gran catedral, la Tercera misa luce la fortaleza arquitectural unida a la devoción de los espacios místicos. La alianza entre el espíritu sinfónico y la polifonía vocal, entre la herencia del pasado romano y el reciente cromatismo wagneriano, se logra con una belleza estremecedora que se acentúa de manera particular en la segunda mitad de la obra.Más conocido, el directo y triunfante Tedeum de 1884 parece casi exclusivamente montado sobre las fuertes y elementales bases tonales que determinan las ideas de ciertas sinfonías. No es obra de "dimensiones fluviales", Como dice Massimo Mila, sino modelo de concisión, dada la materia ideológica y la naturaleza expansiva del músico.

Un cuarteto solista de calidad, en el que la anunciada soprano, Sharon Sweet, fue sustituida por Andrea Trauboth, adecuada y brillante, pero en línea más baja que la de sus compañeros, la mezzo Jadwiga Rappé, el tenor Hors Laubenthal y el bajo Harald Stamm, se unió al soberano Orfeón Donostiarra, que dirige, desde la inesperada muerte de Ayestarán, José Antonio Sainz Alfaro, y encontraron en la Orquesta Nacional colaboración flexible y brillante, quizá más atenta a construir que a desentrañar el singular misticismo musical de Bruckner.

Lo obtuvo también, en los conciertos de la Sinfónica de RTVE, el gran pianista Bruno Gelber, al protagonizar el Concierto número 4 de Beethoven (que este año aparece una y otra vez en los distintos programas), aunque en esta ocasión la buena musicalidad del intérprete argentino no nos llegó con el lujo virtuosístico y la perfección habituales en Gelber. El director Oleg Caetani hizo una irregular labor en la colaboración beethoveniana, que se tornó más firme, dúctil y expresiva en la Décima sinfonía de Shostakovich, tocada con agilidad, tensión y respuesta fácil por los profesores radiotelevisivos.