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46ª MOSTRA DE VENECIA

Peter Brook lleva su 'Mahabharata' al cine

El festival abandona la crispación y da paso a una invasión de estética

Contrasta vivamente esta de edición de la Mostra veneciana con la del año pasado. Las virulentas polémicas que hace 12 meses crisparon la apacible vida del Lido han sido sustituidas estos días por una invasión de estética, en el buen y en el mal sentido del término. La Mostra se inauguró con una bella versión cinematográfica de un monumento del teatro de este siglo: el portentoso Mahabharata que el británico Peter Brook montó en 1985. Las nueve horas de aquella representación en vivo se han quedado en algo menos de tres en la pantalla. El poema escénico así comprimido adquiere sutiles y admirables resonancias de gran cine.

Horas después de que se presentara el filme de Peter Brook en la Mostra veneciana, otro británico, Peter Greenaway, ofreció con El cocinero, el ladrón, su mujer y el amante de ésta otro baño de estética, pero en las antípodas: feísmo, atrocídad, mal gusto y, bajo un tremendista aparato plástico, el vacío.Peter Brook, un londinense de origen ruso (y esta duplicidad se percibe en su persona y en su obra), de la misma manera y con la misma facilidad que en la escena y en la pantalla domina los largos tiempos y se derrama en escenas y secuencias que parecen no tener fin, como si buscasen -y en efecto buscan- la eternidad, puede alcanzar -y en efecto alcanzala mayor capacidad de síntesis cuando especula y analiza sus creaciones, teatrales o cinematográficas.

[La versión teatral del Mahabharata pudo ser vista en España, en Madrid y Barcelona, en 1985. La complejidad de la obra y su extensión, así como su insólito montaje, obligaron a usar escenarios insólitos en ambas capitales. La expectación despertada tuvo en la asistencia de público una consecuencia estimulante: hubo llenos diarios].

Así de sencilla y escueta,mente expuso Brook el fondo inagotable de su Mahabharata: "En cierto sentido, el estilo cinematográfico es aún más esencial que el teatral. Teníamos la idea de filmar en escenarios reales, pero carecíamos de medios para ello. Entonces trabajamos en una transposición directa del teatro a la pantalla, y por esta causa nos vimos obligados a redescubrir en un estudio las múltiples posibilidades que nos ofrecía la escena. Fue en esta indagación en la que descubrimos esa mayor condición sintética del estilo cinematográfico".

"Es el Mahabharata una epopeya con héroes, dioses, animales fabulosos", añade Brooks, "pero es también un poema intimista, pues los personajes son vulnerables y están llenos de contradicciones totalmente humanas. Intentamos desvelar esta peculiaridad, esta doblez tan rica y fértil del gran libro de la India para crear con el público del cine, a través de la figura del narrador, que también existía en la obra teatral, el mismo tipo de complicidad que se produce con el público de un teatro".

Captura del ojo

Nada que añadir, salvo testificar que lo logró. El Mahabharata filme estremece como lo hacía el Mahabharata teatro. No con más intensidad, sino con otra intensidad. No con más capacidad de captura de la sensibilidad del espectador, sino con otra capacidad de captura probablernente de otro espectador, o del mismo si sabe duplicarse y hacer suyo un solo poema dicho en lenguajes distintos.La pasión de Brook -no nueva, pues ya existía en Moderato cantabile, en Marat-Sade y en sus dos versiones filmadas de El rey Lear- de indagar y desvelar las arterias por las que circula hacia el cine la sangre del teatro y viceversa encuentra por ahora en el Mahabharata su máxima energía y diafanidad.

Estamos por ello ante un trabajo complejísimo e incatalogable, un raro ejemplo de encuentro entre un poema que viene de más allá del tiempo y la sensibilidad de este tiempo concreto que vivimos.

Ante un monumento poético de esta especie, las habitualesquerellas entre cinéfilos y teatreros acerca de la superioridad de su respectiva inclinación se convierten en una discusión trivial y bizantina, una nueva versíón con ropaje de moda de la vieja pelea entre sotanas escolásticas sobre el sexo de los ángeles.

Muy lejos, al otro lado de este planeta luminoso y oscuro de la pasión cinematográfica, está el filme de otro británico: Peter Greenaway, que con su El cocinero, el ladrón, su mujer y el amante de ésta no ha hecho otra cosa que estar a la altura de tan enrevesado título.

Siempre fiel a sí mismo -El contrato del dibujante, El vientre del arquitecto, Conspiración de mujeres-, Greenaway está dispuesto a ofrecer al respetable cualquier transgresión visual., al menos aparente, con tal de hacer algo distinto, lo nunca hecho, aquello que nadie se había atrevido nunca a hacer.

La pasión de Brook por la poesía se transforma en su compatriota en pasión por la osadía. Pero en toda osadía calculada hay siempre un poso decepcionante de conformismo, quizá no tan involuntario como parece.

Canibalismo, todo tipo de exabruptos digestivos o antidigestivos, coprofilia o, en cristiano, amor a la mierda, podredumbre, porquería. Tal es la materia sobre la que este enfant (con pelo blanco) terrible del cine británico elabora este su nuevo quiero y no puedo. Con un punto a su favor: Peter Greenaway ha mejorado mucho su dirección de actores, que era penosa en sus anteriores filmes, lo que indica que su desprecio a la crítica (que, sobre todo la de su país, le ha reprochado con dureza este síntoma inequívoco de incompetencia) es también otra simulación más, pues se percibe claramente que le ha hecho caso y que ha tomado buena nota de ella. Por primera vez Greenaway ayuda a sus actores a actuar, y éstos, por fin, actúan, mejorando ostensiblemente los resultados de su dirección.

Mientras tanto, la sección oficial de esta 46ª edición de la Mostra ha comenzado con un filme de la italiana Lina Werthmüller titulado Una noche de claro de luna, que aborda el asunto del SIDA con tanta originalidad argumental como torpeza en su desarrollo en imágenes: un proyecto de buena película que se queda en un melodramita artificioso y mal realizado del que sólo se salva la excelente siempre Nastassja Kinsky y a ratos el actor holandés Rutger Hauer.

Cine de primavera

El segundo filme en concurso tiene más interés: Me han seducido en la rama de un árbol y me siento bien, título kilométrico para una película a veces enternecedora y siempre libre pero un poco tímida. Su autor, Juraj Jarubisko, es una de las grandes promesas de laprimavera de Praga en los dominios del cine, junto con Ivan Passer y Milos Forman; pero al revés que éstos, decidió no exiliarse tras la invasión de su país por el Ejército soviético y su nombre entró en el olvido. Hasta ahora, que vuelve a los canales internacionales de distribución de cine y lo hace con una bueno. película, que podría haber sido mejor. El primer brote de una nueva primavera checoslovaca.

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