La tos de Pedro
Pedro Delgado es como un gremlins malo. Le echan agua y, enrabietado, lanzando espumarajos por la boca, acostumbra a dejar clavados en plena ascensión al resto de ciclistas que hasta ese momento le habían mantenido rueda. Creo que es ese gesto, que vale como metáfora de toda una personalidad deportiva, lo que entusiasma a los españoles que, año tras año y por estas mismas fechas, tienen el alma en vilo ante lo que pueda hacer Perico en el Tour de Francia, su Tour. Porque lo de Delgado a veces parece más una cuestión de alma que de fuerza física o de inteligencia sobre la bicicleta.Uno se pregunta si este bravo segoviano de pantorrillas de acero, pájaras memorables, despistes de infarto de miocardio y un pundonor a prueba de franceses, es consciente de la que ha liado en su propio país. Posiblemente no. Tal vez es mejor que así sea.
El fenómeno Perico ha desbordado con creces los parámetros deportivos para entrar de lleno en lo antropológico. La pericomanía viene a inocular emoción e incertidumbre, ilusiones y disgustos, en segmentos de la población que normalmente no prestarían atención al deporte de la bicicleta. Estudiantes, obreros, farmacéuticos, señoras de la limpieza, economistas, travestis, arquitectos, sacerdotes, cibernéticos y parados son incapaces de quitar los ojos de la pantalla cuando empieza una movida pirenaica o alpina en la que, diríase, está en juego algo más que una simple victoria deportiva. A lo mejor la historia viene de la batalla de Pavía o de las guerras napoleónicas, quién sabe. Recuerdo a un profesor de Historia al que se le iluminaban los ojos al contar una anécdota según la cual Aníbal, que creía muerto a un enemigo, fue ladinamente agredido por éste desde el suelo. El procaz y obstinado ibero, en un último estertor de vida, logró clavarle la lanza en un ojo al general cartaginés. Parece que éste lo remató gritando aquello de: "¡Maldita sea, español tenías que ser!". Quizá algo de eso ocurra con Perico. O al menos eso deben pensar sus compañeros de escalada cuando comprueban, impotentes, que el segoviano pone el turbo y se va, como un verdadero semental de las alturas, a demostrar lo que es: un hijo de los dioses que busca alcanzar el éter en solitario, sin compartir la gloria con nadie. Y es que Pedro Delgado sufre el estigma de haber nacido para la gloria, gane o pierda. También para el abismo que ésta conlleva.
Identificación
Él siempre está ahí, poniéndonos al borde del crack mental, pues lo suyo tiene relación con otra faceta del deporte, algo supongo que catártico -para él- y catatónico -para nosotros-, ese algo que hace que nos sintamos realizados a través de los triunfos de otros ¿Por qué Pedro Delgado ha conseguido que tanta gente se sienta identificada con él? Misterio. Él mismo se define como un buen corredor, completo. Nada más. No es un adicto a la victoria, como era Eddy Merckx, ni un superdotado físico, como era Bernard Hinault ni un hábil estratega, como era Anquetil. Sin embargo, es artero cuando hay que serlo; sus pedaladas compulsivas, firmes, sus golpes de cuello y ese rictus de la boca entreabierta, como si masticase tiempo sobre sus contrarios, arrastran la atención de multitudes. Le mueve la rabia, el "¿ah, sí?; pues ahora os vais a enterar..." que tan arraigado debe estar en las raíces socioculturales españolas.Conozco a una pareja que pertenece al así denominado ámbito intelectual que sigue con canina fidelidad las actuaciones del segoviano desde hace años. Él es bioquímico y ella socióloga. Con ambos son interminables las disquisiciones sobre aspectos técnicos del ciclismo. Consumen todo el material que se publica de ese deporte. Revistas francesas especializadas, todo. Ella incluso ha perfeccionado su francés a costa de estudiarse el perfil y las características de las etapas del Tour. Fue esa pareja la que me mencionó hace tiempo, con evidente preocupación, que Delgado sufre una especie de tos crónica -lo que se ve en bastantes entrevistas efectuadas al finalizar etapas-, y esa tos, en los momentos límite, suele ser motivo de todo tipo de especulaciones. ¿Le pasará algo? ¿Se avecina la temible pájara? ¿Quizá un desastre como el de Morzine, en un Tour a olvidar? También me han contado de un ginecólogo que ha llegado a dejar a sus pacientes prácticamente despatarradas para irse a la sala contigua, desde donde seguir el desarrollo de los últimos momentos de alguna de esas etapas de ataque al corazón.
