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Crítica:XII FESTIVAL DE JAZZ DE VITORIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La trompeta negra de Miles Davis

Por fin Miles pisó el escenario de Mendizorrotza. Así se saldó la cuenta pendiente que los organizadores del Festival de Jazz de Vitoria tenían consigo mismos y con su público. La XII edición del festival se abrió por todo lo alto, con el polideportivo atestado y ese aire de gran solemnidad que confiere la presencia de Davis. Miles es ya una leyenda y cuando aparece en un escenario no es el extraordinario trompeta de Illinois el que aparece, sino un compendio de la historia del jazz, desde las primitivas armonías de Nueva Orleáns hasta las más descalabradas experiencias contemporáneas.Su público lo sabe y necesita que así sea. Donde mira su trompeta negra está viendo la trompeta de Dolider, la de Satchino y Bix, pero también la de Arsalis, Blanchard y una docena de chavalines que todavía nadie conoce. La sonrisa de Miles es la sonrisa del jazz y el sudor que le inunda la cara y moja el escenario a grandes gotas se transforma en un puente entre ensoñación y realidad.

Miles Davis

Miles Davis (trompeta), K. Garrett (saxo), R. Irving 111 y A. HeIzman (teclados), Folgy (guitarra), B. Rietveld (bajo), R. WeIlman (batería), M. Mazur. Vitoria, 12 de julio.

Y lo sorprendente es que la realidad de Miles es cada vez más envolvente y seductora. Uno se cree que por haber visto a Miles prácticamente una vez cada año con todos los diversos cambios que ha recorrido su formación ya lo ha visto todo de Miles y que nada podrá sosprenderle. Craso error. Miles es capaz de sorprender con su sola mirada, tras unas eternas y gigantescas gafas de sol, cargada de un misterioso influjo. Pero la sorpresa llega con la música, que sigue caminando hacia el futuro, arrastrando el liviano peso de más de cuatro décadas. Y la responsabilidad de esa carga potencia la validez de un producto que, aunque no le llamásemos jazz y no nos llegase de una leyenda, tendría la misma validez.

Dos horas de escalofrío

Miles apareció en Mendizorrotza y, pese a los 60 minutos de retraso, el pabellón se vino abajo. Cuando la música empezó a fluir, servida por una sonorización de las que no estamos acostumbrados a oír en este país -y que, para más satisfacción, montó una empresa nacional-, muchos parecían no creérselo.Miles comenzó a tocar de espaldas al público, Noblesse oblige. Fueron algo más de dos horas de escalofrío. Ritmos danzantes que esconden, tras una aparente y directa sencillez, una complejidad formal y estructural sorprendente, y medios tiempos, esos en los que a Miles todavía no le ha salido ni siquiera un buen imitador, cortados sin compasión por bruscos silencios o acordes hirientes; el sello inconfundible de Miles aplicado a sus propias composiciones, casi todas ya conocidas, y a un par de nuevos temas. Y como bis un fragmento de su reciente Siesta.

Miles tocó mucho y dejó tocar a sus músicos. Así, Kenny Garrett se llevó el gato al agua en una noche que sólo merecería superlativos, mostrándose como el saxofonista que mejor ha asimilado y ha sabido desarrollar la idea musical de Miles desde su come-back. Miles Davis fue mucho más acústico que en su anterior visita con Wayne Shorter, volvió a estar efervescente y llenó todos los espacios posibles con sus percusiones.

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