Delvaux presenta una interesante versión de 'Opus nigrum', de Marguerite Yourcenar
La sección competitiva comenzó ayer en Cannes con Opus nigrum, filme de un clásico viviente del cine europeo: el belga André Delvaux. Algunos de los pronunciados rasgos que identifican el poderoso estilo de este gran cineasta están en él. la película se basa en la famosa novela de Marguerite Yourcenar, y esta fortísima deuda literaria le pesa al final, aunque no le impide contener algunas escenas de gran pureza cinematográfica. Completó la jornada oficial la curiosa y aceptable Isla de Pascali, del británico James Dearden.
Si la película inaugural, El gran azul, del francés Luc Besson, fue una trivial colección de cromos carentes de movimiento interior, el filme de Delvaux, al menos en parte, es todo lo contrario: un puro movimiento interior despojado por completo de adornos. Su mitad inicial es mejor que buena, y de haber podido sostenerla, Delvaux hubiera conseguido una película notable.Pero no es así. En la zona terminal de Opus nigrum, la fuerza del origen literario se apodera y detiene la cadencia, específicamente cinematográfica, que Delvaux imprime a la composición inicial, y basta un brusco giro argumental (del alquimista clandestino que, en el Flandes del siglo XVI, se ve obligado a vivir clandestinamente, desvela de pronto su identidad y es sometido a un juicio inquisitorial) para desequilibrar el movimiento interior del filme. Y éste deriva hacia lo discursivo y lo estático.
Alquimistas
Delvaux es director de uno de los filmes más complejos y elevados de los últimos decenios: El hombre del cráneo rasurado. Sus películas posteriores se resienten de la presencia detrás de ellas de esta singular obra, probablemente insuperable. Opus nigrum no escapa a esta dependencia. Filme interesante, con secuencias -todas las que penetran en los trabajos quirúrgicos del alquimista Zénon- de alta pureza cinematográfica, sigue siendo, pese a ellas, una obra todavía subordinada al recuerdo aplastante de El hombre del cráneo rasurado.Y André Delvaux vuelve a ser víctima de ese paradójico infortunio de haber inaugurado su carrera desde una cumbre que probablemente no podrá volver a escalar.
Por su parte, La isla de Pascali es una película aparentemente sencilla, pero más enrevesada de lo que parece, de James Dearden. Este joven cineasta, hijo del veterano británico Basil Dearden, es el guionista de la mediocre y supermillonaria Atracción fatal, lo que ha debido añadir muchos ceros a la derecha de su cuenta corriente. Y también ha debido crearle remordimientos, pues La isla de Pascali va por el camino contrario de aquélla y él así lo proclama a los cuatro vientos.
El filme británico está bien interpretado por el protagonista de Gandhi, Ben Kingsley, pero todavía es una obra balbuciente, de cortos vuelos en lo relativo a la imagen y al ritmo interior de ésta.
La competición ha comenzado en Cannes con un nivel aceptable. Quedan muchos días por delante y los vaivenes son previsibles. En cifras redondas, compiten este año 15 países, que traen un total de 21 filmes: Estados Unidos y el Reino Unido, cada uno con tres; Francia y España, con dos; y Argentina, Bélgica, China, Dinamarca, Alemania Federal, Hungría, Italia, Japón, Nueva Zelanda, Polonia y Portugal, cada uno con una película.
Y cifras más redondas aún: si a estos 21 filmes que se presentan en Cannes se añaden los cinco que participan fuera de competición, de estas 26 películas "oficiales", 15 son europeas, siete norteamericanas, tres asiáticas y una latinoamericana.
Un reparto significativo en el Año Europeo del Cine, que Cannes celebra a su manera, siempre pragmática.
Babelia
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