Los nuevos centros de poder
Una de las principales tareas del próximo presidente norteamericano será guiar a su país a través de una profunda transición en su posición internacional. Y, sin embargo, ninguno de los candidatos está haciendo un esfuerzo serio por preparar al pueblo norteamericano para el mundo radicalmente diferente al que pronto tendrá que enfrentarse.Tres son los acontecimientos que parecen probables en la próxima década:
1. La relativa supremacía de las superpotencias, decaerá.
2. El poder político, económico y militar, estarán más relacionados en las principales naciones del mundo.
3. En consecuencia, surgirán nuevos centros de poder.
Es muy probable que en el año 2000 Japón haya realizado grandes progresos hacia el rearme; China e India habrán crecido económicamente, así como militarmente, y Europa Occidental, o se habrá unido o habrá abdicado como actor importante en la escena internacional.
Japón será la gran potencia que surgirá con más rapidez en el próximo siglo. Los logros industriales, tecnológicos y económicos de Japón le permitirán a Tokio determinar los métodos de inversión globales y surgir como una potencia militar importante en Asia. Además, Japón habrá trasladado parte de sus instalaciones de producción a otros países asiáticos para aprovecharse de sus bajos costes de mano de obra. Esto creará incentivos para el establecimiento de lazos políticos más estrechos y para la protección militar de estos bienes.
Al mismo tiempo, el aumento de la potencia de Japón despertará sospechas en otros países asiáticos y hará que Japón caiga en la tentación de adoptar un papel más enérgico.
China fue durante varios milenios el país más poderoso de su mundo. Todos los dirigentes chinos saben intuitivamente que su país tiene dos problemas geopolíticos: un Japón resurgente y una potencia militar soviética a lo largo de una frontera de 4.800 kilómetros. Intentarán apagar las ambiciones de Japón proporcionándole oportunidades económicas al tiempo que las contrarrestan con inversiones norteamericanas y europeas. Y es probable que intenten conseguir una mejora en las relaciones con la Unión Soviética, aunque sólo sea para mantenerlas parejas con la impetuosidad de Washington. Intentarán enfrentar a sus inquietantes vecinos. Pero al final acudirán a Estados Unidos.
Sin embargo, el próximo siglo China calculará que el esfuerzo necesario para aplastarla puede ser de tal magnitud que la ayuda norteamericana es tanto menos necesaria en circunstancias ordinarias como más automática en caso de que cualquier país quisiera poner en práctica la enorme empresa necesaria para una agresión triunfal. Consecuentemente, la política china se volverá probablemente más audaz y más dispuesta a afirmar intereses específicamente chinos, sobre todo en el mundo en vías de desarrollo. Así, en el próximo siglo la política exterior norteamericana tendrá que vérselas con dos relaciones triangulares en Asia: en el noroeste, con China, Japón y la Unión Soviética; y en el sureste, con Japón, China e India, y con la Unión Soviética, que está empezando a extender su dominio a esta área.
India es en muchos sentidos la más olvidada de las principales potencias en surgimiento. Es un error, porque India tiene quizá la infraestructura más eficaz y la Administración pública más capacitada del mundo en vías de desarrollo. La diplomacia india es quizá también la más predecible porque la política británica, trazada por el virrey en Nueva Delhi, proporciona pistas bastante fiables.
A medida que India vaya siendo más fuerte es probable que se oponga, a las incursiones de las
Fandes potencias en el océano Índico y al dominio por parte de las grandes potencias del sureste asiático. El primer punto la situará en tuna oposición potencial con la Unión Soviética por la cuestión de Irán y del golfo Pérsico, y el segundo le creará rivalidades con China y Japón.
Al margen de Europa
En cuanto a Europa Occidental se muestra en la actualidad dudosa sobre si buscar o no la autonomía en el campo de la seguridad y sobre qué uso político hacer de su naciente unidad, proceso fomentado inintencionadamente por lo
erráticos vaivenes de la política norteamericana y por la reciente tendencia de Estados Unidos a negociar con Moscú pasando por encima, de los países europeos.
En muchos sentidos la posición soviética es la más compleja. Por un lado no tiene otra alternativa que realizar reformas nacionales, pero durante un período provisional es probable que esta empresa vaya al menos acompañada de inestabilidad nacional dentro de la URSS y de agitación en la Europa del Este. En mi opinión, las políticas de glasnot y perestroika no conducirán ni al abandono apocalíptico de 400 años de historia ni al paralizante mantenimiento del statu quo. Como la mayoría de los procesos históricos, estará limitado por las realidades geopolíticas. Incluso con los supuestos más optimistas sobre la perestroika, es probable que la economía soviética crezca con menos rapidez que los nuevos centros de poder descritos anteriormente, por no hablar de las potencias industriales ya establecidas. Y todos los nuevos centros se encuentran, bien en las fronteras de la Unión Soviética o bien próximos a ellas. Así pues, el resultado del reforzamiento regional apoyado por la política norteamericana será cada vez más la contención del poder soviético.
