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Tribuna:VIAJEROS DE VERANOPOR LA COSTA DE TURQUÍA Y LAS ISLAS GRIEGAS / 5
Tribuna
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En la vertical de Apolo

Manuel Vicent

Bajo el sol de mediodía, el barco ha zarpado de Creta, con la mar picada, rumbo a la isla de Santorni, y, según la leyenda más acreditada, ahora estoy navegando sobre la Atlántida sumergida. Varias ciudades reposan en el fondo de estas aguas, y yo debería conmoverme, pero, lejos de eso, en cubierta tomo unos tacos de arroz envueltos con tiernas hojas de vid mientras el oleaje zarandea la nave y la absoluta claridad transgrede la espuma a cuchilladas. El viento trae mucha sal. Todos los fulgores son blancos y azules. Me escuecen los ojos y no hay nubes ni delfines. Cuentan los marineros que los delfines son tan amables que, si te ven naufragar, te cogen en brazos y te llevan a casa. A babor se divisa la silueta ocre de unos pedernales con gaviotas, y en el solario suena música griega, esa melodía de Zorba que hace llorar.Después de cuatro horas de travesía, durante la cual han crujido todas las cuadernas y mamparos, por fin el barco ha entrado en las calmadas y transparentes aguas del cráter de Santorini. Una reunión de islas cortadas a pico forman un inmenso círculo, cuyas paredes son de lava, y en el centro a veces aún humea el volcán que acabó en media hora con una civilización de 1.000 años. Sin embargo, aquel cataclismo del infierno dejó el paraje preparado para que un pueblo pintoresco quedara colgado del acantilado, y, si uno desea llegar hasta él, tiene

Existe una mala literatura acerca de los placeres del Mediterránco. En esta latitud navega muchas veces Dionisios con un racimo de moscatel en la oreja sobre un mar de dulzura, pero también se ha dado aquí todo el muestrario de bestialidades a cargo de la naturaleza y de los hombres. El zambombazo de Santorini fue tan cruel que no quedaron poetas ni músicos para cantarlo.

Por lo demás, esta isla participa de la estética minoica de Creta, según se deduce de las excavaciones de Akrotiri. Los murales con sacerdotisas, muchachas danzantes, adolescentes con lirios, jóvenes boxeadores, frescos con procesiones rituales, vasijas, toros, cerámicas y ritones son idénticos. No obstante, de Santorini, a uno sólo le sobrecoge la geología. Estas aguas ahora tan sosegadas tienen un cariz fúnebre y mineral, media mitología yace debajo de ellas, y cuando el sol las penetra en los días claros aparecen sombras de palacios submarinos, avenidas con pórticos, templos en cuyas escalinatas hay muchos Sócrates ahogados que nuestra cultura no ha conocido. En Santorini, por el borde del abismo, suben y bajan los burros llevando una albarda en forma de turista a la cumbre. El crepúsculo cae sobre estos animales, la última luz también prende las paredes de lava y el acantilado parece una fragua. Por ella ascienden los burros hasta la oscuridad.

Esta noche hay cena de gala a bordo, y algunos pasajeros lucen la mejor pañería, el oro comienza a trepar por las pechugas bronceadas y algunas perlas caen sobre las de langosta. Despuéfí 1 a r la el b5,rce pase e: de Pa r,-)s Y Naxos, aicanzar cuarídio la a,,,Iro, a de rosá c,cos cledos c~ 1-i(,ar de Delos, p_,,,tria de -N.P-j~o, el n-en tro delas Cickadas. Pero esto no es sino el sueño inútil que -uno hila con la mente en, e! camarote. La verdad de la vida consiste en el número de ese ventrílocuo que ahora está en la pista sacando carcajadas a los californianos.

A las siete de la mañana he apartado los visillos, y dentro del fogonazo de sol he visto un maravilloso peder.nal. El barco está fondeado en aguas muy azules. Toda la visión cegadora la ocupaba esa colina pelada de color ocre, y ante ella no he podido evitar cierta emoción de bachillerato. Llegar a Delos es una de las aspiraciones del alma moderna. Nadie podría presumir de pagano en una discoteca de moda si antes no ha pasado por este lugar, donde, en el lago de Apolo, los hombres se bautizan de guapos. Una barcaza me ha llevado hasta el pequeño atracadero formado por un solo espigón, y a partir de ahí he iniciado el camino de perfección por la falda del cerro, bajo la brisa del meltemi que doblaba las briznas de anís entre las ruinas. Delos fue una isla errante que Zeus fijó con cadenas de diamantes. Aqui nació Apolo. Debajo de su santuario estaba el tesoro de la Liga Helénica. Éste fue punto de peregrinación. Nadie podía nacer ni morir en este espacio, ya que la vertical de la belleza caía sobre estos roquedales perfumados, pero ahora la isla es un inmenso pedregal deshabitado, y esta manana yo lo crucé con el fondo de la nariz lijado por el espliego.

