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Tribuna:LAS ELECCIONES EN MÉXICO
Tribuna
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Una auténtica campaña

Jorge G. Castañeda

Por primera vez desde 1950, y quizá en realidad desde 1940, se está produciendo en México una auténtica campaña electoral en la que compiten varios candidatos con fuerza y arraigo real y que representan verdaderas corrientes ideológicas y políticas inscritas en la sociedad mexicana. Falta, por supuesto, un ingrediente importante: el desenlace de la contienda; esto es, el resultado de los comicios del próximo 6 de julio no está en juego: ganará, corno ha ganado siempre desde los años veinte, el candidato del partido oficial, Carlos Salinas de Gortari. Pero con esa excepción -que es de talla, ni duda cabe- México vive hoy una situación inédita para la enorme mayoría de sus habitantes, cuya juventud clausura la posibilidad de una memoria vivencial de largo alcance.Se enfrentan tres grandes corrientes con sus respectivas bases sociales y sus candidatos en cierto sentido naturales. Desde la derecha, una extraña mezcla de exigencia democrática, producto de decenios de arbitrariedades, de, fraude electoral y del desarrollo económico y social de regiones enteras del país, sobre todo en el norte, y de fanatismo clasemediero cacerolista que retorna la tradición de populismo religioso mexicano que data ya de muchos años: Manuel Clouthier, el candidato del Partido de Acción Nacional (PAN), es un aspirante combativo, carismático y sumamente representativo a la presidencia de la República. Sus llamadas a la desobediencia civil, sus constantes provocaciones al Gobierno y al partido de este último son fieles reflejos del coraje y desesperación de las clases medias mexicanas surgidas del boom mexicario de los pasados 50 años, hoy empobrecidas y humilladas por una crisis económica interminable y un sistema político agonizante pero que se niega a morir a tiempo.

El arrastre de Clouthier, sin embargo, no es meramente pequeño burgués: en amplias zonas del país -ante todo en el norte, pero también en algunas zonas del centro del país-, campesinos y obreros se han volcado hacia el candidato de una derecha que sustenta tesis ideológicas difícilmente compartidas por sus adeptos populares: apertura hacia Estados Unidos, fin del estado asistencial mexicano, "todo el poder a los; empresarios", individualismo trasnochado.

Lo interesante de Clouthier es que ha podido concertar el apoyo de sectores; disímbolos e incluso enfrentados en una gesta más mesiánica y redentora que propiamente política. Cada Gobierno merece la oposición que se le enfrenta, y el Partido Revolucionario Institucional (PRI) tiene en contra suya hoy un contendiente a su derecha cuyos vicios, defectos y exabruptos son justamente el resultado de la manera como México ha sido gobernado durante decenios. Son los cuervos creados por medio siglo de estabilidad próspera y despolitizada, mal repartida y antidemocrática.

En el otro extremo del espectro político la novedad consiste en la irrupción en el escenario mexicano de una verdadera oposición de izquierda. La candidatura ;a la presidencia de Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del general Lázaro Cárdenas y auténtico heredero de la tradición cardenista en el campo mexicano, ha roto el unanimismo ideológico priísta que imperaba desde los años treinta. En buena medida como resultado del sexenio presidencial de Cárdenas padre, la izquierda mexicana se había debatido a lo largo de casi 50 años entre el apoyo crítico a las medidas reformistas del Gobierno y el repudio a sus prácticas corruptas y antipopulares.

Arcaísmo

Cuauhtémoc Cárdenas ha desarrollado una campaña en buena parte fundada en el arcaísmo: arcaísmo del nacionalismo económico en el que descansan muchas de sus tesis programáticas, arcaísmo de la base social que parece predominar en el seno del indudable y en algunos casos impresionante apoyo popular de que goza. De alguna suerte Cárdenas ha resucitado la ideología de la revolución mexicana, abogando por un Estado fuerte y asistencial, una economía cerrada aunque no autárquica, un nacionalismo que se extiende de lo internacional a lo económico y lo social. Ciertamente, en materia de la deuda externa de México las tesis de Cárdenas -suspensión de pagos mientras se negocia una reducción sustancial del servicio y del capital adeudado- se acercan más al sentir de la mayoría de los mexicanos que las del Gobierno actual. Pero con esa excepción el programa económico de Cárdenas -y los problemas de México hoy son ante todo económicos- se antoja caduco o insostenible.

El arcaísmo de su base social es engañoso: el campesinado mexicano, con su reclamo ancestral de tierra, ya no se encuentra en el centro de la vida social del país. No constituye una mayoría de: la población y su reprodución social es cada vez más endeble. Pero no ha dejado de existir, y las multitudes -decenas de miles- que aclamaron a Cárdenas durante su paso por la región de La Laguna, donde su padre reinició el reparto agrario en 1936, muestran que el cardenismo y el campesinado siguen siendo una parte importante de la vida nacional. El campesinado mexicano tradicional vive efectivamente: una lenta agonía, pero ésta puede durar años, como duró en Francia o en España.

Esta doble oposición al PRI la enfrenta, a veces con éxito y en ocasiones con grandes dificultades, el joven candidato oficial Carlos Salinas de Gortari. Probablemente hará un buen presidente, pero su candidatura no ha brillado hasta ahora como debiera hacerlo. No es culpa de él: ha tenido que bregar contra los estragos de seis años de estancamiento económico y contra una política gubernamental quizá acertada desde el punto de vista estratégico del país -apertura comercial hacia el exterior, privatización y reducción del sector público, recortes de subsidios, etcétera-, pero que ha dañado severamente el nivel de vida de la inmensa mayoría de los mexicanos. Peor aún, la situación económica del país ha empeorado en los últimos meses de manera drástica: la inflación se ha desbocado, la especulación se ha desatado y la respuesta gubernamental ha sido ante todo hundir al país en una nueva recesión.

El problema más de fondo que enfrenta Salinas, sin embargo, es político. El agotamiento, descrédito y falta de credibilidad del sistema político mexicano es tal que aunque gane las elecciones la gobernabilidad del país dependerá de cómo las gane. La clave reside en si se produce un gran fraude electoral -como en ocasiones anteriores-, asegurándole al candidato del PRI un caudal de votos superior al que obtuvo su antecesor y superior a la mitad de los ciudadanos empadronados para votar (supuestamente garantizando así una mayor legitimidad de la elección). De salir así las cosas, México podría fácilmente volverse ingobernable a medio plazo. Afortunadamente Salinas ha dado varias muestras de no querer proceder de esa manera: parece creer que es preferible ganar perdiendo que perder ganando y que una pequeña mayoría de votos le fortalecerá más que una victoria falsamente abrumadora. El problema estriba en que la inercia del fraude y los intereses reales que se: verían afectados por una elección limpia pueden resultar más poderosos que un mero deseo de honestidad por parte de Salinas de Gortari.

La situación económica de México es desastrosa y el futuro político es incierto. Pero se asoma una esperanza: ha concluido la era del consenso forzado, del unanimismo ideológico en el aparato oficial y de las mayorías electorales abultadas sin mayores consecuencias. Algo se mueve en México por fin.

Jorge C. Castañeda es profesor universitario mexicano.

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