Algunos nunca fuimos tan jóvenes
Esto es el principio del fin. Hemos conseguido llegar al noveno y último día de la fiesta. Dándolo ya todo por pedido, un transeúnte bastante ebrio salmodia la popular elegía: "pobre de mí, se acabaron las fiestas de San Fermín". Está muy deteriorado. Tiene razón: pobre.Aunque todavía se están solventando ruidosas escaramuzas, la batalla puede darse por terminada. Algunos ocupantes de la ciudad empaquetan cuidadosamente en plazas y jardincilos sus complicados equipos de acampada, en previsión de una retirada inminente. A otros de utillaje más modesto les basta con sacudirse el polvo de la camisa y guardar un pañuelo sucio en el bolsillo de sus pantalones para abandonar el campo sin problemas, seguros de que nada suyo han dejado detrás.
Mañana un ejército de barrenderos reemplazará a la legión de borrachos que aún domina la situación y Pamplona recuperará su pulso y su aspecto normales. Yo no estaré aquí para verlo, pero sé que será así porque en los sanfermines la historia se repite; mejor dicho, se exagera. Esta ciudad se va a quedar acaso demasiado silenciosa.
Alguien que tuvo la amabilidad de leerme me reprocha lo que él considera mi falta de simpatía por los sanfermines. En su opinión he llegado con cerca de medio siglo de retraso a mi cita con la fiesta. Un tanto humillado, meso mi barba canosa con perplejidad, pero Susana, que no ha cumplido los 30 años y estaba al quite, me echa un oportuno capote salvador. "Algunos", dice, "nunca fuimos tan jóvenes".
Mientras esta conversación se produce, un grupo de ciudadanos razonablemente adultos, portando en la cabeza una prótesis en forma de fosforescentes antenas de marciano, nos da la murga con el "riau-riau". Otros se disparan ráfagas de agua con pistolas de plástico. Cunde el ejemplo y un escalofrío de placer estremece a la multitud.
Nostalgia
Los hechos, como siempre, le dan la razón a Susana. En efecto, yo nunca fui tan joven, ni siquiera cuando estaba en edad de servir al rey -servicio que, dicho sea de paso, no pude cumplir por falta de rey y porque, con rara perspicacia, los responsables de la caja de reclutas de Oviedo me declararon, ya en 1945, inútil total-; nunca fui así de joven. Con un pronto de nostalgia, al ver los cuemecillos de marcianos y las pistolas de agua, . imagino que tal vez a los 8 años... Entonces, quizá sí; aunque pensándolo mejor, tampoco.
Me prometo regresar a Pamplona en tiempos normales para disfrutar a mis anchas esta ciudad tal como era, como muy pronto volverá a ser. Pero no creo que caiga nunca más por los sanfermines, pienso mientras me levanto del suelo y me repongo del duro empujón. Tenía curiosidad por conocer un fenómeno del que tanto se habla, y si he venido en esta oportunidad a Pamplona ha sido sobre todo -dicho con una expresiva frase que aprendí en México- "para que no me lo cuenten". Misión cumplida. Ahora lo cuento yo.
Babelia
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