Por encima de las bagatelas
En el vigésimo aniversario de aquel mayo de 1968, que pretendía llevar la imaginación al poder, los franceses se preparan para la elección presidencial más prosaica, más desilusionada, más huérfana de ideas que pueda imaginarse. Las encuestas sólo reflejan perplejidad: apenas una minoría cree que la victoria de uno u otro podría cambiar duraderamente las cosas, y menos aún, mejorarlas. Muchos confiesan no haber hecho todavía su elección.Entendámonos bien. No todo es negativo en esta actitud. Cualquiera es libre de denunciar la soft-ideología y el apático consenso humanitarista sobre el que descansa. Pero en vista de las decenas de millones de muertos que las ideologías hard devoraron a lo largo del siglo, también es posible regocijarse al constatar que nuestros compatriotas están ahítos de la guerra civil y de las pasiones que la alimentan.
En última instancia, se trata de un reflejo de conservación. La rareza de la sangre francesa, en la que Alfred Fabre-Luce veía ya, en vísperas de la última guerra, un antecedente político esencial, no ha hecho más que agravarse desde entonces. Si quiere conservar un mínimo de influencia -y, por consiguiente, de libertad en medio de una humanidad cuyas cuatro quintas partes viven en el Tercer Mundo, nuestro país no puede darse el lujo de desgarrarse entre sí.
Nunca será demasiado el felicitarse por este punto de vista tras los diversos enfrentamientos que marcaron sus comienzos, al ver al actual Gobierno recurrir, para ultimar espinosos temas como el del código de la nacionalidad, al prudente método de los comités de sabios. Aquellos que tuvieron ocasión de participar en los trabajos de comisiones del plan no esperaban constatar que es relativamente fácil hacerse entender por los franceses que pertenecen a escuelas de pensamiento y medios sociales extremadamente diferentes cuando se les hace acometer conjuntamente un tema fundamental para el porvenir nacional.
Esta atenuación, tan manifiesta, de los a priori ideológicos se debe, evidentemente, al hecho de que los franceses han acumulado experiencias desde los comienzos igualmente presuntuosos que marcaron el actual septenato.
La izquierda pretendía cambiar la sociedad, mejorar el poder adquisitivo, disminuir el paro, renunciar a las ventas de armas y tutti quanti. Al cabo de dos años operó, por imperio de la necesidad, un viraje que le hace poca gracia admitir, pero que debería merecer menos sarcasmo que agradecimiento.
La derecha la ha reemplazado -la boca llena del ejemplo reaganiano-, prometiendo, también ella, la luna. Al igual que ayer, las nacionalizaciones debían salvarlo todo; esta vez era de las privatizaciones de las que se debía esperar el milagro. Desgraciadamente, la lógica del liberalismo aplicado no es la del crecimiento garantizado. Cierto lunes negro llegó arrastrando consigo un nuevo viraje, a imagen de los que hubieran debido producirse al contacto demasiado áspero de los hechos en materia social.
Lección de modestia
La primera lección que debieran sacar los candidatos a la presidencia, sea cual fuere el lado en que estén, es de modestia. Ni una buena conducción del Estado ni del mercado aseguran el máximo de felicidad; ni siquiera, a falta de felicidad, el éxito. El más liberal de los franceses lo admite desde el mismo instante en que logra una parte del poder. Pero hay más. Existe la constatación de que nuestro país sólo desempeñó un papel muy modesto en los dos acontecinúentos que últimamente más afectaron su destino: la crisis financiera y monetaria intemacional y el acuerdo ReganGorbachov sobre misiles intermedios. Raymond Barre dijo claramente hace algunos días que privilegiaba entre sus objetivos el de mantener la independencia nacional. Sus rivales sólo pueden seguir sus pasos, aunque no sea más que porque la Constitución los obliga a ello. Pero estarían bien inspirados, tanto él como ellos, si nos dijeran cómo harán, estando el mundo como está, y Europa a la cabeza, para abolir antes de cinco años sus fronteras internas.
En la base de esta independencia se halla lo que se ha dado en llamar el consenso nuclear. Salvo en lo superficial, en este tema se advierte inconstancia por parte de nuestros compatriotas: ayer sólo tenían ironía hacia la bombita; hoy se imaginan de buen grado que los pone al abrigo de todo peligro. Sería necesario que el debate sobre la opción cero y sus consecuencias no quedara restringido a un senáculo de especialistas, aunque no fuera más que porque mañana, por poco que la negociación soviético-norteamericana alcance nuevos acuerdos de desarme, será muy posible que se ejerza una fuerte presión sobre Francia para que se una al movimiento.
