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El Madrid forzó otra ocasión ante el Barcelona

Luis Gómez

El Madrid no pudo jugar de otro modo. Quizás pudo haber tenido la cabeza más fria en algún momento, pero era difícil hacerlo con el Barcelona besando la Liga. El Barcelona pudo haber jugado de otra manera, pero quizás poca gente pensase que estaba tan dispuesto a sentenciarlo todo cuanto antes. El Madrid no se dio respiro a si mismo y el Barcelona no le dio respiro al Madrid. La conclusión fue un partido bello, dramático, lícitamente violento y estratégicamente rectilíneo, en el que pudo asistirse, por fin, a la pelea de las dos bestias de la final: Fernando Martín y Norris, con desigual resultado. Fue un partido que el Madrid ganó por pura desesperación.El Madrid, desde el inicio, contó con un factor lógico: jugaba en casa y los colegiados le permitirían que su entrega defensiva no se viera truncada por un aluvión de personales. Esa ventaja inconsciente generó luego en una permisividad en la lucha por el rebote, donde hubo de todo, permisividad de agredecer porque permitió ver las escenas más bellas, más duras, más violentas, más feroces, de cuantas se han visto este año en la lucha por el rebote. Y en esa lucha tremenda, el partido terminó inclinándose hacia la esplendorosa batalla de Norris contra los hombres grandes madridistas. Y, dentro de esa batalla, diversos paisajes de pelea entre Fernando Martín y el feroz americano del Barcelona. Norris era capaz de apresar el balón con un brazo y enviar con el otro a Branson a la tribuna de preferencia, mientras Llorente saltaba rebotado de un codazo como si fuera metralla. Norris era capaz de burlar por su sola potencia física la presencia de una pareja de rivales como si fuera un par de naipes. Norris parecía capaz de levantar el Palacio. Y, por comparación, Martín pareció el único hombre blanco capaz de tumbarle al suelo alguna vez, de aguantarle al menos en un par de asaltos. Martín tenía que correr, anticiparse, saltar, aterrizar en el suelo como una bailarina, para evitar que el poderoso Norris, el aparentemente pesado Norris, utilizara su superioridad en la corta distancia.

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Pero el partido tuvo más escenas que el mero combate físico de las dos bestias. Al contrario que en los dos choques anteriores, y por razones evidentes, tuvo una lectura táctica más rectilínea. El Madrid jugó a toda presión, en un sólo sentido, bajo un esfuerzo agotador. Pero el Barcelona renunció a jugar con el tablero -Aito despreció esta vez la zona 2-3- y se dispuso a golpear a su rival con toda la crueldad posible.

El Madrid quiso abusar de la épica y el Barcelona de la práctica; el Madrid de los valores eternos y el Barcelona del imperio de la razón. Por ese motivo, el partido pareció lógicamente finiquitado cuando, en el minuto 32, el Barcelona adquiría su primera ventaja (68-69) porque parecía difícil pensar que pudiese superar a base de mera entrega los dos golpes psicológicos efectuados por su rival, en condiciones de menor desgaste. En la primera parte, el Madrid afrontaba una carrera de 1.500 metros con una salida al sprint y, a pesar de llegar a tener hasta 13 tantos de ventaja, se veía, al borde del descanso, abocado a sufrir un empate. Primer golpe. Más tarde, cuando su tozudez por volver a adquirir ventaja parecía ofrecerle cierto fruto (65-56 a falta de 12.50 minutos), el Barcelona metía el dedo en la llaga certeramente (68-69 a falta de 8.50). Segundo golpe.

Era el momento clave, la situación en que toda defensa disciplinada da paso a la retirada desordenada. Sin embargo, un detalle cambié la situación siquiera temporalmente: Alexis empezó a jugar dentro de la zona, obtuvo repetidos éxitos y envió al banquillo a Jiménez. No era una brecha en las líneas de Barcelona; sí un respiro.

Minutos después, Branson provocaba una pelea con Epi mientras Solozábal y Antonio Martín parecían retozar en el parqué. Evidentemente, el Madrid seguía empeñado en ganar por encima de lo razonable. Lo hacía desgastándose hasta límites extraordinarios y frente a un rival que estaba metido en la batalla, con más recursos aparentes, y utilizando todo el arsenal posible.

Y así llegó el que debía ser tercero y definitivo golpe. Cuando faltaban tres minutos, con dos bases en cancha, el Barcelona se dispuso a presionar al Madrid. Era un acto que denunciaba que el Barcelona había venido a ganar y no a darle gusto al público.

Pero, a pesar de todo, el Madrid ganó, resistió. Quizás porque, por un momento, dejó de tener que atacar para no perder para pasar a defender para ganar. Quizás. Aunque, en realidad, el Madrid debió ganar por pura desesperación.

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