Ese instante sublime
Con Perico surge ese instante sublime y que se da cada muchos años en el deporte. Cuando se sube al temido Galibier, al Izoard, al Puy de Dôme, al Mont Ventoux, y Delgado demarra con decisión. casi con ira. hay algo que en España queda paralizado y después estalla de júbilo. Luego, como un halcón en esas cumbres peladas, allí donde los hombres pierden su identidad y sus fuerzas, donde el clamor de las rocas soleadas y la falta de oxígeno imponen su ley, él, en medio de una orgía de desfallecimientos, pedalea a golpes de riñón, sin levantarse apenas del sillín. Luz Ardiden, Alpe d'Huez, Guzet-Neige son nombres que en la mente de muchos más suenan a batallas que a estaciones de montaña. Pero su tos nos preocupa. Es otra metáfora: la de que con Perico puede pasar de todo y en cualquier momento. Es ese estar sobre el hilo, entre el desastre y la gloria, lo que apasiona. Mejor no pensar en la tos amenazante, presagio del jarro de agua fría a sus seguidores. Por encima de todo existe una realidad, que Delgado ha nacido para la gloria porque sabe que la gente espera de él precisamente eso, que vuele en las cumbres y muerda segundos en las etapas contra-reloj, que se tome el deporte como un reto salvaje y que tiente eso que normalmente se conoce como "morir matando". Lo suyo es romper las carreras, y de paso nuestra paciencia devota, pero siempre generándonos nuevas esperanzas. También eso tiene que ver con el deporte. Haga lo que haga lo hará bien, porque así es él. Caerá ante el poderoso cartaginés, pero le sacará un ojo, dejándole un recuerdo de por vida. O, como el propio Aníbal, se quedará incomprensiblemente a las puertas de Roma, en Capua, sin decidirse a tomar fácilmente la ciudad. Perico no sólo nació para la gloria sino para recordarnos que el más difícil todavía convierte aquélla en algo inolvidable.Aún tengo en la pupila las imágenes de una etapa carnicera de un Tour de hace varios años. En el Tourmalet, Perico ascendió con Pello Ruiz Cabestany, que lo bajaría a tumba abierta hasta las faldas del terrorífico Aubisque. Allí empezó el infierno. El tiempo cambió de repente. Perico empezó a subir, pero la niebla lo cubría todo y las cámaras perdieron su rastro. Por detrás venían como motos Hinault y Lucho Herrera. Nada de Perico. Las imágenes desde meta sólo ofrecían eso, niebla. Los esforzados chacales se acercaban por detrás y Pedro seguía sin aparecer en el monitor. Era como si la niebla sólo le envolviese a él. ¿Una pájara caída? Tal vez, seducido por otra cumbre, ¿había equivocado su camino? La angustia era total. Los comentaristas enmudecieron. Sencillamente, Perico desapareció. Se trató de inclemencias del tiempo, sí, pero aquello lo define a la perfección. Fue mágico. De pronto apareció él, como un titán. Había vencido al coloso de piedra y a los ejércitos de niebla. Pedro Delgado será siempre el de la imagen del Col d'Aubisque. Nos lo hizo pasar mal, muy mal, como cuando le vemos toser. Pero repito que al final apareció como un ángel exterminador de quienes siguen sin creer que es posible la lucha exitosa de un hombre solo contra las circunstancias. Quizá por ello le estemos agradecidos. Aunque tosa.
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