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La sombra de Vietnam

La tinta aún está fresca en el texto del acuerdo de paz para Afganistán cuando la sombra del síndrome de Vietnam se cierne sobre Kabul y Moscú. Tanto la ONU como los cuatro firmantes parecen estar seguros de que los días de Mohamed Najibulá como presidente de Afganistán están contados.Como Washington tuvo que abandonar Saigón tras un intento inútil de detener el comunismo que venía del Norte, así Moscú se ve hoy obligado a dejar Afganistán bajo la presión de un fundamentalismo islámico que, al menos en los primeros meses, arreciará los combates hasta hacerse con todo el país.

Las fuerzas rebeldes -que afirman controlar el 80% del país- cuentan con 150.000 hombres bien armados, mientras que el ejército que le quedará al Gobierno procomunista de Kabul una vez que se hayan retirado los soviéticos es bastante inferior en efectivos. Las diferencias entre la resistencia son notables, debido al carácter tribal de la sociedad afgana, pero ese mismo carácter tiene dividídos a los comunistas en al menos tres facciones. Tanto militar como políticamente, el grupo más fuerte es, sin duda, la alianza formada por siete partidos en Peshawar, al norte de Pakistán, si bien algunos de los partidos que la integran se identifican ideológicamente más con los ocho partidos refugiados en Irán.

Shevardnadze declaró a su llegada a Ginebra que la URSS se felicitaba de una retirada que permitirá a los afganos vivir "de acuerdo a su propia elección". Con ello venía a reconocer que el sueño de un Afganistán comunista se ha desvanecido. El jefe del Pentágono, Frank Carlucci, ya un día antes de que se firmara el acuerdo afirmó que no es posible que el Gobierno "títere de Kabul" pueda mantenerse solo. Pakistán, que ha sido la voz de la resistencia durante todos estos años, insiste en que en seis meses tiene que crearse un amplio Gobierno afgano en el que a lo sumo los comunistas formarán parte de él.

Vietnam para EE UU y Afganistán para la URSS se han convertido en la lección en la que las dos superpotencias tendrán que "reflexionar dos o tres veces", según ha dicho el portavoz soviético, Guenadi Guerasimov, antes de embarcarse en otra intervención en el exterior.

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