La Unión Soviética se esforzará sin duda por escapar a tal posibilidad durante la década de 1990, intentando relegar a Estados Unidos al hemisferio occidental. Gran parte de la actual política soviética es sobre todo compatible con el objetivo de generar la desconfianza hacia Estados Unidos entre sus amigos, sobre todo en Europa. La década de los noventa será probablemente mucho menos cómoda para Estados Unidos de lo que sugiere la opinión pública convencional. Pero la mala situación nacional soviética y su intento de controlar a la Europa del Este limitará los riesgos que pueden permitirse correr los soviéticos en la puesta en práctica de esta política, siempre que Occidente no se deje empujar al abandono de sus necesidades fundamentales por lo que de hecho supone una guerra psicológica soviética.
Pero ¿puede Estados Unidos llevar a cabo una política adecuada para este nuevo mundo? No hay duda de que están bien situados para hacerlo. No tienen objetivos territoriales ni en Europa ni en Asia. No están directamente implicados en la mayoría de los conflictos locales. Tienen, pues, la cobertura necesaria para concentrarse en aquellos temas que amenazan el equilibrio global o regional. Por otro lado, Norteamérica ha rechazado históricamente la política basada en el equilibrio de poder y ha insistido en la seguridad colectiva.
Con estas actitudes, Estados Unidos se arriesga a una extrapolación psicológica, pues la uniformidad de intereses es una pura ilusión. Esto hará que Norteamérica se sienta tentada a controlar todos los problemas desde Washington y a meterse, como ya ha hecho en el pasado, en cuestiones legalistas o reformas globables, sin prestar atención a su seguridad a largo plazo.
La relación de Estados Unidos con el resto del mundo, sobre todo con el continente euroasiático, es comparable con la relación de¡ Reino Unido con Europa hasta el final de la II Guerra Mundial. El Reino Unido comprendió que si los recursos de Europa caían bajo el control de un solo país, se vería superado y, con el tiempo, indefenso. Churchill expuso el caso: "Durante 400 años la política exterior del Reino Unido ha sido oponerse a la potencia más fuerte, más agresiva, más dominante del continente... La cuestión no es si se trataba de España, o de la monarquía francesa, o del imperio francés, o del imperio alemán, o del régimen de Hitler. No tiene nada que ver con gobernantes o naciones; sólo le preocupa quién sea el tirano más fuerte o potencialmente dominante... De esta manera hemos conservado las libertades de Europa".
El problema de la política exterior norteamericana es casi idéntico, excepto que el desafío de Norteamérica es global. El objetivo básico de Estados Unidos debe ser el mantenimiento del equilibrio de poder en el continente euroasiático. Cuando el comunicado de Shanghai de 1972 entre Estados Unidos y la República Popular China comprometía a estos rivales ideológicos a oponerse a la hegemonía expresaba lo que debe ser un principio básico de la política exterior norteamericana: Norteamérica debe estar del lado del más débil como principio fundamental de la política pública.
Cambio de mentalidad
Es esencial reconocer que tal política exige un cambio profundo en las enraizadas actitudes norteamericanas. En concreto:
1. Una condición previa es el análisis preciso de los intereses nacionales norteamericanos y de las amenazas a su seguridad a largo plazo. Pone el poderío norteamericano al servicio de la defensa del equilibrio global. Un buen ejemplo es la defensa de la integridad territorial de China, para la que no existe un compromiso formal.
2. Estados Unidos no puede permitirse basar su política en la actitud personal del jefe del país más poderoso del continente euroasiático, sobre todo de un país en el que todos sus dirigentes, excepto Lenin, se han visto desaprobados por sus sucesores. Estados Unidos podrá reducir su vigilancia sólo cuando la Unión Soviética pierda su impulso ideológico y la capacidad de lograr la hegemonía y se convierta en un Estado nacional tradicional.
3. La defensa inicial de la mayoría de las regiones, con la probable excepción de Europa, debido a su enrarecido estado psicológico, debería estar en manos de aquellos países cuya independencia esté amenazada de manera más inmediata (incluso en Europa es casi seguro que las fuerzas de Tierra norteamericanas se vean reducidas a finales de siglo). La contribución militar norteamericana debería, como la del Reino Unido en su época de apogeo, ser la que corresponde al país encargado de mantener el equilibrio: unidades navales, aéreas y de tierra con alta tecnología, capaces de llevar a cabo una intervención rápida y decisiva.
4. De manera especial en el hemisferio occidental, Norteamérica debería fomentar el crecimiento económico y las instituciones democráticas.
Todo esto supone el alejamiento de las actitudes tradicionales norteamericanas formadas cuando la geografía protegía las costas de Estados Unidos y otros países asumían la responsabilidad del mantenimiento del equilibrio global. Y requerirá el consenso de ambos partidos de uno a otro presidente.
Desgraciadamente, los candidatos presidenciales norteamericanos han abandonado el papel de educadores. Su verdadera misión es llevar al pueblo norteamericano del punto en que se encuentra a donde no ha estado nunca, un lugar en el que deben estar si no quieren verse sepultados por la agitación de nuestra época o agotarse en esfuerzos periféricos.
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