Música de los tendidos y entendidos
Observa la plaza de toros de Madrid dos reglas en torno a la celebración de la corrida que la diferencian tradicionalmente de todas las demás plazas del mundo. Una es la no concesión del rabo como máximo trofeo al matador; la otra, que la banda de música no toca mientras el toro está en el ruedo y se desarrolla su lidia. La primera ha sido vulnerada unas pocas veces a lo largo de su historia, pues el presidente, reglamento en mano, tiene derecho a ello. La segunda, que yo sepa, no.De esta forma, la música y el ritmo de la corrida en Las Ventas la interpreta y lo marca el público desde sus localidades, según sea de su gusto o no lo que en el ruedo acontece. La gente del toro sabe que Madrid da todo o quita todo, porque, aparte de la seriedad que pide al toro de lidia, en Madrid la afición, para bien o para mal, es exigente y de una dureza que a veces raya en la crueldad.
El aficionado madrileño puede ser calificado de todo menos de indiferente; no calla, como el de Sevilla, y se pasa las dos horas que dura la corrida vociferando, silbando o dando palmitas de tongo con el mismo fervor y entusiasmo con el que al rato canta a coro eso de "¡torero!, ¡torero!", o se enrojece las manos aplaudiendo el arrastre de un toro de bandera.
Debe ser terrible o sublime para el torero (en toda su soledad con el toro en el centro del anillo de Las Ventas) escuchar esa música continua que viene desde arriba anunciando el más estrepitoso fracaso a ritmo de mofa y chirigota, o el más estruendoso encumbramiento en la gloria del éxito, envuelto en el aplauso de 20.000 personas rendidas a sus pies.
Es el pasodoble el ritmo tradicional de la fiesta de los toros, y se toca, como premio, en honor de los toreros cuando están haciendo sus mejores faenas, excepto, como ya hemos visto, en Madrid. Pero lo cierto es que cada escuela y cada torero tienen un ritmo y una cadencia en su forma de interpretar el toreo, a los que se podría aplicar perfectamente otras músicas distintas -ajenas al pasodoble- que contribuirían a realzar todo su sentimiento y estética.
Con paciencia, un vídeo y una buena discoteca, pruebe el aficionado a hacer ciertos montajes musicales caseros y observe los resultados. Si tiene usted grabada la última gran faena de Antoñete en Las Ventas, aplíquele toda la majestuosidad y empaque de una obertura de Wagner; si la de Rafael de Paula en la feria de otoño de 1987, la serenata En la Alhambra, de Tomás Bretón; unas bulerías cantadas por Camarón de la Isla para aquella otra de Curro Romero; consiga una banda sonora de alguna película de Alfred Hitchcock para ambientar las últimas faenas de Ruiz Miguel o de Manili; sevillanas desenfadadas, alegres y monótonas para Espartaco; o la famosa polka Tritsch-Tratsch, de Johann Strauss, como música de fondo de la corrida de banderilleros. Quede todo ello como inocente divertimiento de salón para los fines de semana.
Babelia
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