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DANZA

Oh là, là!

Desde hace unos pocos años, todo el mundo sabe que Silvie Guillem (París, 1966) es el nuevo monstruo del mundo de la danza, por sus casi increíbles condiciones físicas de elasticidad, extensión y ligereza. Lo que se comenta menos y que más sorprendió el pasado jueves en su primera presentación ante el público madrileño es que, además, es una maravillosa bailarina, cuyas extraordinarias facultades van unidas a una notable sensibilidad de artista que le permite iluminar el texto coreográfico con su despliegue de virtuosismo, sin ahogarlo en exhibición técnica, aunque en algunos momentos la falta de límites visibles a sus posibilidades físicas pueda producir un cierto vértigo.La Guillem apareció primero en un solo creado para ella por Béjart, La luna, sobre Bach. Una luna fría y despegada, indiferente y superior, que sólo en algún momento apunta un guiño -entre irónico y compasivo- hacia los humanos. Cerró la noche bailando con Peter Schaufuss -el estupendo bailarín danés que dirige el English National Ballet- el manido paso a dos de El corsario, al que Guillem da, con sus alucinantes extensiones (como el ya consagrado développé de las seis en punto, con una punta clavada en el suelo y la otra, perfectamente paralela, en la portería de San Pedro) un sabor nuevo de liberación de la esclavitud. El teatro se vino abajo. Hacía mucho tiempo que los aficionados madrileños no disfrutaban una noche como ésta.

Gala de danza

Arantxa Argüelles, Eva Crivillen, Silvie Guillem, Santiago de la Quintana, Raffaelle Paganini, Blanca del Rey, Peter Schaufuss y Carlos Vilán. Dirección: Ricardo Cue. Centro Cultural de la Villa. Madrid, 14 de diciembre.

Aunque no sólo por la estrella del Royal Ballet. Schauifuss desplegó sus opulentos saltos, también con Arantxa Argüelles en el Don Quijote, y la propia Arantxa -acompañada de Raffaelle Paganini, primer bailarín de la Opera de Roma- bailó por primera vez en Madrid el paso a dos central de La bella durmiente con la elegancia y el empaque aristocrático que este clásico de los clásicos requiere, y su característica falta de afectación. A Paganini -como a Schaufuss- se les quedaba pequeño el escenario.

De la noche, que fue escalando hacia la apoteosis, hay que destacar, además, la actuación de la bailaora Blanca del Rey y el debú de la joven solista del Ballet del Teatro Lírico Nacional, Eva Crevillen (que ya había llamado la atención en su liza de La fille mal gardée) en la escena del balcón de Romeo y Julieta, con Santiago de la Quintana, mostrando su larga línea y condiciones para la danza lírica. De la Quintana bailó un solo de Vicente Nebrada y el flamenco Carlos Vilán el zapateado de Sarasate y la farruca de El sombrero de tres picos.

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