¿Cómo reaccionará entonces la opinión? El Partido Comunista Francés perdió, evidentemente, el entusiasmo que experimentaba hacia la fuerza de disuasión durante los hermosos días de la unión de las izquierdas. En cuanto al partido socialista, salta a la vista que sin la presencia de Frangois Mitterrand en el Elíseo sería -para usar un eufemismo- notablemente menos unánime con respecto a este tema. Entre las razones que podrían llevar al jefe del Estado a solicitar un nuevo mandato y a cierto número de franceses a votar por él, no sería la menor la necesidad de mantener este consenso.
En cuanto a Europa, es el mismo juego. Naturalmente, todos los apoyan, sabiendo muy bien que el peso de una Francia abandonada a su soledad sería demasiado débil. ¿Pero qué significa Europa en esta hora en que los flujos comerciales, financieros y monetarios se mundializan de tal manera que el londinense The Economist aboga esta semana en su artículo central por una moneda mundial?
Cuanto más se avance, más se comprenderá que la lógica comunitaria debe ceder prioridad a la voluntad política sobre la única lógica funcional que pretende actualmente proveerla de su principal resorte; pero esto supone, evidentemente, la existencia de un designio común sobre el futuro del continente, sobre la naturaleza de sus relaciones con las superpotencias, incluso en el donúnio de la defensa y los medios de aumentar la eficacia de sus instituciones.
¿Les bastarán tres semanas de campaña, señores candidatos, para echarnos luz sobre este tema e incluso, simplemente, para convencernos de que ustedes disponen de todas las luces necesarias?
La independencia, Europa, la idea que uno se hace de estos dos temas, impera sobre el resto y exige por parte de los presidenciables tomas de posición lo suficientemente precisas para eliminar todo equívoco. Pero también existen dentro de las fronteras otros temas que también justifi can un profundo debate.
Uno de ellos se parece a la cuadratura del círculo: nos referi mos a la seguridad social, que con la prolongación de la vida y el au mento del paro compromete cada día un poco más el equilibrio. Aquí chocan dos filosofías: la del Estado-providencia, tan cara a la izquierda, y la de la desconfianza hacia un exceso de asistencia, tan generalizada entre las derechas. Pero tanto la izquierda como la derecha rompieron con el mismo ánimo el tope, juzgado excesivo, de los recortes sociales, y el Gobierno liberal de Jacques Chirac no encontró otro medio para limi tar el paro, dentro de lo posible, que apelar masivamente a su tra tamiento social.
Evidentemente fue porque te nía conciencia de la enormidad del envite por lo que recurrió, también en este caso, al método de la mesa redonda. No caben dudas de que no hay otra manera de proceder, pero eso no impide que sea infinitamente deseable que los candidatos expusieran claramente sus puntos de vista sobre el tema, porque a fin de cuentas se tratará de saber quién pagará y para qué.
Queda finalmente el inmenso capítulo de los problemas llamados sociales, que van de la edu cación a la justicia, pasando por la nacionalidad y la inmigración. Éstos son los temas que seguirán dependiendo, sea cual fuere el caso, al menos en lo esencial, de la soberanía nacional.
Pronto resultará avidente que esta vez los franceses no están dispuestos en absoluto a conformarse con eslóganes y palabras huecas. Por otra parte, nada bue no se podría esperar de un voto desganado que los llevara a pronunciarse sin convicción a favor de quien les parezca que repre senta el menor riesgo para su rutina cotidiana.
Por lo pronto sólo sienten un interés limitado por las zalamerías de los candidatos, que, a ex cepción de uno solo, no cabe duda están decididos a presentarse. Incluso la esfinge del Elíseo, salvo que incurriera en la in famia de querer someter al partido socialista al mismo tratamien to destructivo a que sometió al partido comunista, ¿tiene interés en mantener sobre su decisión lo que podría llamarse un resto de incertidumbre?
El otro día negó rotundamen te que en su actitud hubiera nada de juego o de cálculo. Sin embargo, a medida que pasan los días es cada vez mayor la impresión que da de ser el único que se di vierte. ¿No habrá llegado el mo mento, tanto para él como para los demás, de pasar de la fase de las bagatelas ante la puerta a la del serio examen de lo que se debe hacer, y hacerlo pronto, una, vez abierta esta puerta?
Traducción: Jorge Onetti. Copy Right Le Monde.
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