Raúl Guerra Garrido,
presidente de la Asociación Colegial de Escritores (ACE), que anteayer declaró en Sevilla la guerra de los creadores literarios latinoamericanos contra el fanatismo de Jomeini, lleva una guerra particular contra los retratos que le colocan a su espalda. Al tiempo que leía la resolución a favor de Salman Rushdie, notó ante sí un revuelo inusitado de fotógrafos. No era por lo que decía, según supo luego, sino porque desde detrás, casi con su misma cara, le miraba Miguel de Cervantes como si fuera su espejo: Cervantes y él llevaban la misma barba, en el caso del autor del Quijote cuidada por un pintor de Sevilla, y en el caso del autor vasco cuidada por el peluquero de su mujer. Peor lo tuvo Guerra en México: hace años sufrió idéntico acoso de fotógrafos. Era porque en el palacio mexicano de la Minería se hallaba sobre su cabeza, casi con su misma cara, pero esta vez sin barba, la mismísima efigie de la Virgen de Guadalupe, que miraba como él. Los fotógrafos buscaban la igualdad de las miradas entre el escritor español y la Virgen mexicana. En el mismo congreso literario sevillano, por otra parte, se produjo anoche un hecho insólito, protagonizado por José Agustín Goytisolo: el autor del Lobito bueno logró que se disolviera pacíficamente y dejara de cantar una tuna que había interrumpido con alevosía y sin miramientos su conversación poética. El escritor no quiso explicar cuánto le costó la disolución del grupo musical.
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