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LA NOCHE DE LOS 'OSCARS'

Un filme glotón

El sexagenario Oscar ha gastado una broma a sus huéspedes de habla no inglesa y ha causado sorpresa a los profetas oficiales y oficiosos, entregándose a la película danesa El festín de Babette.Fuera quedaron la favorita, Au revoir, les enfants, y la meritoria La familia. Ni siquiera el Oscar tuvo la tentación de volver a dejarse acariciar por José Luis Garci -Asignatura aprobada- o de contentar a quienes apostaban a la sorpresa señalando a la noruega Pathfinder. La decisión, premiando a la película de Gabriel Axel, que por otra parte ha gozado de buena aceptación comercial en Estados Unidos, ha sido la menos esperada.

El filme danés, una buena película, basa su guión, firmado por el propio Axel, en el relato de la escritora Karen Blixen. Gabriel Mel, nacido en 1918, con una filmografía próxima a la media docena de títulos, cuenta con una tradición como funcional realizador de comedias propias para el gusto del público de su país. Premiado en Cannes en 1967 por La mante rouge, El festín de Babette representa su retorno al cine, después de haber trabajado en la televisión francesa.

En su oscarizado trabajo, con una fotografía excelente, un guión bien urdido, una brillante interpretación, y protagonizada por Stéphane Audran, asistimos a la preparación de una cena, y a su consumación, en un ambiente que se toma sensual, frente al habitual puritanismo protestante de la Jutlandia donde se desarrolla la acción, centrada en 1871.

Babette (Stéphane Audran) interpreta a una joven que huye de la justicia francesa tras haber perdido sus bienes y posesiones. Desembarca en la costa de Jutlandia y es empleada como sirvienta por unas hermanas, ya ancianas, hijas de un pastor protestante. Agraciada con un premio de lotería, y agradecida hacia sus benefactoras, decide emplear la enorme suma conseguida en preparar un fastuoso menú francés para la cena que conmemorará el centenario del pastor.

En la cena, con 12 comensales, los manjares de la cocina francesa vencerán la aún recalcitrante gravedad luterana. La gula y el alcohol harán reventar el encorsetado concepto de que el pecado va unido al placer, y los espíritus de los más que maduros comensales se abandonarán con desusada libertad a los recuerdos del pasado.

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