Primero he visitado la parte civil, las derruidas mansiones de los prohombres que la habitaron, y en ellas he visto mosaicos con dioses alados cabalgando un tigre en la casa de las Máscaras, tritones y delfines, columnas, peristilos y frescos con figuras oferentes. En la fuente de Minoé había una rana viva, y lo demás eran palacios caídos, templos que sólo existen en la imaginación, palestras con hierba hasta la rodilla y la famosa terraza de los leones con las fauces roídas por el tiempo y el viento que bruñe el cielo y las piedras.

Después de todo, uno llega a la conclusión de que Grecia no existe. Sentado en medio de las ruinas de Delos, he visto el mar azul, los grises minerales, el aire transparente, el firmamento durísimo sin una nube, el contraluz de la sal. Como una pauta de la mente, la vertical de Apolo caía sobre mí, pero esto no dejaba de ser un peligro. Los dioses antiguos, hoy, se han convertido en marcas de cremas, de colonias y de masajes para después del afeitado, de modo que, si uno entra en el juego de la est¿tica, puede acabar de maricón en ¡Mikonos. Hay que dejar que Apolo sólo sea una aspiración en los mornentos dulces, de siete a nueve de la tarde, frente a unia en el crepúsculo de la ciudad. El resto del día, uno tiene trabajar.

Apenas dos horas de navegación separan a Delos de la isla de Mikonos, y cuando el barco fondea aquí es mediodía y el sol lo aplasta todo. La brisa perfuniada de salitre que soplaba esta mañana junto al invisible altar de Apolo se ha convertido en un ventarrón que transporta el fuego. Mikonos es ese decorado que soñaron en los años sesenta algunos finísimos homosexuales de Occidente. Ahora está a merced de los búfalos con macuto, las oleadas de carne nórdica se suceden sobre él y las playas sirven de dormitorio para los nuevos cruzados de la belleza instantánea.

Se trata de un decorado de teatro, con viejas de negro que hilan a la puerta de las casas encaladas mientras los turistas pasan por las callejuelas y tratan de comprar a una de esas ancianas para llevársela a casa y ponerla encima de un arcón. Lo dice la tarjeta postal: Mikonos es una pared blanca, la cúpula azul o roja de una capilla ortodoxa, un gato dormido en una silla de enea, una sandía abierta, un asno que rebuzna como un trombón de varas, un viejo pescador remendando las redes apoyado en una barca color naranja, un perro también dormido en el muelle, docenas de restaurantes incrustados en los vericuetos bajo las parras, centenares de joyerías, tiendas de ropa y tabernitas pintadas de rojo, laberintos de cal con las ventanas verdes.

El gato, el asno, la abuela, el pescador y el perro son parte del decorado y cobran del municipio. El resto es una aglomeración de turistas que sudan sal y parecen felices. Algunos, en las terrazas del puerto, toman copas frutales de un color que hace juego con la camisa. Por regla general, éstos son maricones, los reyes de este espacio. Unos molinos de viento se vuelven locos a media tarde. El meltemi azota la cal, bruñe los pedernales y crispa el alma.

Durante la noche he navegado hasta arribar al puerto de El Pirco, donde me esperaba la belleza hermética de los contenedores. Los pasajeros se han desparramado. Una vez más, en Atenas, he ido a visitar la Acrópolis come, el que cumple una penosa obligación de cultura. Ha sido imposible verla. Estaba empanada con carne de turista. Por eso, bajando hasta el ágora, me he colocado en el purito estratégico de otras ocasiones: ese que te permite soñar sin ver nada.

Este espacio es un teorema: ahí está la breña sagrada del Partenón, el risco del Aerópago, la terraza del Pnix. Forman un teatro bajo el cielo de diamante, pero la ficción sólo se desarrolla en el interior de ti mismo. Los dioses actúan en la base de tu cráneo.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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