Pániker
Hay un hindú de Barcelona, un catalán de la India, que cruza de vez en cuando por Madrid (en estos días ha vuelto a hacerlo), dejando un rastro luminoso y oscuro, misterioso e irónico, oriental y catalán: Salvador Pániker.Pániker, desde que nos trajo sus prodigiosas Conversaciones en Madrid, que pronunciaban la democracia en pleno franquismo, es un madriles por derecho propio, el asiático raro y dandy que le abrió y le miró a Madrid las entrañas como no lo había hecho ningún intelectual madrileño. SP por su cruce Oriente/Occidente, un poco goethiano, por su interior diálogo Este/Oeste, por su duda nada metódica entre el ying y el yang, ha buscado siempre la integración del todo en todo, o a la inversa, más la apertura a lo abierto, y uno se lo tiene dicho de siempre:
-La literatura, Salvador la literatura.
Hasta que SP se ha lanzado a escribir sus memorias (acaba de presentar aquí el segundo y último tomo) y ha encontrado en la prosa creativa narrativa (pero libre, como él nos recuerda, de "la odiosa deliberación de la novela", denunciada por André Breton) El empeño de SP, dada su voluntad de abrirse al mundo con los cinco sentidos y otros que no conocemos, pero ejercemos, no podía lograrse desde la prosa filosófica. Todo eso se razona, pero luego hay que ponerlo en acto. Y el acto, para el escritor, es escribir.
De nada vale vivir dualidades sexuales o de otro orden si se sigue racionalizándolas en la escritura. Pániker ha comprendido que el proceso es inverso: primero escribir y luego vivir. Y se ha lanzado a una prosa rica en nombres (propios) y adjetivos, creadora, descriptiva, sensual, descarada, lírica a veces (la búsqueda del padre en la India), logrando así unas memorias que no haría hoy ningún escritor español, y mucho menos un filósofo. SP, soñando siempre con infinitos desdoblamientos, como esas flores japonesas con/sin raíces en el agua, se nos desdobla hoy en prosista eficaz, plástico, ágil, insolente (ah la insolencia de los dandies) y sonriente. La correcta melena gris, el aura cobriza, los ojos negros, ojos de fijeza y burla, la sonrisa inocente de verdad, muy anterior a su sonrisa interior, temible, las manos de chamán elegante o de profesor de dialectos hindúes en Harvard, una general fragilidad de protoporcelana oriental o de catalancito caprichosito. Pasa por Madrid de tarde en tarde, dejando una estela de inteligencia, ironía y faringitis. Huele aún a la noche paulmorandiana de Barcelona.
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