Bush, desbordado por las iniciativas soviéticas
Bruselas, ante un debate 'de corto alcance'
CARLOS MENDO, El 13 de marzo pasado, el profesor Zbigniew Brzezinski, ex asesor de seguridad nacional de Jimmy Carter y uno de los máximos kremlinólogos de Estados Unidos, escribía en el New York Times, en un análisis sobre las relaciones Este-Oeste, a propósito de la reforma política iniciada en la Unión Soviética por Mijail Gorbachov: "Occidente necesita configurar una política que responda la seriedad del reto (soviético) y la magnitud de la oportunidad". ¿Ha configurado Washington esa política reclamada por Brzezinski y otros especialistas? La contestación desde Washington, cuando George Bush se prepara para reunirse mañana con sus aliados de la OTAN en su primer viaje a Europa como 41º presidente de Estados Unidos, es un claro no.
Bush ha utilizado nada menos que cuatro discursos en las últimas tres semanas para definir su concepto de las relaciones Este-Oeste, y en todos, en opinión de círculos políticos y diplomáticos de esta capital, se ha quedado corto. En ninguna de sus intervenciones Bush ha dado el paso adelante que todos esperaban del líder del mundo libre proponiendo un nuevo marco para las relaciones entre los dos bloques.
Cierto que el presidente norteamericano se ha puesto como meta el fin de la política de contención aplicada por Washington a la URS S desde el final de la II Guerra Mundial y su integración en el concierto internacional. Pero para ello ha puesto una serie de condiciones que no tienen en cuenta la dinámica casi diaria de las propuestas de Gorbachov, muchas de ellas como la realizada en las conversaciones de desarme convencional de Viena a principios de semana, verdaderamente revolucionaria, que obligó a Bush a cambiar apresuradamente el texto del discurso que iba a pronunciar en New London el miércoles e incluir unos párrafos en los que expresaba su "esperanza" de que las nuevas propuestas soviéticas podrían servir para reducir el desequilibrio armarnentista en Europa. Como recordaba recientemente un comentarista, Bush está demostrando con su extrema cautela que "más que conducir los acontecimientos se limita a reaccionar ante ellos".
La lentitud de Bush
Pocos presidentes han accedido a la primera magistratura norteamericana con un bagaje de conocimientos de política exterior tan sólido como Bush y sus colaboradores más cercanos. De ahí que los comentaristas no comprendan la lentitud de la Administración de Bush en darse cuenta de que la situación mundial es diferente a la que tuvieron que hacer frente los anteriores Gobiernos de Estados Unidos desde 1945. En resumen, se trata de abordar las relaciones entre los dos bloques con una premisa muy distinta: la guerra fría pertenece al pasado. Lo decía hace poco más de un mes en un artículo periodístico el máximo gurú en cuestiones soviéticas de este país, el ex embajador en Moscú, George Kennan: "Las razones para considerar primordialmente a la Unión Soviética no sólo como un posible sino como un agresor probable no son ya válidas."
Precisamente esa timidez o vaciliación con que Bush reacciona, ante los acontecimientos mundiales se reflejará en la cumbre de la Alianza Atlántica que comienza mañana en Bruselas. Lo que debería ser una reunió histórica en la que los aliados occidentales expusieran su versión del nuevo orden mundial coincidiendo con el 40º aniversario de la Organización, amenaza con convertirse en una reunión monográfica dedicada a debatir la cuestión de los misiles nucleares de corto alcance estacionados en suelo alemán. A pesar de los esfuerzos de las partes implicadas y de otras que han tratado de mediar, como el presidente François Mitterrand, no ha sido posible reconciliar las posiciones mantenidas por Washington y Londres, con el apoyo de París, de una parte, y por Bonn y otros países europeos, de otra. Bush ha puesto como condición para aceptar el principio de negociación la consecución de un acuerdo en Viena sobre armamento convencional. Y, una vez más, ha llegado tarde. El miércoles los soviéticos ponían inesperadamente sobre el tapete en Viena la reducción del armamento convencional pedida por la OTAN, dejando sin argumentos y con la boca abierta a los negociadores occidentales.
La propuesta de reducción soviética no ha recibido hasta ahora de Bush más que la resurrección de una vieja propuesta de cielos abiertos hecha por Dwight Eisenhower hace cerca de 30 años en Ginebra, en virtud de la cual aviones desarmados de ambas superpotencias podrían sobrevolar el espacio aéreo de la otra para verificar los posibles acuerdos de desarme. Como escribía el jueves el New York Times, "debe ser extremadamente dificil ser un visionario cuando la otra parte concede semana tras semana lo que Occidente ha venido reclamando durante décadas".
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